Texto extraído de la novela El Facha

Programación (solo) para rojos y maricones

La vida en el régimen. Tarde de tele.

Programación (solo) para rojos y maricones

«—¿Sabes algo de los programas que echan actualmente?

—Lo que veo en los bares.

—Esa colección de macarras, bujarrones, tortilleras y comadres —señaló la pantalla del televisor—, ganan una pasta despellejándose entre sí y a los demás. Al que cogen por banda lo fríen a base de inventarle falsos.

—¿Y no los denuncian?

—Sí, pero las pocas multas que les cascan son el chocolate del loro. Las compensan con un par de anuncios.

Estuvieron viendo cómo se cargaban a uno que se había liado, por la tela, con una vieja gloria de la televisión.

—El gigoló tampoco es ningún niño —opinó el Junco.

—Pero es que la otra anda por los ochenta tacos —aclaró Juan.

Después del segundo cubata, el Junco preguntó:

—¿Y os tragáis esta mierda, dos intelectuales de prestigio como vosotros?

—Lo uso como terapia; viene bien soltar un «cabronazo» o un «mariconazo» de vez en cuando.

[…]

La presentadora del programa, una gorda que se lo tenía creído, cambió de tercio y dio entrada a un vejestorio que presentó como feminista de primera hora, lo que despertó la admiración del personal. La feminista se sentó en un sillón de mimbre a modo de trono, con la finalidad de dar una charla sobre su especialidad y reprochar a los presentes que no usaran el leguaje inclusivo. Le tiró de las orejas a una tía que se había metido con otra, después de visualizar un video con los hechos. La gorda intervino para decir que era inadmisible que las mujeres no hicieran un frente común y que se dedicaran a sacar los defectos de otras mujeres.

—¡Esa guerra la tienes perdida, gorda! —exclamó Juan—. El enemigo lo tenéis en casa; es lo que nos salva hasta la fecha.

La feminista siguió señalando los fallos machistas, y la gorda continuó echando las correspondientes broncas.

—A Cela se le olvidó incluir en Mazurca para dos muertos algunas de las señales del hijoputa —comentó Juan—. El pelochozo es una de ellas —la presentadora lucía un peinado con la raya al medio, que se mantenía sobre la cara a modo de tejadillo a dos aguas, con la forma de un chozo.

La gorda dio paso a la publicidad, no sin antes anunciar, mirando al tendido, que continuarían el programa con el análisis de una palabra feminista que no recogía el diccionario.

Se tragaron los anuncios, de los que uno de cerveza se iba a encargar de limpiar el planeta; otro prometía a las viejas alisarles el pescuezo; otro anunciaba una pomada contra los picores del chichi —el Junco comentó que el personal le iba a sacar punta a lo de los picores—; y otro de maquinillas con un toque feminista.

[…]

La gorda dio paso a otro de los presentadores del programa, que entró desde su casa por Skype —porque se encontraba de baja— para felicitarlos por la nueva sección feminista.

—Otra de las señales del hijoputa es la boca de chocho —continuó Juan, señalando con la barbilla al nuevo, que lucía una barba de maricón de la que sobresalían unos labios operados.

[…]

Juan cambió de cadena.

—Esta no se puede emplear ni como terapia —dijo refiriéndose a la nueva cadena—. Hace tiempo que no la veo, las tripas no me dan para tanto. Se dedican a perseguir a todo lo que no huela a progre con excelentes resultados: a los de derechas los han convertidos en socialdemócratas que salen de procesión en las manifestaciones feministas y se colocan los lazos morados en señal de abjuración machista. Los desgraciados no saben que la conversión no les va a servir de nada. El periodista que campa a sus anchas en la cadena es cuellicorto, señal inequívoca del hijoputa.

En esos momentos le daban cera a un tenor al que acusaban unas cuantas tías de abusos deshonestos en los ochenta. Una de las que opinaban en el programa —con media melena canosa— dijo que el tenor era un baboso.

—No hay nada más peligroso que una feminista sin teñir —comentó Juan.

Otra, muy compungida, dijo: «nos están violando y asesinando».

—Esa pertenece a una saga que siempre está con el régimen —informó Juan—. Su padre vestía con trinchas y camisa azul. Escribió en Arriba loas a Franco hasta que la palmó. Ahora es un progre de pro que imparte doctrina y que tiene a sus niñas colocadas en las televisiones de la ortodoxia. Toda la familia se caracteriza por otra de las señales del hijoputa: los ojos legañosos».

Continuará…

  Furrier

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