Unos escenifican mejor que otros esta macabra comedia de la política mundial
Está visto que las reuniones en la cumbre, que organizan los líderes mundiales al más alto nivel para resolver nuestros problemas, no sirven para nada. Lo venimos comprobando desde hace décadas. En este momento, cuando estoy escribiendo esta página, se está celebrando la reunión de la FAO en Roma, para resolver el problema del hambre en el mundo.
Pues bien, durante los tres días que va a durar la reunión contra el hambre, mientras los reunidos disfrutan de los hoteles de mayor lujo en Roma, más de 60.000 niños habrán muerto de hambre. Todas las reuniones y afanes de la FAO no han conseguido, hasta ahora, frenar la escalada del número de hambrientos en el mundo. En menos de cuatro años, ese número se ha elevado de 800 millones a 1.020 millones.
Y conste que estamos hablando de hambre severa, es decir, de seres humanos que tienen que vivir con menos de un dólar al día. Lo que significa que no pueden recibir el número mínimo de calorías diarias para poder vivir. Son, por tanto, más de mil millones de criaturas destinadas a una muerte segura y cercana.
Por otra parte, en vísperas de la anunciada reunión de jefes de Estado en Copenhague, para resolver el angustioso problema del cambio climático, ya nos han advertido los presidentes de Estados Unidos y China que no nos hagamos ilusiones. La cumbre será un fracaso. Porque los países que más contaminan no están dispuestos a disminuir las emisiones de CO 2, por más que las sequías y los huracanes, los tsunamis y el agotamiento de las energías no renovables nos amenacen a todos con desgracias y sufrimientos que seguramente no imaginamos.
¿Qué está pasando? ¿Dónde está la raíz y la explicación de un estado de cosas tan dislocado y tan irracional? Lo más inmediato y lo más evidente es que no hay voluntad política para tomar las decisiones que habría que tomar cuanto antes. Pero, ¿por qué esa falta de voluntad, en los responsables de la política y de la economía, para decidir lo que todo el mundo ve como lo más urgente y lo más necesario? ¿Es por maldad y egoísmo de quienes nos gobiernan?
Vamos a decir las cosas por lo claro. Los líderes mundiales – si es que quieren seguir ocupando los cargos que ocupan – no pueden hacer sino lo que están haciendo. Es verdad que unos escenifican mejor que otros esta macabra comedia de la política mundial. Por ejemplo, es evidente que Obama representa el papel de un buen presidente mejor que Bush.
Pero también es cierto que, a fin de cuentas y en los asuntos verdaderamente decisivos para el mundo, Obama se pone de acuerdo con China exactamente lo mismo que lo hubiera hecho Bush. Con lo cual estoy diciendo que los problemas más graves relacionados con la pobreza y la muerte, la destrucción de la naturaleza y del mundo, y las causas de mayor sufrimiento para los más débiles, todo eso no se arregla quitando a quienes ahora nos gobiernan y poniendo a otros.
Los que vengan seguirán haciendo lo que hacen éstos. Porque hay un problema de fondo que rebasa a todo posible gobernante que se ponga hoy a gestionar los más graves asuntos que en este momento afectan al mundo. ¿De qué se trata?
El problema consiste en que, de los 6.000 millones de habitantes que vivimos en el planeta tierra, 2.000 millones nos hemos habituado a un nivel de vida y de consumo que no es aplicable a los 4.000 millones restantes. Y no es aplicable por una razón muy sencilla: si los 6.000 millones se pusieran a consumir lo que consumimos los 2.000 millones privilegiados, que tenemos la sartén por el mango, es seguro que las energías de la tierra se agotarían en pocos años, quizá pocos meses. Si el consumo de 2.000 millones contamina hasta el extremo de que, por ejemplo, este año y a finales de noviembre tenemos temperaturas casi veraniegas, ¿es imaginable lo que ocurriría si las emisiones de CO 2 se multiplicaran por tres? La tierra da de sí para satisfacer la ambición y el egoísmo de unos pocos. Para la ambición y el egoísmo de todos no es posible.
¿Consecuencia? Los dirigentes políticos de los 2.000 millones privilegiados no tienen más remedio, si es que quieren seguir gobernando, que hacer lo que están haciendo. Porque saben que si tomasen las medidas restrictivas, que habría que tomar para repartir equitativamente la riqueza y las energías mundiales, perderían a la gran mayoría de sus votantes. Los privilegiados del mundo no estamos dispuestos a perder nuestros privilegios. Por eso votamos y votaremos a favor del que nos asegure mayor bienestar y más seguridad en ese bienestar, aunque sepamos que eso se hace a costa de negar el pan y el agua a los millones de criaturas que se mueren de hambre y de sed.
Por lo tanto, la tesis que yo defiendo – y creo que la defiendo con sólidos argumentos – es que los responsables últimos del desastre mundial que estamos viviendo somos todos. Todos los que votamos al que mejor satisface nuestras insatisfechas apetencias de vivir mejor. Lo normal y lo más generalizado es que la gente vota al que le da más garantías de bienestar y consumo, no al que promete repartir equitativamente nuestro bienestar con los que carecen de ese bienestar. Las políticas de bienestar tienen más éxito que las políticas sociales. Y no digamos nada si un aspirante a gobernar pusiera en su programa de gobierno que está dispuesto a remediar, ante todo, el hambre de los pobres a costa de que los demás ganemos menos y vivamos más austeramente. Al político que dijera eso, lo tomaríamos por loco.
Esto es así de claro y así de duro. Y de este estado de cosas son responsables, no sólo los políticos, los empresarios, los gestores del gran capital y hasta los sindicalistas. No esperemos, pues, la solución de los de arriba. Si quieren estar arriba, no pueden hacer sino lo que hacen, mientras los votantes no cambiemos de mentalidad y tomemos en serio que hay que programar nuestras vidas de otra manera: con menos ambición y más humanidad.