"No creo que debamos despachar estas protestas sólo en clave política"

Dos manifestaciones con “lo moral” en juego

El teólogo José Ignacio Calleja analiza las manifestaciones de Madrid y San Sebastián

El aborto nunca puede ser un derecho humano de nadi

José Ignacio Calleja.- El pasado fin de semana ha estado dominado por dos grandes manifestaciones. En Madrid, una masiva manifestación por la Vida (del no-nacido). En San Sebastián, otra enorme manifestación por la libertad y los derechos iguales de todos los vascos. Se preguntarán ustedes sobre qué tienen que ver estas dos manifestaciones y lo que representan, que cómo me las arreglaré para mentarlas juntas.

Saben ustedes que el papel lo aguanta todo, pero no es difícil un comentario que nos acerque a las dos. En ambas hay un aspecto político que no quiero considerar prioritario. Es decir, si muchos de quienes acuden y apoyan, una y otra, tienen intereses electorales partidistas, más que morales, o además de morales, es una cuestión obvia en su repuesta. Sí, los tienen. Pero yo no creo que debamos despachar estas protestas sólo en clave política. Es muy cómodo hacerlo. Reza así: «Como usted o usted es de tal opinión política y simpatizante de tal o cual partido, todo lo que haga, es para conservar el poder político de los suyos, o, en su caso, para recuperarlo». Este factor he dicho que hay que tenerlo muy en cuenta, pero no es definitivo. Nos engañamos si lo ocultamos, y también si todo lo explicamos en esa clave de intereses de partido.

Hay también una clave moral o ética en las manifestaciones. Y una clave de mucho peso en todos los que asisten. En algunos, casi la única clave; en otros, una clave de peso decisivo; en todos, una clave de gran valor. Por tanto, hay una razón moral o ética en todos al manifestarse por «la vida», y en todos al manifestarse por la igualdad de derechos civiles y políticos de todos los vascos.

¿Significa esto que todos ellos tienen razón en cuanto a la causa moral que los ha movilizado? Pensemos, primero, en la manifestación de Madrid «por la vida». El más claro en las denuncias ha sido el portavoz episcopal, y las asociaciones que comparten sus palabras, y eran éstas: «Hay cien mil niños asesinados cada año en España, amparándose en la actual ley de aborto, y será peor con la futura». «Cien mil niños asesinados», repiten.

Yo les digo a ustedes que esto es una simpleza y que ellos no se lo creen. ¿Ustedes piensan, con la mano en el corazón, que si lo creyeran, irían a casa a cenar, dormir, trabajar mañana, viajar en verano o festejar la vida? Yo no lo creo. Yo no podría hacerlo. Y ellos, lo creo de corazón, tampoco. Por tanto, y para la mayoría, hay una diferencia entre el principio ético fundamental y la forma jurídica de afrontar las excepciones que, de hecho, se dan.

El cómo ordenar esa diferencia, de qué manera reducir las excepciones, y hasta erradicarlas, ésta es la cuestión que, afirmado el derecho y el deber con respecto a la vida embrionaria, hay que resolver mejor y mejor en nuestras sociedades.

Y, en mi opinión, el aborto nunca puede ser un derecho humano de nadie; la presunción de dignidad siempre está a favor de la vida humana embrionaria; la prevención de embarazos no deseados es vital en esta cuestión; la ayuda social cuando el embarazo ha ocurrido es decisiva; la regulación jurídica debe atender a la excepción sanitaria o social extrema. La prueba de lo que digo, con respecto a que la posición más común en los manifestantes hay que aclararla más allá de las pancartas, es que la mayoría de las voces que han hablado, después de participar, se refieren a que «no había que cambiar la ley vigente». No veo yo un posición rotunda «por la vida» en esto. Sé que mis palabras molestan, pero a los periódicos me remito.

La otra manifestación, la de San Sebastián, también tiene razones morales. Por los derechos civiles y políticos iguales de todos los vascos. Es una historia interminable. Con lo sencillo que sería dar coherencia moral a la manifestación, así: «Rechazamos la existencia de ETA. Nos atenemos sólo a las vías políticas. No aceptaremos a nadie que en esto no sea claro como el agua».

Pero no sucede lo dicho. Cada uno va a la manifestación con su batalla política determinando su moral. Entiendo que la libertad de las personas es lo primero y fundamental para hablar de dignidad humana; y entiendo que la primera libertad es la de los otros que no son como yo; si no respeto la libertad de los otros, y en primer lugar su derecho a vivir y opinar, mis libertades son un abuso. Y al contrario, claro está. Las suyas tienen que respetar las mías.

A ver, ¿le decimos todos a ETA que no, que se acabó para nosotros su presencia como terrorismo? Vale, comienza el debate por los derechos iguales de todos. ¿No se lo decimos, todavía, o nunca? Pues nuestros derechos y libertades tendrán que medirse en el derecho penal de un sistema democrático normal. No digo extraordinario, sólo normal, «común» en Occidente. Estrasburgo lo ha confirmado. Sé que mis palabras molestan, pero Estrasburgo lo ha confirmado. Por tanto, hacerse «el loco» en la dimensión moral del asunto, es arruinar de antemano los derechos políticos que se reclaman.

Eran dos palabras sobre la ética del componente moral de nuestras luchas sociales.

 

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