Si Rattle es uno de los mejores directores actuales y la Filarmónica una de las tres mejores orquestas del mundo; si Ludvig van Beethoven es su fundamento y la Novena su imagen de marca, puede suponerse de antemano que el estreno de ayer fuera un acontecimiento, un espectáculo y todo un éxito. Director y orquesta llevan doce años trabajando juntos.
Podrían permitirse grandilocuencia y arrogancia pero ofrecieron una Sinfonía nº 9 en re menor, opus 125, la sacrosanta ‘Coral’, tierna, íntima, humilde, sosegada, emocionante y espiritual.
Una Novena monda y lironda, pelada de las capas y capas de aspavientos que han ido depositándose sobre una de las obras más trascendentales, importantes y populares de toda la música clásica, de toda la música y de la historia, la cultura y el arte humanos. Una Novena entre las mejores de los últimos tiempos.
Es la última sinfonía completa del grande entre los tres grandes, Ludwig van Beethoven. Y su último movimiento es un final coral sorprendentemente inusual en su época, que se ha convertido en símbolo de las muchas aspiraciones aún pendientes de nuestra especie, en horizonte de una evolución lenta, demasiado lenta en nuestros días. Precisamente una adaptación de la sinfonía realizada por Herbert von Karajan es desde 1972 el himno de la Unión Europea. Una Alhambra, un Escorial, la Esfinge o la Muralla China, un monumento patrimonio de la humanidad sobre el que todos sabemos algo, aunque menos de lo que suponemos. Hasta la Wikipedia la describe estupendamente.
La Novena que tuvimos la suerte de oír en directo en la velada de ayer parecía lenta y ensimismada pero vino a durar lo previsto. Su primer movimiento -Allegro ma non troppo, un poco maestoso- no sonó tan trepidante como en otras versiones ni su volumen tal alto como ya pareciera en su época. El segundo movimiento -Scherzo: Molto vivace – Presto- tampoco se ciñó al usual ‘infierno en llamas’ contundente y veloz, sino que siguió esa pauta de ternura y proximidad al corazón de la audiencia que parece haber buscado Rattle decididamente. ‘Scherzo’ significa broma en italiano y se insistió ayer en la ligereza más que en la energía de su doble aspecto.
El tercer movimiento -Adagio molto e cantabile – Andante Moderato – Tempo Primo – Andante Moderato – Adagio – Lo Stesso Tempo-. el que para nosotros es verdaderamente el más excelso, llegó al lirismo más elevado suspendiendo en el cielo al teatro entero y todos sus ocupantes. Y así llegó el esperado cuarto movimiento, esa grandiosa arquitectura musical tan diversa y tan unida, tan novedosa y tan pegadiza. A la “Oda a la Alegría” de Friedrich Schiller, Beethoven añadió una introducción propia: ‘¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos! / Entonemos otros más agradables y llenos de alegría / ¡Alegría, alegría!’. Beethoven quería conmocionar al público con los ideales de fraternidad universal, y a fe nuestra que lo logró desde entonces. Nuestros ilustres visitantes berlineses anoche mantuvieron su conmovedora ternura. No buscaban impresionar sino hacer vibrar en la frecuencia alfa de la felicidad serena. No hubo alegría a raudales, hubo un ligero toque divino.
La orquesta realizó una portentosa exhibición en todas sus secciones y solistas, resultándonos viento y madera de una especial originalidad. Pero todo ello sin la menor ampulosidad, con la mayor humildad del mundo. Este mismo tono se contagiaba también a los cantantes, comenzando por el bajo Dmitry Ivashchenko, siguiendo por la soprano Camilla Tilling y la contralto Nathalie Stutzmann, para terminar con el tenor Joseph Kaiser. Destacamos a la Tilling porque quizás nos estamos aficionando a ella, tras haberla ya oído en Saint François d’Assise y Pelléas et Mélisande: una de las mejores combinaciones de potencia y tono hoy posible. El único que no estuvo sosegado fue el Coro Titular del Teatro Real, realmente exultante.
Fue una velada redonda. El público no tuvo las prisas de otras veces y permaneció largo rato en sus localidades mientras se sucedían las salidas a saludar entre aplausos y algunas ovaciones. No hubo entusiasmo desbordado sino algo de comunión relajada, de pacificación espiritual, una sosegada emoción rodeada por los coches oficiales en los que habían acudido no pocas autoridades sin que pudiera faltar el habitual Alberto Ruíz Gallardón, ministro de Justicia.
Cuando la industria discográfica intentaba ponerse de acuerdo para saber qué capacidad y duración debía tener un disco compacto, Herbert von Karajan recomendó e insistió en que la duración perfecta debía ser de 74 minutos y fracción: lo que dura la interpretación de la Novena Sinfonía en la versión de Wilhelm Furtwängler, grabada en vivo en 1951 en la reapertura del Festival de Bayreuth, Alemania. La versión de Rattle puede que tenga algún minuto más pero sin duda tuvo una cercanía, una suavidad, una dulzura encantadoras.
El concierto del día 28 será transmitido en directo por Radio Clásica, de Radio Nacional de España.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 9
Dirección musical: 9
Orquesta: 9
Voces: 7
Coro: 8
Programa de mano: 8
Documentación a los medios: 8
TEATRO REAL
Novena Sinfonía
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Berliner Philharmoniker
Sir Simon Rattle, director musical
Sinfonía n º 9 en Re menor, op. 125
I. Allegro ma non troppo, un poco maestoso
II. Scherzo: Molto vivace – Presto
III. Adagio molto e cantabile
IV. Presto; Allegro molto assai (Alla marcia); Andante maestoso;
Allegro energico, sempre ben marcato
Camilla Tilling, soprano
Nathalie Stutzmann, contralto
Joseph Kaiser, tenor
Dmitry Ivashchenko, bajo
Coro Titular del Teatro Real
(Coro Intermezzo)
Andrés Máspero, director del coro
Duración aproximada, 1 hora y 15 min.
Fechas, 26, 27 y 28 de junio de 2013, 20.00 horas
Fotografías, Javier del Real.