Otro acierto del Teatro de la Zarzuela, que sigue su buena racha con un programa doble que aúna una pieza desconocida del más conocido de nuestros músicos, Manuel de Falla, con el título más famoso de todo el repertorio, obra de un mucho menos reverenciado Tomás Bretón y Hernández, autor de casi sesenta zarzuelas, ese género menospreciado y alicaído por ser modesto y autóctono. ‘Los amores de la Inés’ y ‘La verbena de La Paloma’ tienen mucho en común y la propuesta lo acentúa con escenografías similares y repartos compartidos. Estos amores del joven Falla resultan una tímida introducción -escasa de música, banal de argumento, notable de libreto- a la deslumbrante verbena que escribió Bretón en el máximo de su inspiración. Lleno absoluto, público contento, alto nivel artístico y espectáculo recomendable.
Reunir a Falla y Bretón ya es de por sí loable. Juntar una de las seis zarzuelas que escribiera el primero -mientras luchaba por abrirse camino en Madrid antes de largarse con viento fresco a un París muchos más receptivo-, con el sainete lírico La verbena de la Paloma, el más querido del llamado ‘género chico’ (corto de duración, largo de aciertos), es una buena idea del director de escena, José Carlos Plaza, que ha querido homenajear a este Madrid vilipendiado al que nadie homenajea. Un Madrid despojado en buena medida (se puede hacer más) del tópico folclórico que lo mataba, con chulapas menos rasposas, taberneros más ilustrados, boticarios elegantes y verbenas virtuales.
Los argumentos de ambas obras son como es de suponer mero pretexto. En ‘Los amores de la Inés’, Felipa está que trina porque su antiguo pretendiente el Fatigas no sólo ha heredado sino que encima anda con otra del barrio, la Inés. Al mismo tiempo Juan, el antiguo novio de Inés, sale de la cárcel antes de lo esperado por obra y gracia de un indulto. Felipa y Juan se confabulan para aparentar un idilio repentino y ardiente, y así despertar nuevos celos y viejas pasiones en la pareja de sus dolores, el Fatigas y la Inés, que sucumben a la primera y se aprestan dóciles a volver cada uno con su antigua pareja siguiendo los consejeros del señor Lucas, tabernero y poder fáctico del barrio.
En La verbena de la Paloma es la noche del 14 de agosto en Madrid y se celebra la tradicional fiesta de la Virgen de la Paloma. La ‘señá’ Rita consuela a Julián que se muere de celos pues esa misma mañana ha visto a su novia en un coche con otro hombre. Ese hombre no es otro que el boticario Don Hilarión que usa sus posibles para gozar de la compañía de dos jovencitas hermanas, Casta y Susana, la cual es -ya lo sabemos- la presunta novia de Julián, con el que está enfadada y al que ha negado repetidas veces acompañarle a la verbena mientras se dispone a acudir del brazo del farmacéutico. Julián les espía, les hostiga y provoca la intervención de las fuerzas del orden sin que llegue la sangre al río porque se impone la mediación de otro tabernero factotum que recompone la pareja para que continue la fiesta.
El periodista Emilio Dugi construyó para un Manuel de Falla con escasos 25 años de edad, una escena costumbrista siguiendo las normas al uso. Situó en un mundo tabernario y tras una tarde de toros a sus protagonistas, esas dos parejas cruzadas de las que ya hemos hablado. Con estos personajes esenciales, sus pasiones primarias y violentas y un cierto aire de primitivismo, el literato ofreció al músico granadino la posibilidad de profundizar en el género chico y aproximarse musicalmente a los sonidos del pueblo. Y Falla resolvió su trabajo con soltura, amoldándose bien a las convenciones del género, sin buscarse complicaciones. Dugi escribió un libreto rimado muy ingenioso -con incorporaciones no sólo del argot castizo sino de hasta un conocido poema de Gustavo Adolfo Bécquer- pero apoyado en personajes tópicos, conversaciones típicas y situaciones trilladas. Así querían ser aceptados por las fuerzas vivas ‘zarzuelísticas’, que debían ser entonces incluso más cerriles que ahora.
Se perdió la partitura original de Falla.Los copistas hicieron un trabajo deplorable. Alessandro Garino la ha reconstruido pero suena aún desangelada, se diría que tímida, acompañamiento secundario para las largas escenas dialogadas, aunque con detalles de gran músico, con sonoridades caribeñas en el ‘Nocturno’ del oboe solista y ecos impresionistas en el piano de ‘Olas gigantes’. Apenas un dueto, un par de intervenciones del coro, y un aria para cada uno de los dos protagonistas, porque el pobre Fatigas no canta. Un Falla inseguro, que se movía en terreno desfavorable. Tocada por primera vez en condiciones, ni la orquesta ni su director pudieron o supieron dar intensidad a tan escaso menú, y la zarzuela en un acto y dos cuadros del joven Falla supo a poco. Ni Susana Cordón ni Enrique Ferrer nos entusiasmaron en sus breves intervenciones.
En cuanto a la celebérrima obra de Tomás Bretón, estrenado en 1894, ocho años antes que Los amores de la Inés, le aportó a su autor la popularidad que nunca alcanzaría intentando promocionar una genuina y auténtica ópera española por todo lo alto. Esta pequeña joya se asienta sobre una sólida estructura dramático-musical donde se entrelazan lo popular y lo refinado, lo lírico y lo chusco. Bretón no solo da vida sino que eleva a categoría de mito a los personajes creados por el dramaturgo madrileño Ricardo de la Vega. Son eternos ya el cajista de imprenta y la chulapa, la pareja proletaria envenenada por los celos; pero también lo son quienes rodean a los jóvenes: la odiosa tía y el ridículo boticario que también quedaron convertidos, gracias a la Verbena, en tipos universales. Por no hablar del sereno y de los guardias -uno de los cuales en esta versión ya no tiene acento gallego sino catalán- y hasta de los jugadores de la timba tabernaria que todavía vive y revive todas las sobremesas en cualquier confín de las españas.
Sin duda que este don Hilarión refinado es la aportación central al montaje, pero todos los personajes están en su sitio, más templados que de costumbre, menos histriónicos, más creíbles y actuales. Tan sólo la Tía Antonia se excede en aspavientos y rugidos. La pareja protagonista encuentra en Damián del Castillo y María Rey-Joly intérpretes de primer nivel que contribuyen poderosamente a dar a este entrañable y emotivo sainete alturas de gran ópera, un nivel comunicativo, un pálpito emocional, una complicidad contagiosa a la altura de los grandes títulos de la Ópera con mayúsculas. ¿Exagero?
Ahora sí la orquesta sonó potente y confiada, ahora sí la partitura de Bretón brilló en todos sus grandes méritos. La dirección musical de Cristóbal Soler fue aceptable pero no rutilante, sufriendo en ritmo y armonía al compararse con grabaciones canónicas, como las de Ataulfo Argenta. En cuanto al director de escena José Carlos Plaza, que retorna a este escenario tras «El gato montés» (ver nuestra reseña de entonces), ha conseguido un alto nivel interpretativo en el elenco, reforzado por acertados figurantes. La escenografía es mucho menos colorista que las habituales. Se basa en la obra pictórica de la recientemente fallecida Amalia Avia, gran cronista de un madrid provinciano, de su centro histórico y durante décadas abandonado, sus calles, sus comercios, las fachadas deterioradas por el paso del tiempo. Todo ello ha sido captado y pintado por Pedro Moreno para dar lugar a un barrio de módulos movibles de original presencia y belleza un tanto oscura, que con detalles comunes funde ambas óperas en un espectáculo unificado.
Escenografía, iluminación, vestuario y coreografía están a la altura de la competencia, el mimado Teatro Real. Paolo Pinamonti, el director del Teatro de la Zarzuela, ha acertado con esta programación y sigue mostrando interés sincero por la ópera española llamada zarzuela, algo doblemente meritorio tratándose de un señor italiano que viene a enseñarnos respeto por lo que algunos llaman castizo para no llamarlo español. Vuelve Falla, que ya estuvo aquí hace un año con otro programa doble, El amor brujo y La vida breve (ver nuestra reseña de entonces). Cristóbal Soler resalta la participación de “un elenco excelente de cantantes líricos en papeles de registro central y sin arias, algo que hace una década no era viable”. “Los artistas han aceptado, a pesar de no tener un lucimiento”, se felicita Plaza. Efectos colaterales beneficiosos de la crisis si permite contar con buenas voces para el ninguneado género que como el país que lo creó pasa por una crisis de identidad que a lo mejor termina un día.
VALORACIÓN DEL ESPECTÁCULO (del 1 al 10)
Interés: 8
Libretos: 7
Partituras: 7
Dirección musical: 6
Dirección artística: 7
Voces: 6
Interpretación: 7
Producción: 8
Programa de mano: 6
Documentación a los medios: 7
Teatro de La Zarzuela
Los amores de la Inés / La verbena de la Paloma
Días 19, 20, 23, 24, 25, 26, 27, 30 y 31 de octubre 1, 2, 3, 6, 7, 8, 9 y 10 noviembre de 2013, a las 20:00 horas (domingos, a las 18:00 horas)
Duración aproximada: 2 horas y 30 minutos
Los amores de la Inés
Zarzuela en un acto y dos cuadros de Emilio Dugi
Música de MANUEL DE FALLA
Estrenada en el Teatro Cómico de Madrid, el 12 de abril de 1902
(Primera recuperación desde su estreno)
La verbena de la Paloma
Zarzuela en un acto de Ricardo de la Vega
Música de TOMÁS BRETÓN
Estrenada en el Teatro de Apolo de Madrid, el 17 de febrero de 1894
Nueva producción del Teatro de la Zarzuela
Versión escénica de José Carlos Plaza (con un pequeño homenaje a Carlos Arniches)
Escenografía basada en la pintura de Amalia Avia.
Ficha Artística
Dirección musical:
Cristóbal Soler
Dirección de escena:
José Carlos Plaza
Escenografía e iluminación:
Paco Leal
Vestuario:
Pedro Moreno
Coreografía:
Natalia Ferrándiz
Los amores de la Inés
Susana Cordón (Inés), Pepa Gracia (Felipa), Monste Peidro (Blasa), Enrique Ferrer (Juan), Santos Ariño (Señor Lucas), Juan Carlos Martín (Fatigas), Israel Frías (Moreno), Xavi Montesinos (Rata Sabia) y Ángel Pardo (Araña).
La verbena de la Paloma
Enrique Baquerizo (Don Hilarión), Emilio Sánchez (Don Sebastián), Damián del Castillo (Julián), María Rodríguez (Señá Rita), María Rey-Joly (Susana), Mar Abascal (Casta) y Amelia Font (Tía Antonia)
Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del Teatro de La Zarzuela
Coro del Teatro de La Zarzuela, Director: Antonio Fauró
Actividades complementarias
-Dos exposiciones: ‘El Madrid de Amalia Avia, Bretón y Falla’ en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y ‘Bretón y Falla: músicos en tiempos de zarzuela’, en el ambigú del Teatro de la Zarzuela.
-Ciclo de cine que incluye dos películas: La verbena de la Paloma, de José Buchs (1921) y La verbena de la Paloma, de Benito Perojo (1935), que se proyectarán en el Teatro de la Zarzuela el 29 de octubre, a las 20 horas. La entrada es gratuita.