Un gran despliegue de medios y talentos para ningún mensaje
El Teatro Real presentó el plato más exótico de la temporada. No hubo protestas y los cuatro ingredientes básicos del espectáculo fueron aplaudidos: más el cantante Antony y el actor Willem Defoe que los artífices de la obra, el escenógrafo Robert Wilson y la artista Marina Abramovic, a cuya biografía, concepciones vitales y preparativos mortuorios está consagrada esta ópera prefabricada con músicas menores y textos anodinos, sin partitura, sin orquesta y sin voces operísticas, ensamblada con el característico poder visual y la enorme experiencia de Bob Wilson en un monumento al minimalismo, pletórico y excesivo, cénit y declive de un estilo: música ambiental repetitiva, inacción declamada, lentitud exasperante, belleza glacial y personajes convertidos en estatuas inanimadas, con un diablillo retozón animando un mundo de recortables, repeticiones, rebobinados y secuencias que buscan hipnotizarte y consiguen vencerte.
Un envoltorio atractivo para un regalo repetido. La consagrada y semidivina Abramovic nos prometía haber superado ese descomunal ego y ese patético protagonismo que lleva exhibiendo por el mundo desde hace décadas, pero esta obra no es más que un colofón egocéntrico, un epitafio descomunal de un conjunto de anécdotas que lleva repitiendo años y años y que afortunadamente ni refleja ni representa nuestra época salvo en sus carencias, balbuceos y pretensiones.
El envoltorio fabricado por Wilson, como decimos, tiene el imán de un estilo depurado, reconocible al instante, pero que de tanto repetirse (véase su anterior y cercana presencia en el Real con ‘Pélleas et Mélissande’) se está convirtiendo en lo contrario de lo que supuso, un escalón superado. Víctima del mal que termina aquejando a todos los creadores, se repite y repite, insiste hasta la extenuación, y somete al espectador a tan excesiva ración de sus dotes culinarios que termina produciendo hartazgo. La obra se excede en duración, estira la lentitud hasta el inmovilismo, y el poder de seducción de la música minimalista, la luz tenue y lentamente cambiante, los movimientos ralentizados y la suspensión del espacio y el tiempo en una visión estática y extasiada termina en aburrimiento repetitivo.
La señora Abramovic quería contar su vida desde hace muchísimo y simular su muerte desde hace bastante. No podía ser en una de sus performances, discutible género artístico cuya esencia es carecer de tema. Ha terminado en las antípodas de su carrera artística, en la ópera, el más refinado y complejo de los espectáculos inventados por los humanos. Ha movilizado a su mayor gloria un ramillete de las mejores flores de la escena global y todas demuestran su excelencia.
Willem Dafoe confirma ser un gran actor que ha madurado mejorando y está en su mejor momento. En su papel de narrador descoyuntado y bufón travieso -el único que se mueve en un escenario petrificado- puede que caiga en caricatura pero sobre sus hombros, sus movimientos, sus inflexiones de voz, se apoya todo el espectáculo.
Antony descubre grandes aptitudes para la dirección musical. El ensamblaje de materiales tan diversos es excelente; existe una continuidad que no tiene la trama y que junto a la que asegura la escenografía convierten en unidad lo que es amalgama. Como cantante despliega aptitudes muy superiores a las de las estrellas del pop y su voz de contratenor conecta con la última y persistente moda en los teatros de ópera, las voces entre hombre y mujer, entre tenor y soprano, que representan el ascenso incontenible del tercer sexo. Sus canciones resultan repetitivas, tienen momentos intensos y lirismos lacrimógenos sobre textos muy irregulares, a veces ripios, a veces metáforas aceptables.
En los escenarios actuales prima la mezcla de influencias y el cóctel de sustancias dispares. Así son el vestuario, los artefactos y los recursos puestos en juego en esta vida y muerte de doña Marina. Todo bello, todo equilibrado, todo homologado en un ecualizador de buen gusto, espíritu creativo y dominio técnico. Hermosos paisajes sonoros de William Basinski y conmovedoras notas folclóricas de Svetlana Spajic. Los figurines de Reynaud y la iluminación de Weissbard son simplemente extraordinarios. El equipo técnico que arropa a don Robert es sin duda de los mejores del mundo. Seis creadores de performances arropan con su experimentada presencia y aportaciones a la Abramovic, que conserva el hieratismo de sus creaciones de ‘arte en vivo’, pero lo enriquece con indudable carisma, buena presencia, convincente dicción y en fin, dotes de actriz que sumar a sus dotes de ‘performante’. Los vídeos se van mejorando y de la tontería limpia calaveras con que empiezan, terminan en un impactante Tito afeitándose que sobrecoge. Hay muchos uniformes yugoslavos que son como los españoles de la misma época y parecido régimen político, el uno desde una autogestión inviable y el otro desde un paternalismo igual de feroz; hay perros olisqueando falsos muñones, hay hoces y martillos, banderas al viento, estandartes romanos convertidos en ángeles alados, niñas bigotudas, féretros, neones y muchos personajes inspirados en aquellos recortables de nuestra infancia, que permanecen inanimados, se mueven a cámara lenta y en alguna ocasión corren por el escenario. Y todo termina con una ascensión en cuerpo y alma a los cielos.
Quien asciende naturalmente es Santa Marina de la Performance, flanqueada por dos ancianas vírgenes con los ojos cerrados. En un Festival artístico y teatral como los que coproducen la obra, ‘The life and death of Marina Abramovic’ sería un espectáculo sobresaliente, de primera magnitud. En un coliseo operístico como el Teatro Real de Madrid, único europeo en su género que se ha atrevido con el experimento, resulta el ingrediente arriesgado e innovador que toda buena temporada debe incluir. Ni ditirambos ni flagelos. Pros y contras, aciertos y defectos. Los géneros evolucionan. Vivimos un momento de síntesis. Se busca el espectáculo total.
Una vez bajado el telón y reposado el juicio, tras los oropeles y vanidades del espectáculo, cabe siempre preguntarse qué aporta y qué nos aporta además de un buen, pasable o mal rato mientras le dedicábamos nuestro preciado tiempo. Poco, es la respuesta a ambos niveles. Un gran despliegue de medios y talentos para ningún mensaje.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Dirección musical: 7
Dirección artística: 8
Libreto: 5
Música: 6
Voces e Interpretación: 7
Escenografía: 8
Coreografía: 8
Realización y Producción: 9
TEATRO REAL
‘The life and deaft of Marina Abramovic’
Del 11 al 16 de abril
Creador, director de escena y escenógrafo, Robert Wilson
Cocreadora, Marina Abramovic’
Director musical, compositor y letrista, Antony
Actor, Willem Dafoe
Primera parte: 1 hora y 25 min.
Pausa de 25 min.
Segunda parte: 55 min.