María y yo miramos al Padre que nos protege desde arriba

La Navidad de San José, según «Lolo»

¡Feliz Navidad!

Te miro a los ojos, mi Pequeño divino, y siento que una ola muy dulce y caliente me sube hasta la garganta y se derrama por los míos

Manuel Lozano Garrido «Lolo», periodista cristiano, futuro beato, nos dejó hace unos años una preciosa estampa, un maravilloso relato de la Navidad en Belén, contada por uno de sus protagonistas: San José. El esposo de María, el padre de Jesús, que vivió muy de cerca el acontecimiento mayúsculo de la Salvación: el nacimiento del Niño Dios. Desde Religión Digital, con este texto, queremos felicitar a todos nuestros lectores estas fiestas. ¡Feliz Navidad!

Ni José, ni luego Cristo, escribieron nunca ni una jota, sino que hablaron con ese otro lenguaje sin equivocación que constituyen los hechos. Sin embargo, y en aquellos días de Navidad, José debió grabar hondamente, con tinta de amor, la sublime y entrañable historia de la que le había tocado ser uno de los protagonistas. Algunas de aquellas líneas, tal vez las más pequeñas, pudieron ser las que siguen:

Día 20
Nos vamos. Desde luego, tengo una mujer que es oro de la corona de Yahveh. Resulta que anoche, al salir de la sinagoga, me acerco a un corrillo y noto que estaban los ánimos como la yesca. Todo lo trae la dichosa orden del gobernador para censarnos. Estos romanos lo quieren saber todo. Lo malo es que no hay más remedio que entrar en el aro de las listas, pero les vamos a hacer una jugarreta que nunca se les olvide: ¿empadronamiento? Bueno. Pero a nuestro modo: yendo al lugar de origen, y de esa manera los caminos van a ser peor que una manifestación.
Empecé a tantear la cosa, mirando a María de reojo, y me sale con que ya tiene liados los petates y hasta me enseña un cajón del taller, vacío de herramientas, y donde tenía puestos los pañales y las fajas del Niño. Se enteró de todo cuando fue a comprar levadura para el amasijo.
Saldremos después del canto del gallo, al clarear.

Día 23
Estamos casi en Betel, en lo alto de la montaña. Echamos por aquí porque en el camino del Jordán hay tantos ladrones como árboles. Sin ir más lejos, a Eliazar, el aladrero, lo dejaron hace poco en camiseta. De no haber contratiempo, llegaremos mañana. En cuanto al alojamiento, hasta ahora vamos así, así…; pero menos da una piedra. Peor es hoy, que hay que dormir al raso. Por lo mismo de los rateros, nos hemos unido a varios grupos de pastores, viajeros y trajinantes, y también vamos a hacer corrillo con los ganados. A mí, que me roben, me trae sin cuidado, porque no tengo nada; pero eso de que me toquen a María..., vamos, ¡eso nunca!

Día 24, 8:00 de la noche
Estamos en Belén. Iba a decir que qué descanso, pero me duelen los pies de tanto pasar callejones y de ir tropezando en los guijarros. A ver si aclaro bien esto. No es que a mí -a nosotros- nos hayan echado de Belén con cajas destempladas. Ni una voz fuerte, ni un portazo, ni un ahí te pudras. Vamos por partes. Primero, está lo de María, que -me da escalofríos- se acerca la hora. Las casas de Belén no tienen más que una habitación y a ver quién guarda allí tan dulce y maravilloso recato. Luego viene lo del albergue que hay a las afueras para los rebaños y los mercaderes. Peor que peor. Allí hay que hacinarse al raso y dormir revuelto con las caballerías, los corderos y los mercaderes, soportando olores y, lo que es peor, tratos, conversaciones, palabrotas y rencillas. María y yo queremos que acabe limpiamente ese arco iris que empezó a levantar el arcángel san Gabriel. La verdad es que hay también unos cuartuchos que se abrirían al mágico conjuro de las monedas.
Confieso que nunca he sudado tanto con el cepillo como esta tarde en la busca de la posada. Sin embargo, ¡ojo!, José: no pongas que has pasado angustia, porque siempre has sentido y confiado en los ojos dulces y grandes del Padre que provee y acaricia.

Las 12 menos diez de la noche
Estamos en una de las muchas cuevas que para el ganado hay en los alrededores. Me encontré que había un buey guarecido, lo aparté un poco, saqué el serrucho, escombré el pesebre, le puse paja limpia y olorosa para lo que venga, y dejé el suelo como bandeja de fariseo con escrúpulos. Ahora estoy en la puerta. Es de noche y en el cielo las estrellas se abren a la luz lo mismo que las yemas de los rosales por la primavera. Desde aquí veo, a la vez, la estepa con que linda Belén. Es bonito ver tantas luces de fogatas de pastores como se ven en la llanura. Hasta se les oye hablar y cantar junto a la lumbre.

Las 12 de medianoche
Estoy nervioso. Sobre la estepa he visto un relámpago muy grande y fijo, que no se apaga. Oigo cítaras y canciones como de miles y miles de niños, pero que bajan de arriba.
Me llama María. ¡Yahveh, en Ti confío!

Las 12 y diez
Estoy junto al pesebre, y María también. Te miro a los ojos, mi Pequeño divino, y siento que una ola muy dulce y caliente me sube hasta la garganta y se derrama por los míos. ¿Qué has visto Tú, manitas de nácar y de rosas, mejillas de serafín, tintín de sonajero, pupilas de azul de mediodía; qué has visto Tú, te digo, en este hombre de garlopa para haberle encaramado a este clima de predestinación y de gloria? ¿Qué pude hacer en la vida para merecer ver esa fuente clara de elaboramiento que María, desde su ánfora virgen, derrama sobre mi cabeza? ¡Ay, mi Niño, de qué manera me has hecho un loquito de Ti y cómo te voy a tener cerca en la carpintería hasta que seas un hombre y te nos vayas luego para construirle a todos en el alma el alero de la salvación…!

Día 25
Estuvieron aquí los pastores. Estas gentes se parecen a mí en lo de las pocas palabras. No había quien les sacara del «Ea, que estuvieron los ángeles y hemos venido…; a ver lo que se necesita…». Empeñados en besar al Niño, aunque no había uno que no le pinchara con la barba. Luego dicen del dinero…; pero ¿quién le pone precio al cariño que han amontonado aquí los mayorales?
De lo que trajeron le he guardado al chaval un zurrón de piel para cuando sea mayor y se vaya al desierto a hacer penitencia.

Cuarenta días después
Paramos ya en una casa de Belén, y esta mañana hemos ido a lo de la Purificación. Como con todo lo de Jesús, pasan unas cosas tan maravillosas que se me pone el vello de punta. Ea, y no me acostumbro; soy así de torpe.
Las dos tórtolas del rescate nos han costado como unos veinte jornales de los que me salieron estos días. ¿Mucho? ¡Que no! María y yo miramos al Padre que nos protegen desde arriba, y el sudor de los jornales se empequeñece hasta hacerse un grano de mostaza para lo que el Niño merece.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

Lo más leído