La romería de los cornudos

La Fundación Juan March resucita uno de los primeros intentos de llevar el flamenco a la modernidad

La romería de los cornudos
La romería de los cornudos (ensayo)

Gran acierto el dedicar a la danza un capítulo del excelente ciclo de teatro musical de cámara que viene ofreciendo hace tres años esta -por tantas razones- ejemplar institución. Un montaje de excelencia para una creación sobresaliente y una recreación esmerada. Una arriesgada y feliz apuesta que merecería una larga cadena de reposiciones.

Este ballet estrenado en 1933 sirvió para convertir una fiesta popular religiosa en un experimento vanguardista para la época. Federico García Lorca y Cipriano de Rivas Cherif crearon un argumento escandaloso; Gustavo Pittaluga una música excelente, conectada con las corrientes del momento; ‘La Argentinita’ montó una coreografía de fusión de la que sólo queda leyenda; y Alberto Sánchez una escenografía de la que han sobrevivido algunos diseños del telón y figurines. Todos ellos estaban influenciados por los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev tras su paso por España. Todos querían ser modernos.

El argumento, que Lorca retomaría un año más tarde en Yerma, se inspira en la romería del Santo Cristo del Paño, una festividad del pueblo granadino de Moclín. A la imagen se le atribuía la virtud de conceder la fertilidad a las mujeres supuestamente estériles (no pocas veces por estar casadas con maridos impotentes) que acudían en procesión anual, tirando del ronzal de los burros sobre cuyas albardas iban, monte arriba, montados sus maridos. Alcanzada la altura de la ermita, se adentraban en el bosque, dejando a sus hombres al calor de la hoguera ritual y del vino. La primera en volver con una corona trenzada de flor de verbena, tendría un hijo. Tal era la tradición. Y bajo la invocación religiosa la posible costumbre popular de que a las casadas persiguieran en el bosque mozos ávidos de sexo sin compromiso, y de que de sus relaciones a escondidas surgieran los niños milagrosos.

Lorca, como solía, critica las viejas costumbres y creencias, y se pronuncia decididamente por la versión desenfadada y entonces blasfema de atribuir los milagros del Cristo a una orgía en el bosque, tolerada por los maridos en busca de descedencia, celebrada a escondidas, sepultada en la discreción oficial y las habladurías bajo cuerda.

Antonio Najarro, director en ejercicio del Ballet Nacional de España, ha hecho un hueco en sus tareas (que deberían ser en exclusiva) para hacerle la competencia (por si necesitara más tribulaciones) con la dirección artística y la coreografía de este proyecto. Explica: ‘Ha sido mi intención narrar esta historia dotando de personalidad propia a cada uno de los siete personajes que la protagonizan, al tiempo que se preserva la forma y estilo de la época en la que fue concebida la obra’. Lo cierto es que la ventera y el sacristán desaparecen como tales, y se unifican en comportamiento y aspecto con el fugaz triángulo al que alude el título.

Poco queda de la trama en esta versión y casi nada se evidencia por sí solo sin recurrir a las prolijas explicaciones que condicionan al espectador para ver y entender lo que le dicen que está ocurriendo. La excepcional historia, la originalidad de su trama, y la madeja enrredada de comportamientos y pensamientos del trío -una mujer que debe aceptar la costumbre para dar un hijo a su dueño y señor, y que al mismo tiempo tiene una oportunidad quiuzás soñada de tener una aventura, de sentir a otro hombre; un hombre que tiene que acceder a estos cuernos inevitables y sacrificar su machismo impenitente superando tamaña afrenta; un mozo fogoso que busca esta oportunidad de saciar su lujuria pero quién sabe si caerá después rendido de amor imposible ante la fogosa esposa-, estas emociones y pasiones, decimos, tan telúricas, tan vitales, no aparecen ni por asomo en el escenario.

Vemos una pieza tradicional, una reliquia muy bien presentada, un montaje flamenco de muy cierto nivel cultural y artístico, que se eleva sobre la fórmula manida gracias a magníficos detalles artísticos, a excelentes música, canto y baile que nos dejan a medio camino, entre un espectáculo notable pero superficial, y un poderoso trasfondo de emociones apenas intuído.

La recuperación de ‘La romería de los cornudos’ se entrega a un lorquismo desmesurado, introduciendo hasta seis canciones suyas ajenas al libreto, sacrificando a los otros elementos artísticos de la versión original. Brota la música de Pittaluga con ecos de Falla, tan moderna, tan parecida y tan diferente a lo que hacía Eric Satie en los cafés parisinios, combinando rasgos del canto popular y del flamenco con ritmos y armonías que vienen de Debussy. Pero al sumarse a la música de Pittaluga una porción igual o mayor de canciones populares recopiladas por García Lorca, este componente aún vanguardista para el gran público queda un tantro diluído. Seducen los diálogos del piano de Miguel López y la guitarra de José Luis Montón, cuya presencia y actuación en escena son también decisivas. Gran actuación de difícil y prolongado esfuerzo la de la cantaora María Mezcle (apenas se la entiende, quizás sea el micro).

Y encanta desde que entras a la sala el soñado surrealismo del telón de Alberto Sánchez (reproducido a escala para esta producción), esos corzos inocentes en ese paisaje infantil que darán lugar al número más original de la propuesta, el de los cinco personajes convertidos en cervatillos juguetones. Calidad y buen gusto en la puesta en escena e iluminación de David Picazo, todo suave, todo sutil. Los figurines diseñados por Sonia Capilla e inspirados en los originales, destacan por su gama de colores.

Absolutamente nada que objetar a los cinco intérpretes, de impecable ejecución técnica, más cálida y lograda en ellas, porque siguen vigentes en ellos unos parámetros obsoletos del baile masculino, pizpiretos, arrogantes, una mezcla machista y afeminada que los tiempos llaman a renovar. De haber ido vestido el sacristán de sacristán, y la ventera de ventera, hubiera todo resultado más preciso.

Y esto nos hace llegar a la coreografía de Najarro, que dice haber aplicado ‘mi personal lenguaje y forma de interpretar y transmitir la danza española’. Y sí, tiene personalidad y tiene innovación en no pocos movimientos y pasos, sin que sepamos en cuanto sigue o no sigue a sus predecesoras en coreografiar este ballet; quizás contiene demasiado zapateado para nuestro gusto y quizás es demasiado conservadora en nuestro criterio. Coherente; armoniosa en sí y con la música; lograda.

En su estreno (1933), el ballet suscitó opiniones enfrentadas. Los críticos ensalzaron la calidad de la música, de la escenografía y del argumento, pero no comprendieron la mezcla de bailaores flamencos y bailarines clásicos planteada por la Argentinita. Tras su estreno en España, La romería de los cornudos fue interpretada en París (1934) y en varias ciudades de Norteamérica (1943-1944) con una nueva coreografía de Pilar López y una nueva escenografía y figurines de Joan Junyer. Ahora, en paralelo al ballet, se ofrecen el vestíbulo del Salón de Actos documentos y materiales inéditos relacionados, incluyendo un vídeo inédito de la producción de 1943-1944.

Aproximación al espectáculo (valoración del 1 al 10)
Interés: 7
Coreografía: 7
Ejecución: 8
Puesta en escena: 8
Producción: 9
Libreto/programa de mano: 10

Fundación Juan March
LA ROMERÍA DE LOS CORNUDOS
Ballet en un acto
Música de Gustavo Pittaluga. Versión para piano del compositor
Argumento de Federico García Lorca y Cipriano de Rivas Cherif
Escenografía de Alberto Sánchez

Dirección artística y coreografía Antonio Najarro
Dirección de escena y dramaturgia David Picazo
Primera interpretación en tiempos modernos
Versión para piano del compositor, con canciones de Federico García Lorca

DESARROLLO
Anda, jaleo * I.  Introducción y escena
II A.  Romance de Solita Sierra y Chivato **
II B.  Escena
III.  Entrada de los peregrinos
IV.  Baile de Sierra y el Sacristán
V.  Nocturno (La hoguera) Sierra se aleja de la hoguera **
VI.  Las persecuciones Por el aire van*
VII A.  Escena  Sal a bailar, buena moza * Las tres hojas * [1]
VII B.  Danza de Chivato  Canción de Belisa, de Amor de don Perlimplín   con Belisa en su jardín*  Sacristán de mi vida, de La guardia cuidadosa –   ¡Ay, qué blanca la triste casada!, de Yerma *
VIII.  Escena (El milagro) IX.  Danza final Nana de Sevilla *

* Canción de Federico García Lorca
**  Texto de Federico García Lorca y música José Luis Montón
[1] Coreografía de Jonathan Miró

REPARTO
Sierra – Carmen Angulo, bailarina 
Ventera – Vanesa Vento, bailarina
Chivato – Jonathan Miró, bailarín
Sacristán – José Manuel Benítez, bailarín
Leonardo – Juan Pedro Delgado, bailarín 
Solita – María Mezcle, cantaora
Tío Buenvino – José Luis Montón, guitarra
Al piano – Miguel López

EQUIPO ARTÍSTICO
Dirección de producción Gachi Pisani 
Diseño de vestuario Sonia Capilla
Diseño de iluminación David Picazo
Arreglos musicales  Miguel López y José Luis Montón 

DURACIÓN 65 minutos 
REPRESENTACIONES 10 de enero, 19:30 
13 de enero, 12:00 y 19:00 
14 de enero, 12:00 y 19:00
 
La función del día 10 se transmitió en directo por Radio Clásica de RNE. La función del día 13 se transmite en diferido por Catalunya Música. Las funciones de los días 10 y 14 (12:00) se transmiten en vídeo (streaming) a través de www.march.es/directo.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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