El padre Ángel escribe sobre el teólogo fallecido

Miret, amigo y maestro

"De él aprendí a amar más a Dios y amar más a los hombres"

De él aprendí que en el diálogo, no en la imposición, reside el valor de las opiniones y la fuerza de las creencias

Padre Ángel García, presidente y fundador de Mensajeros de la Paz.-No puedo, ni quiero, hablar ahora sobre si Enrique Miret Magdalena fue o no un gran teólogo. Recibo con profunda tristeza la noticia de su fallecimiento en El Líbano, celebrando el Día de la Hispanidad con las tropas españolas. En este momento sólo puedo, y quiero, decir que de él aprendí a amar más a Dios y a amar más a los hombres.

De él aprendí el respeto a otros credos y confesiones, a entender que nuestra Fe, siendo la verdadera, no era la única. De él aprendí que en el diálogo, no en la imposición, reside el valor de las opiniones y la fuerza de las creencias.

Yo, y muchos otros, aprendimos de lo divino -sin olvidarnos de lo humano- leyéndole en las paginas de Triunfo. Estoy seguro que casi todos los que hoy son obispos seguían sus artículos, al igual que lo hacía la gente de izquierdas, y tantos otros que en esos años tenían muy a gala no pisar las iglesias.

Miret Magdalena, desde la más exacta sencillez, supo ganarse el respeto de unos y otros, y con humildad absoluta aceptó las críticas, a veces crueles, de quienes más debieran haberle defendido. Aunque no todos, algunos obispos, como Don Gabino Díaz Merchán, aún siendo Presidente de la Conferencia Episcopal, le otorgó la confianza y el cariño de un amigo.

Recuerdo la primera vez que me invitó a comer a su casa. Yo pensaba que un teólogo debía ser un hombre solitario rodeado de libros. Efectivamente, me enseñó una extensísima y maravillosa colección de catecismos, pero de repente me vi en un comedor de una familia intensa e inmensa y con una esposa, Isabel, a la que dedicaba un amor exquisito. Eso fue hace muchos años. La última vez que compartí su mesa, hace muy poco tiempo, me emocionó ver como los suyos le atendían; con la ternura que se da a un niño y con el respeto que se debe a un patriarca.

Entre uno y otro almuerzo, he tenido la fortuna de haber vivido mucho con Miret Magdalena. Con él visité numerosos hogares de niños y residencias de mayores de Mensajeros de la Paz. En sus visitas siempre era cercano, con su voz dulce, infundía confianza en todos; sabía ganarse amigos.

Cuando un maestro, cuando un amigo, nos deja siempre se lleva algo nuestro con él, pero Enrique Miret Magdalena nos ha dejado mucho: el amor de un hombre bueno, la riqueza de un hombre sabio, y la certeza de un teólogo en que la muerte no es el final.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído