Sí, tal como se titula, danza contemporánea 'unica en su especie'
El Teatro Real ha ofrecido cinco funciones del Ballet de la Ópera de Lyon interpretando la coreografía de Jirí Kylián “One of a kind”, una de las obras consagradas del repertorio contemporáneo. Y aunque el curso cultural está aún empezando, nos atrevemos a adelantar que será sin duda uno de los espectáculos más bellos, elevados e inspiradores de toda la temporada madrileña. Demasiados espectáculos descienden hasta lo obvio y fácil para atraer al público. Esta pieza se mantiene en unas alturas de difícil acceso, sin la menor concesión popularizadora y didáctica, y obliga a trepar entre numerosas dificultades para acceder a su goce. Difícil, escueta, conceptual y replegada. Zen con la estética más refinada, la música más sugerente y el movimiento más sutil; síntesis de dos culturas confluyendo, la japonesa y la europea; puente entre los dos hemisferios cerebrales, razón y fantasía; un ejemplo de arte que trasciende.
Suele ocurrir que los autores no aciertan a explicar sus obras, y entre coreógrafos actuales es algo generalizado. La danza contemporánea es uno de los terrenos artísticos menos accesible a su explicación con palabras, a la lógica del lenguaje hablado. Kylián repite que “One of a kind”, algo que podría traducirse como ‘Único en su especie’, presenta una reflexión sobre la condición humana dividida entre su deseo de independencia y su dependencia de la colectividad. Podría ser. Tiene una estructura en tres actos que podrían ser presentación, nudo y desenlace de una historia sin argumento. Utiliza una narración abstracta y melancólica, basada en solos y duetos alrededor de las notas desgranadas por un violonchelo tocado en directo. Una bailarina surge de entre el público, frágil y dubitativa, y permanecerá en el escenario a lo largo de toda la representación, -observando, durmiendo, improvisando lentos movimientos, incluso durante los dos entreactos/descansos que permiten el cambio de decorado. Y será la última en salir de escena. Esta mujer representa la conciencia del mundo para Jirí Kylián, el elemento permanente, el equilibrio, el lazo eterno que une pasado, presente y futuro, ‘personaje zarandeado, maltratado, que pasa de mano en mano, es la metáfora de la libertad amenazada’, explica.
Las tres escenas de la pieza tienen lugar en paisajes abstractos y simbólicos: el primero está erizado de metales blancos como icebergs; el segundo es una composición abstracta y móvil, entre un lienzo constructivista y una estructura dinámica de Calder, donde grandes objetos se mueven en el espacio en una danza hipnótica; el tercero se basa en enormes cortinas de hilos de oro, barrotes chispeantes que encierran a los bailarines en una jaula dorada. La escenografía está diseñada por el arquitecto japonés Atsushi Kitagawara, intentando reforzar la idea de lucha interior en cada ser humano. ‘Kitagawara me ha enseñado a entender la danza como una arquitectura espacial en cambio permanente’, dirá Kylián.
El espacio vacío y los pocos elementos que lo marcan, surcan o limitan respectivamente en los tres actos, están habitados por una iluminación sutil, cambiante, repleta de matices en perpetuo diálogo con la sombra. La música completa el trío de elementos que trabajan al unísono para crear una sensación de inmovilidad en movimiento perpetuo, de eternidad permanentemente agitada, de alteraciones aleatorias ruido-silencio, luz-sombra, lentitud-frenesí, el juego de opuestos en que se basa este juego de sensaciones enunciadas.
La excepcional banda sonora es obra de un músico llamado Brett Dean que ha seleccionado, combinado y mezclado electrónicamente elementos diversos y hasta opuestos, de los madrigales de Gesualdo al ruido musicado por John Cage, de los rezos tibetanos al canto de los pájaros de la selva australiana, tambores africanos, ambientes dispares, y sobre este inmenso paisaje musical de múltiples estratos simultáneos, el violonchelista, Matthew Barley, interpreta en directo las pautas complejas que alumbran o persiguen a los cuerpos en danza. “En mis coreografías, el punto de partida siempre es la música’, confiesa Kylian. Esta banda sonora efectivamente ‘traspasa los límites del tiempo y el espacio, haciendo escuchar al público cinco siglos de música’, como él piensa.
Escenografía, iluminación y música crean un lugar turbador donde surge la danza, a ráfagas, a borbotones, pero siempre dotada de una cualidad que podría llamarse lentitud si no permanecería también en los momentos agitados. Es de nuevo la presencia del zen, es de nuevo el paisaje de la meditación, el territorio donde la mente se vacía y el cuerpo flota, donde todo ocurre sin que ocurra nada.
Pueden ustedes comprender que tras este intento fallido de transmitirles un atisbo de la atmósfera del espectáculo, prescinda ya de más palabras. Hacía mucho que no me sentía invadido por las benefactoras ondas alfa cerebrales, las que aparecen en el estado de meditación serena, las que buscan toda las técnicas de psicología transpersonal, ancestrales y modernas.
Quizás así se entienda por qué Jirí Kylián es tan celoso de esta obra y no la deja representar a casi nadie. Es sin duda una de sus mejores realizaciones, porque une fondo y forma, porque ha puesto la técnica y las dotes artísticas de un grupo de seres muy sensibles al servicio de un mensaje de elevación personal y colectiva sobre nuestras limitaciones.
Recordemos finalmente que este es de alguna manera nuestro año Kylian, pues ya la Compañía Nacional de danza nos ofreció antes del verano un programa con tres de sus coreografías, ‘Sleepless’, ‘Petite Mort’ y ‘Sinfonía de los Salmos’. Buen momento para recordarlas. También en la inauguración de la temporada 2007-2008 el mismísimo Nederlands Dans Theater visitó el Real con un programa que incluía ‘Bella Figura’, y en 2010 nos volvió a visitar con ‘Whereabouts unknown’ (Paradero desconocido), y esa misma ‘Symmphony of Psalms’ (Sinfonía de Salmos) sobre la música de Igor Stravinsky (ver reseña).
En la última representación, que fue a la que asistimos, el aforo estaba casi completo; hubo algunas deserciones en los intermedios y frialdad final en una minoría de los asistentes, acompañada de patente entusiasmo en la mayoría de los afortunados presentes.
–Otro más–
Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 9
Concepto: 9
Dirección: 8
Coreografía: 8
Música: 9
Interpretación: 8
Escenografía: 9
Iluminación: 9
Vestuario: 7
BALLET DE LA ÓPERA DE LYON
ONE OF A KIND
Ballet en tres partes
Estrenado por el Nederlands Dans Theater en La Haya el 5 de mayo de 1998
Estrenado por el Ballet de l’Opéra de Lyon el 10 de junio de 2008
Dirección: Yorgos Loukos
Concepción y Coreografía, Jirí Kylián
Música, Brett Dean, con préstamos de obras de David Hykes, Carlo Gesualdo da Venosa, Chiel Meijering, David Lumsdaine, John Cage, Benjamin Britten y diversas músicas étnicas.
Violonchelo, Matthew Barley
Escenografía, Atsushi Kitagawara
Vestuario, Joke Visser
Tejidos, Yoshiki Hishinuma
Iluminación, Michael Simon
Asistentes de coreografía, Cora Bos-Kroese, Ken Ossola
Duración aproximada, 1 h y 50 min, con dos pausas de 20 min.
Días 4, 6 (17.00 y 21.00 horas), 7, 9 de octubre de 2012.