Tal vez ustedes no lo sepan, pero todas somos pornolectoras. Todas las lectoras lo somos, sin excepción, incluidas las solteronas y las monjas.
Cuando una niña de cualquier lugar del mundo tiene en las manos su primer libro, se convierte de inmediato en pornolectora, lo quiera o no.
Probablemente lo ignorará toda la vida; sin embargo, nadie le devolverá la inocencia. A través del libro, caerá dentro de una historia mucho mayor que ella, relacionada con el arte y la cultura. Y también con la sexualidad. Y con la economía y el comercio.
Lectoras y libros no nacieron juntos. De hecho, durante siglos se ignoraron. Se trata de un pequeño detalle muy significativo, pues indica que las mujeres entraron en juego cuando las reglas ya se habían establecido.
La relación entre libros y mujeres surgió de forma tardía, en el marco de una estructura de recepción preconcebida donde se las recibió con hostilidad. Por eso siempre ha sido una relación, como mínimo, complicada. Y enormemente ambigua.
«En este sentido, es un manual de autoconciencia en toda regla, cuyo objeto es averiguar cómo y cuándo entramos en el túnel de la pornolectura disfrazadas de niñas puras, que se dirigen alegremente a la escuela con los libros al hombro. Y por qué resulta tan difícil el solo hecho de plantearse salir de ahí».
Como dice la propia autora en el Corriere della Sera: «Todas las lectoras son pornolectoras: leer una novela es entrar en una historia relacionada con el erotismo, el arte y la cultura».