La filosofía tiene mucho de amor. Un filósofo que no tenga una emoción antecedente al concepto, creo que no es verdaderamente filósofo
Periodista Digital entrevistó, en la Fundación Juan March, al filósofo Javier Gomá sobre su ‘Tetralogía de la ejemplaridad’. Una colección de cuatro libros que se reeditan, y por primera vez, se reúnen. Las obras tratan sobre la ejemplaridad y la experiencia de la vida en un lanzamiento conjunto e individual a la vez.
Cada uno de los títulos de esta tetralogía es autónomo y de lectura independiente, y al mismo tiempo los cuatro forman parte de un plan unitario en torno a la idea de ejemplaridad: su historia y su teoría general (‘Imitación y experiencia’), su formación subjetiva (‘Aquiles en el gineceo’), su aplicación a la esfera política (‘Ejemplaridad pública’) y su relación con la esperanza (‘Necesario pero imposible’). Esta edición culmina finalmente un plan literario-filosófico muy antiguo y largamente cultivado.
‘Imitación y experiencia’
La imitación es una de esas ideas fundamentales de la cultura occidental que, como la del ser, recorre todo el pensamiento europeo de un extremo a otro.
‘Aquiles en el gineceo’
Javier Gomá aborda la necesidad moral de aceptar la propia finitud a la que todos los individuos debemos enfrentarnos.
‘Ejemplaridad pública’
Javier Gomá, Premio Nacional de Ensayo 2004, propone la ejemplaridad como principio necesario y organizador de la democracia moderna.
‘Necesario pero imposible’
Este libro recupera para la filosofía la cuestión de la esperanza, y emprende la tarea de hacer creíble una supervivencia más allá de la muerte.
TITULARES:
Cuando terminé la última entrega de las cuatro (‘Necesario pero imposible’) que forman la tetralogía, lo terminé con un corolario que se titulaba ‘Raptado por las musas, ensayo y vocación literaria’. Tiene algo de excéntrico porque no estudia temas relacionados con la tetralogía sino sobre la vocación. También implícitamente supone una reivindicación de la filosofía como literatura. Literatura en que incluye una experiencia de vocación. En mi caso una vocación muy temprana, muy radical, muy totalitaria pero al mismo tiempo de maduración muy tardía. Los primeros presentimientos de las ideas, se remontan a mis 15 años aunque mi primera obra la publiqué con 38.
En el ensayo ‘Raptado por la musas’, intento mostrar desde el principio que la filosofía tiene mucho de amor. Un filósofo que no tenga una emoción antecedente al concepto, creo que no es verdaderamente filósofo es otro género de persona, igualmente estimable pero otro género.
Los libros se han publicado en años distintos, en colecciones distintas dentro de la misma editorial. Han tenido en ocasiones lectores distintos porque el tono, la modulación, la forma, pretenden ser fieles al tema que plantea más que subordinado a un esquema sistemático. Los cuatro forman una visión conjunta de las cosas, y esa visión está preanunciada en el primer de los libros (‘Imitación y experiencia’).
No pretendía hacer una presentación por disciplinas, sino siguiendo el principio interior que el tema que estaba planteando pedía.
La mirada moderna hacia la imitación, es un fenómeno muy importante pero es vista por la mirada moderna como un fenómeno básicamente de niños, de animales, de masas, y de indígenas que viven en la época prehistoria. Cuando el hombre adquiere la madurez ya no imita. Mi libro trataba de quebrar los prejuicios. Imitar es una actitud totalmente moderna cuando se sabe a quién imitar.
Los elementos fundamentales de la imitación son: el ejemplo y la ejemplaridad. Los ejemplos son los hechos que encontramos en la experiencia, pueden ser positivos y negativos. Si pasamos del plan de la realidad al de la idealidad empezamos a hablar de la ejemplaridad, que es siempre positiva, es un imperativo moral que te induce a hacerte responsable del propio ejemplo.
Suelo presentarme como una persona que ha teorizado muchísimo, pero en mis libros no se encuentran ejemplos. Se podría decir que he dedicado el ejemplo a un libro entero que es ‘Aquiles en el gineceo’. Desde muy pronto sentí una fascinación cuando me topé con una historia de Aquiles cuando adolescente. Con ese conjunto de parábolas que estaban involucradas en el mito de Aquiles cuando adolescente fui capaz de escribir sobre ello muchos años después. ‘Aquiles en el gineceo’ subtitula ‘Aprender a ser mortal’, no es un libro contra nada, pero presenta la historia de la individualidad. El precio de ser inmortal es no tener destino, no tener nombre, no tener identidad, es estar en una especie de sombra. Vives eternamente pero vives la vida de la no identidad. El libro plantea por qué Aquiles decide ser mortal. Una posible respuesta sería porque era la única manera de ser individual, la mortalidad es el privilegio de las entidades individuales.
‘Necesario pero imposible’ trata de recuperar para la filosofía ese importante aspecto, que es saber la historia de la individualidad. En ese sentido es la continuidad de ‘Aquiles en el gineceo’.
Del tercer libro de la tetralogía (‘Ejemplaridad pública’), me gusta destacar que responde a una visión que se remonta muy antigua. Ejemplaridad en los políticos, que es el último capítulo del libro, tiene un ritmo lento, demorado, amoroso. Por otro lado el ritmo de lo político, de lo económico es un ritmo ansioso y se producen conexiones cuando la filosofía es potente y fecunda pasado algún tiempo. Aquí ha ocurrido algo con una enorme aceleración, un libro escrito sobre ideas que llevo gestando más de 30 años ha producido por un lado un proceso de simplificación y popularización de algunos de los conceptos que contiene el libro pero por otro una generalización de estos conceptos, una socialización. Se han convertido en conceptos populares porque respondía a una demanda social que quizá los conceptos entonces vigentes no respondían adecuadamente. Mi placer es comprobar que no ha habido una apropiación de estos conceptos por ningún partido, institución, ideología, sistema, sino que ha demostrado ser un concepto muy transversal, lo usan igualmente un grupo y sus adversarios.
La fuerza que tiene la monarquía es una fuerza mítica, es una fuerza simbólica. La ciencia política, es una ciencia muy racional que madura a partir del Siglo XVIII, ha pretendido crear un sistema cuya las piezas encajen de manera muy racionalista. Un sistema político que lo que pretende al final es la obediencia de los ciudadanos, en la democracia es la auto obediencia de los ciudadanos a ellos mismos y la cohesión social. Hay que comprender esa dimensión estética, poética que determinados símbolos políticos pueden desarrollar en una comunidad. En la Constitución 1978 se producen dos grandes cambios y los dos tienen un fundamento históricos, no racional: son las comunidades autónomas y la restauración dinástica.
Como existe un deber de responsabilidad dentro de cada una de las administraciones, esa responsabilidad pesa sobre aquellas personas que son titulares del poder coactivo, es una escala progresiva. En el vértice de esta escala jerárquica de poder coactivo creciente tenemos a un jefe de estado. Es como si trataramos de poner en lo más alto de esa pirámide algo que se legitima no por su coactividad sino por su amabilidad, por su fuerza, por su ética cuya legitimidad no es la impersonalidad de la ley sino algo tan corpóreo como una familia. Es más fácil sentir adhesión a las personas que por la abstracción de la ley. Es más fácil sentir simpatía por una familia que por la Constitución. La esencia de ese símbolo sin poder coactivo es la ejemplaridad.
Cuando un símbolo, que es sólo símbolo, deja de simbolizar se convierte en algo banal. La monarquía ha tenido una época en que su capacidad de simbolizar ha sido castigada y me da la impresión de que ha vuelto con una cierta nueva vitalidad que está por ver si es capaz de proporcionar eso que un mítico político debe proporcionar que es encanto, seducción, unión, simpatía, ser verdaderamente ese símbolo de unidad y pertenencia que le asigna la Constitución Española.
Se debe aprender a ser ingenuos porque en primer lugar hay una necesidad de ser ingenuo, que yo hablo de ingenuidad aprendida o ingenuidad elegida, se diferencia de esa ingenuidad de primer grado que sería la ingenuidad de quien simplemente desconoce que a lo mejor tiene la osadía del ignorante. No se trata de tener la osadía del ignorante sino conociendo las complejidades estructurales de la vida, en particular de la sociedad, conociendo estas dificultades atraerte a lo mejor en todas las áreas, en todas las disciplinas.
Es importante distinguir en ser inteligente y ser sabio. Ser inteligente es aquél que sabe procurarse los medios para obtener un fin mientras el sabio es aquél que escoge bien el fin. La necesidad de ser sabio en todas las épocas se añade la particular necesidad de nuestra época en la que un cierto paradigma de sospecha, de sarcasmo, de desilusión es un paradigma dominante. Toda época es una aspiración al ideal, y no nos debemos resignar a decir que la democracia es demasiada compleja, deberíamos aceptar que el precio de ser libre es la renuncia al ideal, yo creo que no. Debemos recuperar la ingenuidad aprendida, la de quien sabe las dificultades y pese a eso se atreve a pensar, a elegir, a sentir y a tener la emoción primaria que son los objetos de la poesía, de la filosofía, del arte que debemos recuperar con toda ambición.
A veces me tachan de optimista y yo rechazo siempre esa etiqueta, porque optimista es quien proyecta y quien afirma que el futuro será mejor. Lo que me llena de confianza es ver la historia de la humanidad haya dado un progreso material y moral. Lo que nos permite afrontarlo con una cierta confianza. Este proyecto que ahora termina, muy a contracorriente, se supone que no se puede decir nada nuevo y aquí he dedicado 1500 páginas a algo nuevo en el ámbito de la filosofía.
Lo cierto es que en mi experiencia yendo a contracorriente en las tendencias generales del pensamiento no puedo decir sino que he tenido una recepción muy amplia. Creo que muestra una sed de interpretaciones filosóficas que sean unitarias, que indiquen un camino a la gente, que ilumine sus experiencias individuales, y que le dé motivos para el entusiasmo. El entusiasmo que te hace aspirar siempre a lo mejor.
Javier Gomá Lanzón nació en Bilbao en 1965. Es doctor en Filosofía y licenciado en Filología Clásica y en Derecho. Ganó las oposiciones al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado con el número 1 de su promoción. Desde 2003 es director de la Fundación Juan March.
Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo de 2004 por su primer libro, ‘Imitación y experiencia’ (2003), que, junto con ‘Aquiles en el gineceo’ (2007), ‘Ejemplaridad pública’ (Taurus, 2009) y ‘Necesario pero imposible’ (Taurus, 2013), conforman una tetralogía dedicada a la experiencia de la vida. Ha reunido sus ensayos y conferencias en ‘Ingenuidad aprendida’ (2011), ‘Todo a mil’ (2012) y ‘Razón: portería’ (2014), y ha dirigido el volumen colectivo ‘Ganarse la vida en el arte, la literatura y la música’ (2012). Escribe regularmente en periódicos, revistas y suplementos y colabora en Radio Nacional de España (RNE). En 2012 fue elegido por la revista Foreign Policy (en español) uno de los cincuenta mejores intelectuales iberoamericanos más influyentes.