Una gran ópera del XIX a la que sobran alusiones forzadas del siglo XX
El diplomático y escritor -muy bueno y muy olvidado- Juan Valera,publicó en 1874 una novela de enorme calidad psicológica, ‘Pepita Jiménez’, que fue un gran éxito, vendió más de cien mil ejemplares en aquella época y fue traducida a diez idiomas. Uno de los mejores músicos españoles de todos los tiempos, Isaac Albéniz, compuso veinte años después una ópera basada en ella y con el mismo título, cuya historia, sucesivas versiones y desprecio colectivo es paradigma de lo que aquí ocurre con lo bueno. Albert Boadella ha tenido el valor y el acierto de empeñar a los Teatros del Canal en una ambiciosa coproducción hispanoargentina con muchos aciertos y algunas lagunas. Sólo cuatro representaciones y todo un acontecimiento.
Esta ópera en dos actos fue estrenada en el Liceo de Barcelona en 1896 sobre un libreto de un aristócrata británico, FrancisMoney-Coutts, que pagó el capricho de su bolsillo y realizó un buen trabajo, aunque centrado únicamente en el desenlace de la historia y sin la calidad literaria y la complejidad psicológica del original, la atracción letal entre una joven y devota viuda y el hijo seminarista de su mejor amigo y rendido enamorado, un rico propietario rural. Se pierde todo el maravilloso entramado psicológico de la novela, los recovecos y dudas por los que Pepita y Luis llegan a la temida y ansiada situación. Un dramón para la época, algo de tremendas implicaciones entonces, que hoy apenas podemos comprender. Un libreto ¡en inglés!, un completo exotismo en el género que mutilaba el proyecto de una parte importante de su idiosincracia pero que fue aceptado por un Albéniz al que no sobraban los encargos y se resignó al malentendido. Posteriormente tuvo diversas adaptaciones por el mismo compositor y más adelante por otros, con versiones en los idiomas italiano, francés y alemán, con montajes en dos actos y tres actos. En España el público la rechazaba porque no era típica zarzuela, y en Europa chocaba porque no era típica ópera alemana o italiana. Tuvo que esperar a los años 60 del pasado siglo para que Pablo Sorozábal la dotara de un texto en español y la grabara en 1967 con Teresa Berganza y Julián Molina.
Por tanto, no se explica como Calixto Bieito ha declarado: “Nunca tuve la tentación de traducirla al español. Mi experiencia con las traducciones ha sido bastante mala. Si tradujéramos Pepita Jiménez al castellano tendríamos que cambiar partes de la música, acentos, etc. Estoy seguro de que eso sería un desastre. ¿Por qué no hacer el original en inglés como el compositor lo concibió?”. Tampoco se explica que José Ramón Encinar no informara al bueno de Bieito de que no hacía falta traducir Pepita Jiménez porque ya lo estaba, y muy bien por cierto, y que bastaba entrar en ebay.com para comprar esa grabación de Sorozábal junto con el preciado libreto en español por el módico precio de 15€.
Reponer a estas alturas ‘Pepita Jiménez’ en inglés es el mayor fallo de este laudable proyecto, y hubiera sido bien fácil el evitarlo. Ciertamente, la versión musical de Sorozábal como la de Josep Soler en 1990, diferían mucho de la partitura original, aquella tintada de verismo zarzuelero y esta teñida de solemnidad neoclásica. Pero se trataba solamente de incorporar el texto en español a la partitura original, para cuya asimilación había habido un paso previo importante la grabación de José de Eusebio con la partitura original completa y sin adulteración, grabada en el Teatro Bulevar de Torrelodones en 2005 con Carol Vaness y Plácido Domingo en los papeles principales y los mismos Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid que estos días nos la ofrecen.
Dejemos a un lado la labor de José de Eusebio para rescatar del olvido la obra operística de Albéniz con el imprevisto gran éxito de ‘Merlin’ en CD, en escena y en DVD y las recuperaciones de ‘Henry Clifford’ en disco y de ‘San Antonio de la Florida’ para el teatro. Exceptuando la opereta inglesa The Magic Opal, Pepita Jiménez fue la única obra escénica del autor capaz de causar sensación en el momento de su presentación. Albéniz la revisó dos veces después del estreno barcelonés de 1896, primero para su publicación y para una reposición en Praga el mismo año, y luego –y a la luz de algunos consejos sobre la orquestación hechos por Paul Dukas– para una exitosa producción bruselense en 1905. Su tema español y la ambientación ibérica sitúan justamente a Pepita Jiménez en el centro del mundo musical de Albéniz y cualesquiera que sean sus deficiencias, sigue siendo con mucho su más concentrada y amena obra escénica, tanto en estilo como en contenido.
Vayamos ya sin más dilación a esta ‘Pepita Jiménez’ producida por los Teatros del Canal y el Teatro Argentino de la Plata, cuyo director Marcelo Lombardero ha dimitido hace ya un tiempo. La dirección musical de José Ramón Encinar es magnífica. La extraordinaria partitura de Albéniz, su modernidad wagneriana con toques puccinianos, y al mismo tiempo su peculiaridad española, el profundo sabor nacional sin la menor concesión folclórica, se expresaron en toda su valía por una orquesta realmente sobresaliente, en absoluto familiarizada con el particular género operístico, y que sin embargo nada hizo envidiar a la más experimentada con que contamos en estas lides, la del Teatro Real.
Perfectamente coordinada con las voces, quizás con demasiado volumen en algunos momentos, nos hizo disfrutar de una delicada, inspirada y precisa composición que tiene su momento más álgido en el coro de niños del acto II (“Born into common humility”), el ballet y la escena de la fiesta nocturna que le sigue, y el hipnótico “ Love moves by night!” cantado por Don Luis con el que culmina. En cualquier caso Pepita Jiménez se distingue por su generosidad melódica, su sofisticación armónica y su rigor sinfónico. Parece mentira que se haya criticado tan cicateramente a Albéniz como orquestador. Y cuando una obra se dirige e interpreta exhibiendo tal comunión intelectual con la misma, los medios y la ejecución se muestran perfectamente adecuados a los fines. Bravo por Encinar, por la orquesta y por los coros.
La soprano hispanoalemana Nicola Beller Carbone fue una auténtica sensación en el papel de Pepita Jiménez, vocalmente impresionante aunque actoralmente un poco descompensada, obligada a gestos poco apropiados al personaje, como tirarse por el suelo en el confesionario. Beller tiene una impresionante experiencia y un descomunal repertorio a las espaldas desde hace dos décadas y resulta inconcebible que este sea su debut en la capital de España. Algo parecido puede decirse en todos los conceptos del tenor canario Gustavo Peña, notable en este difícil papel de Don Luis de Vargas, un seminarista con enorme sensibilidad, cercado por los remordimientos y partido entre dos amores todavía hoy incompatibles. A la mezzosoprano valenciana Marina Rodríguez Cusí le cuesta imponerse a esta Antoñona a la que la orquesta eclipsaba durante la primera parte; no le ocurre así al barítono madrileño Federico Gallar, sobrado de fuerzas para cantar un Don Pedro de Vargas convincente. Destacable la actuación de José Antonio López, una presencia sólida en escena más allá de sus pocas participaciones vocales, y correctos los demás papeles. Un gran reparto español que vuelve a cuestionar las importaciones masivas y redundantes en este capítulo de nuestra siempre acomplejada vida cultural.
Se nota claramente que Calixto Bieito se ha esforzado en comprender esta ópera, en asimilar su historia y circunstancias, y en general puede decirse que ha acertado a pesar de repetir esos tics inmaduros, inapropiados e injustos que le han convertido un tanto exageradamente en la bestia negra de la fuerte reacción europea contra la dictadura de los ‘registas’, los directores de escena pagados de sí mismos y enfermos de arrogancia que se han convertido en una plaga desastrosa para la ópera. Sacar banderas roja y gualda con el escudo franquista en una obra décimonónica, convertir al probo don Pedro en abusador de una deficiente y al docto vicario en aspirante a pederasta, son detalles gratuitos y sobre todo errados. Pero acudíamos temiendo cosas peores así que salimos casi ufanos. Una extraordinaria escenografía es lo mejor del montaje: galerías palpitantes de armarios que abren sus complejas entrañas para crear mundos, que palpitan misterios y vacíos, y que sirven de pasadizos por los que los personajes vagan. Una buena dramaturgia, aunque como es norma se exceda en tirar por los suelos a todo personaje. Gran iluminación; buen vestuario.
Dos docenas de artistas entre intérpretes y equipo técnico, unos 80 componentes sumando ambos coros, medio centenar de integrantes de la orquesta y hasta 13 figurantes, unas 175 personas a las que transmitimos nuestro agradecimiento por el acontecimiento vivido, con sus inevitables fallos, en lo fundamental atribuibles al eje de la operación, don Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963). Una Europa, la predominante, le venera como demuestran encargos de próximos estrenos como ‘War Requiem’ de Britten en Basilea; de ‘Mahagonny’ de Kurt Weill en Graz; y de ‘Die Soldaten’ de Zimmermann en la Ópera de Zúrich. Acierta Bieito en considerar que Pepita Jiménez merecía la pena: “No me gusta la palabra reivindicar. Mi opinión sobre la ópera española es que ha sido maltratada, denostada y menospreciada tradicionalmente, desde sus inicios”. No sólo estamos de acuerdo, sino que resta pendiente reconstruir y relatar la historia rica, abundante y necesaria de la ópera española llamada zarzuela, y en ello demostrativa de su doble carácter, de su difícil encaje y reconocimiento.
“En la novela, Pepita es una mujer muy culta, mientras que en el libreto es un personaje más plano. Pero a Pepita siempre hay que pensarla como una mujer inteligente, fuerte y que busca seducir”, opina Nicola Beller Carbone, la única que se mantiene del reparto que interpretó la obra el pasado octubre en la ciudad argentina de La Plata. “Pepita Jiménez es una música bastante fácil de escuchar. Normalmente hago repertorio del siglo XX, y es un placer poder hacer algo muy romántico que me hace mucho bien”, añade. “El punto fuerte de esta Pepita Jiménez es una música muy folclórica de connotaciones españolas pero en la clave de los grandes románticos, y quizá por eso esta ópera recuerda a los musicales americanos de la época dorada de Broadway aunque también a la música folclórica de Dvorák’, opina esta interesante cantante. Una ópera con la que Albéniz quería abrir la puerta a la creación de una ópera española, como luego siguieron intentándolo Joaquín Turina con Margot’, Manuel de Falla con ‘La vida breve’ o él mismo, con su artúrica ‘Merlín’.
El director de escena, -del que son de recordar por los mismos motivos agridulces su versión del ‘Don Carlos’ de Friedrich von Schiller en 2009 (ver nuestra reseña de entonces) y su ‘Forests’ sobre textos de Shakespeare presentado en octubre pasado (ver nuestra reseña de entonces)-, coincide en que «Pepita Jiménez» es una ópera ‘excepcional que podría estar en cualquier teatro de ópera de Centroeuropa, con una música arrebatadora y sensual, que huele a candelabros y a azahar’. Y reconoce que la puesta en escena está basada en la oscuridad que él recuerda de las casas españolas de finales de los 60 y principios de los 70. Siempre el personalismo ombliguista de estos directores a los que la escena se les ha subido a la cabeza. No me cuente su infancia, coño, cuénteme la obra de Valera y Albéniz. Y quitémonos el sombrero ante quienes lo merecen de sobra.
José Ramón Encinar, director de la Orcam, ha lamentado que se haya hipervalorado la suite para piano ‘Iberia’ de Albéniz, mientras que el resto de su obra se ha infravalorado y es mal conocida, cuando se trata de un repertorio extraordinario. Según Encinar esta ópera es «absolutamente wagneriana por su discurso fluido», de lo que se deduce que no es sencilla ni en lo vocal ni en lo orquestal.
‘Pepita Jiménez’ debería tener más programación en la temporada que viene. El martes en que tuvimos la suerte de verla, la gran sala roja estaba llena y el variado público -maduras clases medias, desorientados treintañeros, invitados variopintos- permaneció subyugado todo el espectáculo y aplaudió entusiasmado para refrendarlo.
Fue la pasada una semana bien buena para la ópera española, con ‘Viento es la dicha de amor’ en la Zarzuela (ver nuestra reseña) y ‘Pepita Jiménez’ en el Canal. Si la montaña no viene a Mahoma, que Mahoma vaya a la montaña. Si el Teatro Real sigue cerrado a la ópera española y a la ópera hecha y cantada por españoles, existen otros escenarios afortunadamente.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Partitura: 8
Libreto: 7
Dirección musical: 8
Dirección artística: 7
Orquesta: 8
Voces: 8
Escenografía: 8
Realización: 8
Producción: 8
Programa de mano: 6
Documentación a los medios: 6
Teatros del Canal
Sala Roja
‘Pepita Jiménez’
Ópera en dos actos de Isaac Albéniz, sobre un libreto en inglés de FrancisMoney-Coutts, basado en la novela de Juan Valera.
19, 21, 23 y 25 de mayo de 2013
Ópera dirigida por Calixto Bieito basada en la novela de Juan Valera
Una coproducción de los Teatros de Canal y del Teatro Argentino de la Plata
Estrenada en Argentina el pasado 28 de octubre
Idioma: inglés (con sobretítulos en castellano)
Duración: 95 minutos (sin intervalo).
http://www.teatroargentino.gba.gov.ar
Director de orquesta: José Ramón Encinar
Director de escena: Calixto Bieito
Diseño escenográfico: Rebecca Ringst
Diseño de vestuario: Ingo Krügler
Dramaturga: Bettina Auer
Diseño de iluminación: Carlos Márquez / Miguel A. Camacho
Director de coro: Pedro Texeira
Directora del coro de niños: Ana González
Elenco
Pepita Jiménez Nicola Beller Carbone
Don Luis de Vargas Gustavo Peña
Antoñona Marina Rodríguez Cusí
Don Pedro de Vargas Federico Gallar
El vicario José Antonio López
El conde de Genazahar Axier Sánchez
Primer oficial Diego Blázquez
Segundo oficial Alfonso Martín
Asistente de dirección escénica: Zosia Dowjat
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Coro de niños Pequeños Cantores
Pianista repetidor: Javier Martínez
Regiduría: Pedro Tojar / Nieves Garcimartín
Sastrería: Isabel López/ Natalia Cieza
Utilería: Ana María Serpa / Gonzalo R. Checa
Caracterización: Joel Escaño
Sobretítulos: 36 caracteres
Directora de producción: Leticia Martín
Producción escénica realizada en los talleres del Teatro Argentino de la Plata.