Clemencia con ‘La clemenza di Tito’

El Teatro Real repone esta ópera de Mozart con poco valor añadido

Clemencia con 'La clemenza di Tito'
La clemenza di Tito - Teatro Real

El Teatro Real repone la producción de La clemenza di Tito que se trajo Gerad Mortier como peaje imprescindible cuando vino a dirigirlo hace casi seis años. Creada hace tres décadas largas por el matrimonio de escenógrafos alemanes Ursel y Karl-Ernst Herrmann, ha perdido su original impacto siendo sólo discreto el nivel musical que esta vez la acompaña. Apliquemos la clemencia recomendada por Mozart y señalemos que a pesar de los pesares no deja de ser un gran evento.

Mozart compuso esta ópera para la coronación de Leopoldo II de Austria como rey de Bohemia. Muestra la imagen de un gobernante -el emperador romano Tito- hastiado de las dificultades e incomprensiones de su cargo, cansado de ejercer un poder inclemente, que primero no duda en plegarse al rechazo de la mujer que ha elegido por esposa -Servilia- enamorada de Annio, un amigo de Sexto, hermano de ella y consejero de él- y que después decide no castigar con la muerte la traición de este, espoleado por los celos de la mujer a la que quiere -Vitellia-, la hija del anterior emperador depuesto que aspiraba a casarse con Tito y a la que este, al ser rechazado por Servilia, había finalmente elegido como sustituta para el matrimonio. También perdona a Vitellia, y los deja libres, castigados únicamente con su desprecio.

En realidad, el drama lírico -‘dramma per musica’- que escribió Pietro Metastasio (1734) fantaseaba sobre algunos breves fragmentos del clásico Vida de los Césares de Suetonio poco o nada representativo de la trayectoria vital de Tito Flavio Sabino Vespasiano, que vivió 42 años y fue emperador tan sólo dos. Antes de esa supuesta clemencia de la trama ficticia, llevó a cabo una campaña cruel en Palestina que se saldó con la ejecución de 40.000 habitantes de Jerusalén tras su conquista, y la famosa destrucción del templo, aunque se dice que fue accieental y no orden suya. Otros calculan en un millón las víctimas de su paseo militar por aquellas tierras y en cien mil los exclavos que se trajo. Tito finalizó el anfiteatro Flavio, El Coliseo, ayudó a los damnificados por la erupción del Vesubio en el año 79 y por el incendio de Roma del año 80 y falleció tempranamente a causa de unas fiebres, deificado por el Senado y sucedido por su hermano menor, Domiciano. Pero al género operístico nunca le ha preocupado ser fiel a la historia y este folletín inspiraría a cuarenta compositores, entre ellos Antonio Caldara, Johann Adolph Hasse y Christoph Willibald Gluck.

Se ha contado por activa y por pasiva que fue encargada a toda prisa para celebrar la coronación del emperador austriaco de turno. Un olvidado poeta de la corte vienesa se encargó de resumir el extenso original para que el libreto pasara de tres a dos actos, eliminado arias, sustituyéndolas por recitativos y conjuntos motivados por la trama. Mozart no dudó en aceptar el encargo de componer la partitura, pues ofrecían el doble de lo que normalmente le pagaba. Abandonó la composición de La flauta mágica para dedicarse a La clemencia de Tito. Exageran los que dicen que tardó 18 días pero aciertan los que hablan de no más de tres meses. La terminó en el viaje a Praga y a su alumno Franz Xaver Süssmayr le confió la redacción de gran parte de los recitativos secos.

La orquesta está integrada por cuerda, dos flautas, dos oboes, dos clarinetes, un corno di bassetto, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas y timbales. El bajo continuo en los recitativos secos es proporcionado por el clavicémbalo y el violonchelo. La destacada intervención del clarinete obedece a que, en la orquesta del estreno, tocaba el amigo de Mozart, Anton Stadler. La obertura “conserva el carácter objetivo y solemne de la sinfonía operística italiana en la forma depurada y ennoblecida de las últimas páginas mozartianas” dirá su afamado biógrafo Bernhard Paumgartner.

La ópera tiene once arias, entre las que destacan la de Sexto (n.º 9: Parto, parto, ma tu ben mio), probablemente la más conocida, con solo de clarinete (corno inglés o corno di bassetto) y la de Vitelia (n.º 23: Non piú fiori vi vaghe catene). Sobresalen las grandiosas partes de conjunto: tres duetos, tres tercetos, dos conjuntos finales con coro, tres coros y una marcha. El más señalado es el quinteto con coro al final del primer acto (n.º 12: Deh conservate, oh Dei!), el momento de la máxima tensión, ‘esa pausa general, extraordinario hallazgo de un genio dramático de primer orden’ según Paumgartner.

La presencia de dos voces de castrato ha dificultado la recuperación de esta ópera. No obstante, la gran belleza de la partitura ha permitido que se haya representado con más frecuencia en las últimas décadas, la n.º 52 de las cien óperas más representadas en el período 2005-2010, la séptima de Mozart, con 83 representaciones en total, 92 con estas madrileñas.

Los críticos hablan de una obra fría, con la rigidez de la ópera seria, estatuaria, otoñal, muerta, señalando la falta de entusiasmo del compositor por un tema que no le interesó; encuentran una belleza marmórea, casi funeraria y la tachan de una simple ópera al uso. Los partidarios hacen hincapié en su notable introspección psicológica y en que ofrece por lo menos una hora de la mejor música jamás escrita por Mozart. La obra tuvo una tibia acogida y se cuenta la anécdota de que su esposa española María Luisa se refirió a ella como «porcheria tedesca», una porquería alemana. Quizás por eso su retorno ha sido siempre en versión italiana.

Así que estamos ante un libreto complicado, enrrevesado, pero con unos apuntes interesantes sobre el desgaste del poder, sobre la inducción perniciosa de la masa sanguinaria sobre el tirano con remordimientos, sobre un dirigente capaz de librarse del agobio del poder, cosas que merecerían especial atención en nuestros días. Y es que, como siempre con los clásicos, su mensaje universal reposa en una adecuada puesta en escena.

La del matrimonio de comediógrafos alemanes Ursula y Carlos Ernesto Herrmann fue escandalosa -¡sin romanos!- en 1982, cuando se la encargó Gérard Mortier para La Monnaie de Bruselas, pero ya era un tanto vulgar en 2012 cuando se la trajó al Teatro Real, y resulta desangelada y hasta contraproducente repetida ahora, en la que además Her Herrmann se ocupa también de las tareas de figurinista e iluminador, de forma nada convincente a nuestro criterio. Mortier atribuía a esta puesta en escena ‘una grandeza que se refleja en el espacio blanco en el que los personajes son desmenuzados hasta el más pequeño detalle“. Quizás: el inmenso escenario del Real es un cubo blanco cuyos tres muros están revestidos en su mitad inferior de poliéster reflectante, con puertas batientes y claraboyas redondas, cuyo suelo parece pista de hielo y cuyo techo dispone de una abertura circular en su centro, a modo del Panteon de Roma, por el que caerán pétalos y algún otro artilugio. Las columnatas que se atisban cuando al final las puertas permanecen abiertas son más vistosas que el cubo blanquecino y refulgente por el que flotan desangelados los personajes y algunas sillas, irrumpen un trono que asemeja el frontispicio de un templo y una columna truncada, aparecen una piragua y un cascarón indefinible, y algunos detalles alegóricos como un cuadro con lechuza, calavera y vela apagada, que Vitellia mantiene en su regazo mientras empuja a Sexto al crimen.

Frialdad desangelada para una historia que necesitaría mil revestimientos humanos y tramoyísticos. El coro sólo parece una vez y brevemente, y su ausencia es incomprensible cuando canta tras bambalinas. El montaje ha sufrido algunos daños y las puertas cierran mal, sobre todo la de la derecha. El movimiento en escena tiene desajustes y en la velada del jueves parte del ramo de flores de Vittelia cayó sobre la cabeza de un componente de la orquesta. El casting resultaba inarmónico y el componente actoral de la actuación del elenco estuvo francamente descuidada. El movimiento de telones resultó desacompasado en dos o tres ocasiones, dejando a la soprano en una de ellas en posición desairosa durante un largo silencio. La deslumbrante iluminación impedía ver los subtítulos. En fin, fue la puesta en escena más descuidada que recordamos en un teatro que este capítulo raya siempre en la perfección, doblemente soprendente por cuanto se trata de una producción exactamente puesta en pie hace cuatro años y bien fácil de llevar a cabo.

Tampoco la dirección musical de Christophe Rousset, presentado como gran experto en este repertorio, nos satisfizo en absoluto. La orquesta parecía soñolienta, a medio gas y desesperadamente lenta, y los cantantes, -de apariencias físicas divorciadas, de expresiones nada convicentes y movimientos erráticos-, no sumaron valor añadido. La pareja protagonista formada por el tenor Jeremy Ovenden y la soprano Karina Gauvin, resultaron sobrepasados por los dos personajes secundarios de Annio y Sexto, las mezzosopranos Sophie Harmsen y Monica Bacelli, mientras que nuestra Sylvia Schwartz apenas pudo cumplir con su papel de Servilia, y el barítono Guido Loconsolo apareció mas contundente que refinado como Publio, el lugarteniente del emperador.

En febrero de 2012, esta misma Clemenza di Tito tuvo a Thomas Hengelbrock como director musical y a Amanda Majeski, Yann Beuron y Kate Aldrich en el trío protagonista: fue mejor que esta (ver nuestra reseña de entonces). Anteriormente, ya la había programado el Real, en mayo de 2008, con dirección musical de Víctor Pablo Pérez, dirección de escena de Marco Carniti, y dos voces españolas en ascenso, la mezzosoprano navarra Maite Beaumont y la soprano vasca Ainhoa Garmendia (ver nuestra reseña de entonces).

Fue esta velada del viernes pasado, segunda del primer reparto, una noche sin brillo. El público aplaudió sin mostrar entusiasmo pero tampoco insatisfacción, y con preferencia palpable por Harmsen y sobre todo Bacelli. Con la reposición de esta producción, el Teatro Real dice rendir homenaje al que fue su director artístico desde enero de 2010 hasta el verano de 2013, cuando tras serle diagnosticado un cáncer y ser intervenido quirúrgicamente, hizo unas declaraciones amenazando con abandonar su cargo si no se le dejaba decidir la designación de su sucesor. La Comisión Ejecutiva del Teatro Real acordó su destitución inmediata mientras Mortier se encontraba en tratamiento en Alemania. Finalmente se pactó nombrarlo asesor artístico mientras se nombraba a Joan Matabosch como director artístico. El 8 de marzo de 2014 falleció en Bruselas de cáncer de páncreas y el gobierno de su país le hizo Barón de Mortier. Ahora llega este supuesto ‘homenaje’ que más bien parece justificación de una reposición que no se justifica demasiado.

Su etapa en el Teatro Real aportó innovación y polémica, fue muy positiva en su conjunto aunque repleta de excentricidades. Pero produjo gastos desusados de los que la institución se está recuperando con recursos como esta reposición. Quizás dejó cierto vacío, algo de esa inercia que sucede al trajín. Coincidiendo con una mayor y mejor proyección mediática y pública, con planes de expansión y medidas de fortalecimiento, vemos algún síntoma de debilitamiento en lo esencial: programación, equipo y competitividad. Seguramente estamos equivocados.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 7
Dirección musical: 6
Dirección artística: 6
Voces: 6
Interpretación: 5
Escenografía: 6
Orquesta: 6
Coro: 6
Producción: 6

TEATRO REAL
La clemenza di Tito
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Libreto de Pietro Metastasio, adaptado por Caterino Mazzolà
Estrenada en el Teatro Nacional de Praga, el 6 de septiembre de 1791
Estrenada en el Teatro Real el 12 de marzo de 1999
Producción del Teatro Real, procedente del Festival de Salzburgo
In memoriam Gerard Mortier
19, 20, 21, 23, 24, 25, 26, 27, 28 de noviembre de 2016
   
EQUIPO ARTÍSTICO
Director musical – Christophe Rousset
Directores de escena – Ursel & Karl-Ernst Herrmann
Escenógrafo, figurinista e iluminación – Karl-Ernst Herrmann
Director del coro – Andrés Máspero
Coro y Orquestra Titulares del Teatro Real
   
REPARTO
Tito    Jeremy Ovenden, tenor (Nov. 19, 21, 24, 26, 28)
    Bernard Richter, tenor (Nov. 20, 23, 25, 27)
VitelliaKarina Gauvin, soprano (Nov. 19, 21, 24, 26, 28)
    Yolanda Auyanet, soprano (Nov. 20, 23, 25, 27)
Sesto    Monica Bacelli, mezzosoprano (Nov. 19, 21, 24, 26, 28)
    Maite Beaumont, mezzosoprano (Nov. 20, 23, 25, 27)
ServiliaSylvia Schwartz, soprano (Nov. 19, 21, 24, 26, 28)
    Anna Palimina, soprano (Nov. 20, 23, 25, 27)
Annio    Sophie Harmsen, mezzosoprano
Publio    Guido Loconsolo, barítono
   
DURACIÓN APROXIMADA 3 horas
Acto I: 1 hora y 10 min.
Pausa de 25 min.
Acto II: 1 hora y 15 min

La función del día 26 se transmitió en directo por la Unión Europea de Radiodifusión (UER).

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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