No, no estoy de acuerdo. No me parece bien que la derechona la haya emprendido con Esperanza Aguirre por esas cosas que ha dicho en el funeral de la Thatcher. Resulta que a miss Hope le gustaron tanto las exequias que a la salida comentó que eso son homilías, sí señor, lo de los anglicanos, y que ya podrían aprender en la Iglesia católica -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
“Es admirable”, subrayaba Esperanza transida de arrobo. Yo no sé cuántas homilías católicas escucha al mes doña Esperanza. Imagino que no muchas y, además, malas, dado el pobre concepto que de ellas tiene. Si quiere buenas homilías, que acuda al Valle de los Caídos los días que predica el padre Cantera y va a ver canela fina. Pero esa no es la cuestión.
La cuestión, señora, caballero, es que aquí no hay materia para criticar a la ex presidenta madrileña. Al fin y al cabo, Esperanza Aguirre nunca ha engañado a nadie. Ella siempre ha ido por la derecha. Ella jamás ha pretendido catalizar al voto católico. Ella ha permitido que en su Comunidad se produjeran 200.000 abortos mientras gobernaba porque así lo decía la ley. Ella ha permitido que se implantara Educación para la Ciudadanía en sus colegios y que se marginara a los objetores porque así lo decía la ley. Ella ha subvencionado más y mejor a las asociaciones homosexuales que a la Red Madre –por ejemplo– porque, seguramente, también así lo decía en alguna parte la ley. O sea que no: Esperanza Aguirre nunca ha engañado nadie. Otra cosa es que muchos prefieran engañarse, pero la culpa no es de la doña. Asunto aparte es esa pasión anglómana de miss Aguirre, tal vez un poco enojosa para el español común.
En España, en líneas generales, el fenotipo pepero es más bien proamericano. De hecho, se sabe mejor la Historia norteamericana que la española, quizá porque es más corta. Pero se ve que a doña Esperanza, quizá movida por el abolengo de sus apellidos, la cosa yanqui no deja de parecerle un pelín hortera –lo es– y por eso prefiere acudir a las fuentes, o sea, a la Pérfida Albión. Lo mismo da: es proverbial la anglofilia de nuestra derecha-poder, tanto que con frecuencia deriva en anglomanía, anglopatía e incluso anglofagia. Pero esto tampoco es novedad, y menos en Esperanza Aguirre, que por otro lado gusta de exhibir su buen dominio de la lengua de Shakespeare.
Volvamos a lo central: que el PP se aleja de sus bases tradicionales. Y a doña Esperanza, como a doña Soraya y a doña Cospedal y a don Alfonso (Alonso) y a don Gallardón y a tantos otros, a todos ellos hay que agradecer que estén demostrando día a día la falsedad de ese tópico que asocia al PP con el ideario católico. No, no: eso se acabó. El PP desnatado, descafeinado y bajo en calorías que salió del Congreso de Valencia (era 2008) mira a otros horizontes.
Es una derecha que ha dejado de serlo, que se reconoce en otros modelos, que quiere ser como UCD pero con menos simpatía –y también con bastantes menos títulos académicos, todo sea dicho–, una especie de Gran Centro que dice las cosas en inglés mejor que en español, que habla de dinero mejor que de ideas, de leyes mejor que de principios, y que ya no piensa en términos de Patria, sino en términos de Marca (la “Marca España”). Ideología de bazar. Por eso hay quien dice que en España ya no hay derecha, sino que el espectro oscila entre el centro-izquierda que es el PP y la extrema izquierda que es el PSOE. Federico Jiménez Losantos atribuye la idea a Vidal Quadras.
No, mira, monín: eso lo viene diciendo el editorialista de este periódico –que no es nuestro amigo Alejo– desde que Rajoy cumplió los cien días de Gobierno. Y no ha dejado de ser verdad. A propósito de Alejo Vidal Quadras –no se pierda usted su blog en nuestra web– y de la “marca España”, en Público.es están muy enfadados porque el eurodiputado se ha soltado el pelo –valga la expresión– en la web de la marca de marras. “Vidal Quadras carga contra las instituciones en la web de la marca España”, titula el digital de izquierda. ¿Contra las instituciones? ¿De verdad? ¿Qué dice don Alejo? Dice esto: “Bruselas, de cuya ayuda vivimos, nos ha relegado a la irrelevancia”. Lo cual es muy cierto.
Y dice esto otro: “Las fuerzas separatistas han lanzado una ofensiva contra la unidad nacional de corrosiva virulencia, los terroristas han sido legitimados y han vueltos a ayuntamientos y parlamentos con la consiguiente humillación de las víctimas”. Que también es verdad. ¿Y dónde se carga aquí contra las instituciones?, se preguntará usted. En realidad, en ningún lado. Pero la secta zapaterista se sigue viendo tan instalada en el poder, tan institucionalizada, que cualquier reproche a sus postulados se convierte, para ella, en un ataque a las instituciones.
A los de Público.es, por otro lado, parece escandalizarles que Vidal Quadras use una web gubernamental para expresar una opinión personal. Dicho de otro modo: para estos chicos, el lenguaje gubernamental debe ser ante todo convencional e hipócrita. Viva la sinceridad, ¿no? De todas maneras, si la izquierda mediática quiere frases para sacarles punta hasta convertirlas en estiletes, el Gobierno del PP está demostrando ser una mina inagotable. Todavía no había cesado el eco del resbalón de Fátima Báñez –eso de llamar a la emigración forzada “movilidad exterior”, que ya le vale–, cuando llega el ministro Arias Cañete y dice esto: “Mientras se espera a que salga agua caliente, se desperdicia mucha agua, así que prefiero ducharme con agua fría antes que consumir medio litro más”.
Cañete ha dicho esto en los desayunos de Fórum Europa, y la cosa ha corrido por todas las redacciones. Parece que al gremio periodístico le aterra el agua fría. También por cierto, a otra señora que participaba en el mismo acto, la comisaria europea de Acción por el Clima Connie Hedegaard, danesa ella, que al escuchar las palabras de nuestro viril ministro se apresuró a contradecirle: “No estoy dispuesta a renunciar a mis duchas de agua caliente”. Claro, no es lo mismo ducharse con agua fría en Copenhague que hacerlo en España. Y además, que ya sabemos que estos nórdicos se han vuelto unos blandos. Como los anglicanos y sus homilías de agua caliente.