No daba crédito a lo que acababa de leer, aunque con los hechos acaecidos en los últimos cuatro meses, sabía que todo era posible. El verano había transcurrido lleno de rumores, las llamadas fake news. Se habían oído tantos disparates que pensaba que estaría preparado para afrontarlos cuando alguno se confirmara, pero en eso también estaba equivocado. Las piernas le temblaron unos segundos al terminar de leer la carta. Una de las serpientes de verano se hacía realidad.
El termómetro superaba los cuarenta grados y eran casi las nueve de la noche del último miércoles del mes de agosto. Quién le iba a decir a David que llegaría a esas horas de trabajar en el mes más vacacional del año, aunque siendo rigurosos no venía de la oficina. Nunca llegaba tan tarde a casa por motivos laborales. Sin embargo, desde el 1 de mayo todas sus rutinas se habían modificado. Él, que en sus veinticinco años trabajando tenía el contador de horas extras en los bares casi a cero, este mes no había fallado ni un día. «Llevo más cervezas este verano con los compañeros de trabajo que en toda mi vida laboral», pensó en su segundo intento por abrir la puerta del portal.
—Lucía, ¿dónde estás? —gritó por el pasillo mientras buscaba a su mujer.
—En la habitación del pequeño. Estamos leyendo el cuento de antes de dormir.
—Pequeñajo, dame un beso…, pero ¿tú no tenías que estar ya dormido?
—Papi, no te enteras, estoy de vacaciones.
—Es verdad, hijo, es que no sé ni en qué día vivo. Tengo que hablar con tu madre, así que vas a tener que acabar de leer el cuento tú solo.
—Mira que eres bruto, David… —empezó a decir Lucía, antes de darse cuenta por la cara de su marido que la conversación no podía esperar.
Se dirigieron hacia la cocina, y nada más entrar, David sacó dos cervezas de la nevera.
—¿Te vas a tomar otra? Cuando me has dado un beso he notado que olías a alcohol, no sería mejor…
Lucía volvió a dejar la frase sin terminar cuando su marido le puso la botella en la mano. David dio el primer trago de pie, junto a la nevera, sin articular palabra. Siempre que hablaban de temas importantes o se barruntaba una discusión, la copa de vino o la cerveza se la bebían en el sofá del salón. En la cocina era inédito, así que debía haber ocurrido algo grave.
— ¿Lo has visto en el televisor o lo has leído en las redes sociales?
—No sé de qué me estás hablando, David, llevo con el niño toda la tarde. Parque, ducha, cena, cuento…, no me he sentado ni un minuto.
—Entonces debo de ser de los primeros.
—David, por favor.
—Tengo que volver a la universidad.
—¿Qué me estás intentando decir?
A Lucía esa última frase no le anticipaba nada bueno. Su marido acababa de pronunciar la palabra «universidad», término tabú para él. David le enseñó la carta que ya se había leído tres veces.
Estimado David de Biedma,
Sabes que estamos viviendo tiempos de cambios, y para afrontarlos necesitamos construir un país más fuerte, más culto, mejor dirigido, por lo que consideramos imprescindible apostar por la formación. Por tal motivo has sido seleccionado para incorporarte al grupo de trabajo «Economía Colectiva», dentro del proyecto «Universidad Colectiva Obligatoria».
Desde hoy mismo y hasta la finalización del próximo curso académico, has sido liberado de tus obligaciones profesionales. Para tu tranquilidad, queremos decirte que la empresa donde trabajas recibirá un burofax en el que se le comunicará tu nueva situación.
Durante este periodo recibirás el mismo salario que estés percibiendo en la actualidad, ya que tu pagador continuará haciéndose cargo, y una vez termine el proyecto te reincorporarás al mismo puesto de trabajo, el cual está garantizado.
Es esencial cumplir este compromiso con la sociedad, por lo que no se trata de algo voluntario. Aun así, deseamos que pienses que estás ante una gran oportunidad para ayudar a tu país.
Este programa será aprobado con la mayor brevedad posible mediante decreto-ley, y publicado posteriormente en el Boletín Oficial del Estado.
Por todo lo expuesto, deberás incorporarte el próximo 4 de septiembre a las 9:00 en la Facultad de Ciencias Económicas donde realizaste tus estudios universitarios. Te estaremos esperando en el aula magna.
Nos vemos en unos días.
Un cordial saludo,
Ministerio del Interior
—¿Para tu tranquilidad? Señores, les puedo asegurar que no lo han conseguido —espetó David al ver a Lucía terminar de leer la carta.
—Vaya carta tan rara.
—¿Rara? Muy directa y ausente de explicaciones. Nos tutean en una carta oficial remitida desde un ministerio, hecho que me parece inaudito. Se hacen los cercanos y a mí lo que produce es más distancia. De coloquiales que quieren ser, suenan dictatoriales. Indescriptible lo de este Gobierno. Todo esto me parece la carta.
—Yo solo te decía que era rara, no seas tan negativo.
—Me obligan a regresar a la facultad con más de cincuenta años, no sé cómo pretendes que sea positivo. Al menos espero que los de la cafetería se acuerden de mí, por el tiempo que pasé allí.
—Ahora bromeas. No hay quién te entienda. Y David, tienes cincuenta y un años, que cualquiera que te oiga pensará que estás a punto de ser sexagenario.
—Estoy indignado, eso es lo que estoy. Menos mal que el alcohol me ha anestesiado algo el golpe.
—Al menos dicen que seguiremos recibiendo el salario —comentó Lucía con la duda de si era buena idea seguir diseccionando el contenido del escrito.
—Lo pone, aunque habrá que verlo. Yo no me lo creo demasiado. Ya sabes que este Gobierno no ha dicho una sola verdad en estos cuatro meses.
—¡Ay, cariño!, no seas tan crítico. A mí tampoco me gustan, pero es que tú les tienes una manía terrible.
—Sé que no puedes ser imparcial por tu hermana, pero al menos tienes que reconocer que cada día se inventan una estupidez nueva. ¿Tú ves normal que tenga que dejar mi puesto en el banco durante un año para retomar los estudios? ¿Estudiar el qué y para qué? A saber lo que estarán tramando con esta genial idea.
—Si quieres llamo a mi hermana y la pregunto, aunque no me hablo con ella desde…
—Sé el momento exacto, desde el día que la nombraron ministra y yo discutí con ella. Con tu hermanita melliza. Menos mal que no os parecéis en nada. Y no la llames, ya nos enteraremos.
—Reconozco lo extraño que suena tener que volver a estudiar, David. Eso lo comparto. Pero si con un poco de suerte te dan una buena formación, como si fuera un master, y encima gratis, tampoco lo veo tan horrible. Y con el mismo sueldo, claro. Lo mismo se trata de un reconocimiento.
—Hay tantas posibilidades de que esta gente me promocione a mí, como que yo les vote a ellos.
—Lo que sí te pido para el próximo lunes es que te comportes, y no vayas mostrando tan a las claras tus ideas. ¿Sabes de alguien más que haya recibido esta carta?
—No me ha dado tiempo de preguntar a nadie, acabo de cogerla del buzón. Ganas me han dado de romperla, así podría alegar que no la he recibido. No se han dignado ni a mandarla certificada.
Lucía hizo caso omiso del comentario.
—Si quieres pregunto en el chat del cole. Seguro que hay alguien más en tu misma situación. O conocerán al amigo del amigo. Dicen que lo van a publicar en el BOE. Eso significa que debéis ser bastantes los seleccionados.
—No te compliques y menos en ese grupo, con lo cotillas que son la mayoría.
—Tienes razón, el chat no está para eso. Luego soy yo la primera que me quejo si alguien escribe cosas que no debe. Aún quedan cinco días, así que seguro que antes nos enteramos de algo más. Pero que sepas que yo me niego a pensar que va a ser algo negativo.
—Me temo que será peor todavía.
—Lo mismo te llaman por tu experiencia en la facultad de tus años del doctorado.
—Lucía, de verdad…, no es un tema del que me guste hablar, y menos hoy.
David se terminó la bebida mucho más rápido que su mujer, y los siguientes minutos solo hubo silencio. Su cabeza era un torbellino de negatividad, y Lucía no quería forzar la conversación.
—Cariño, ¿te acuerdas cuando hace tiempo te dije que en diez años tendríamos que irnos del país? Reconozco que lo decía con la boca pequeña, pero hoy me arrepiento de no haber huido en ese momento.
—No era fácil tomar esa decisión con los niños tan pequeños —le dijo Lucía que no quería discutir más por esa noche.
Durante la siguiente media hora el único ruido en la vivienda fue el de un abrebotellas. Se quedaron bebiendo las dos nuevas cervezas con la mirada fija en una pantalla plana sin volumen. Un partido en diferido de la NBA, de las series finales de la anterior temporada. Tenían que hacer tiempo hasta que sus dos hijos mayores llegaran a casa, aunque habían decidido que hoy no se lo contarían.