Arrancamos la semana con un nuevo cuento para leer en la hamaca. Nuestra escritora de agosto, Julia A. García, nos propone este lunes una historia de culpables e inocentes. Un abogado inexperto será el narrador curioso y su peculiar clienta nuestra protagonista. Una sola pregunta: ¿culpable?
¿CULPABLE?
Mi primer caso como letrado fue un asunto de tráfico de drogas. Estaba muerto de miedo porque me entregaron los autos el día antes del juicio.
La acusada era Paraguaya y le faltaban dos dientes en la foto. Una nota manuscrita, en un «post-it» pegado a la ficha policial, hablaba de ella:
«Elena dejó hijos en Paraguay
para atravesar el mundo,
con unos «polvos de talco» muy «guay»
pero el asunto era chungo… «
Debió escribirla un poeta mediocre que se hacía pasar por comisario de frontera.
Los agentes del aeropuerto la habían detenido al pisar tierra Española. Incautaron la cocaína escondida en su maleta y mutaron sus quimeras en una pesadilla preventiva que ya duraba más de dos años.
No hubo tiempo para preparar la vista y menos para hablar con ella. Improvisé la defensa con estrategias aprendidas de las películas de Billy Wilder y varias semanas después llegó la sentencia.
Arranqué la moto y volé a la cárcel. Elena apoyó sus manos en el cristal y clavó sus ojos en los míos. Su vida entera colgaba de mi boca.
-Eres libre. Hemos ganado – Dije satisfecho.
Las lágrimas de Elena se derramaron como una riada.
Ahora dime la verdad. -Le pregunté- ¿Eras inocente?
-Abogado, dígame una cosa – Respondió – soñar una vida mejor que la mía ¿es ser culpable?…
Jamás volví a hacerle una pregunta tan absurda a un cliente.
