Así que vamos despacio, y si ya no tiene remedio, a ver cómo hacemos iglesia de Jesucristo juntos, en la incomodidad de sabernos social y pastoralmente distintos
Pero, ¿para qué te metes en esos foros?, me dicen algunos que bien me quieren; sabes perfectamente que son como «una jaula de grillos». Quizá, pero… Si hiciéramos un esfuerzo para ponderar lo que estamos diciendo y si podemos decirlo así, tal cual… Leo el nombramiento de Munilla en boca de «los políticos» y me digo, «ya han convertido un debate eclesial y pastoral en un debate político; preferentemente, político». Y detrás de ellos, la gran mayoría de los católicos de a pie. Desde luego, todo tiene un sesgo político de uno u otro signo; todo; la composición de la CEE, también; los movimientos eclesiales, también; todos; yo y usted; pero de ahí, a que sea la clave de interpretación y debate va un trecho.
Creer que el pesar de los párrocos guipuzcoanos en el «caso Munilla» es por filias y fobias nacionalistas, sólo puede explicarse desde un nacionalismo mucho más visceral que el denunciado. Debiéramos acostumbrarnos a diferenciar entre opciones políticas y valores culturales de una población; en este caso, más que en otros, plural y compleja en su conciencia de la identidad. Quien no digiere esta distinción, y acusa a otros de politizaciones nacionalistas de la religión, sólo porque habla así, tiene un problema de tolerancia y de capacidad de convivencia con otros distintos a uno mismo.
Conozco mucha gente muy buena en su vida e intención, pero que tiene este problema; la respeto, pero se lo digo. Y de esto no podemos escapar diciendo, «Eta es terror y asesina«, sino diciendo esto mismo, ¡qué lo digo hace muchos años!, pero respetando aquella diversidad y sus expresiones justas. El quicio de la cuestión está en «justas», no en si molestan y cómo evitarnos el problema. Vivir en el País Vasco, y ser ciudadano ahí, requiere diferenciar el terror y sus apoyos políticos y sociales, de la legítima e incómoda complejidad de sus ciudadanos. Con todos los peligros que esto conlleva, pero con todos los derechos y deberes que son irrenunciables en todos. Y de ahí, el pacto democrático, siempre respetado, y siempre precario. Esto es vivir en sitios de complejidad identitaria, cultural y nacional compleja. Quien quiera ser iglesia, obispo, cura o laico, en ese lugar, tiene que entenderlo y traducirlo a derechos y deberes respetados, exigidos y valorados. Yo mismo sé, y soy vasco, que al no hablar euskera, no debo consentir abusos contra mí y otros por esta razón, pero tengo una dificultad muy seria para ciertas responsabilidades, como ser Párroco en una zona euskaldún. Era un ejemplo.
Si esto fuese cierto, el debate en «el caso Munilla» es ante todo eclesial y pastoral; qué modo de ser Iglesia, de anunciar el evangelio y de practicar la fe entre una gente con sus características propias. Y esto no puede resolverse en los términos de lo que diga «el Cardenal», ¡es una maldad mía, pero hay que decirlo!; es claro que no puede satisfacer a nadie, salvo a aquéllos que están viviendo el caso en términos de «reconquista», y denuncio que son demasiados. Ridículo.
Así que veamos con más tino y equilibrio algunos lugares comunes sobre la «iglesia vasca», o para no ofender, «de la Iglesia en el País Vasco». Por ejemplo, que en su clero es muy nacionalista. Bueno, mucho más cultural que políticamente, y esto según el lugar. Convengamos que en Guipúzcoa más, es lógico, y siempre, como en las demás iglesias, en analogía con la mayoría de la población. Podíamos ser más independientes, hablo como cura, y merecemos críticas, pero que nadie olvide que las iglesias de todos los lugares son muy nacionalistas, la polaca y la española; y por poner un ejemplo extremo, hasta las guerras son justas para las iglesias de los dos bandos, allá donde las iglesias se han pronunciado.
¿Por qué? Se dice que no hemos sido sensibles al sufrimiento de las víctimas y hasta indiferentes. Hay que aceptar las críticas, tienen mucho de verdad, pero hay que diferenciar y concretar mucho más. Ellas debieron tenernos más cerca y más nítidamente, y antes. Deben reconocer que se rodearon de no pocos compañeros de viaje con un propósito muy politizado y partidista. No era tan fácil. De hecho, eso de que hubo que buscar curas, por miedo y cobardía de los curas vascos, para celebrar los funerales, no lo sé; se cita como un lugar común, pero me extraña; otra cosa es que la parroquia tuviera unos horarios para los funerales, y se le exigiese que esté el Obispo y sea a la una; no lo sé; siempre he pensado que en la muerte, y más en el asesinato de los representantes políticos del pueblo, o de la autoridad, el Obispo debió estar y favorecer los deseos de la familia; pero también he pensado, que había que despolitizar los funerales de las víctimas, con ese correr de las autoridades públicas a «presidir» el funeral en lugar destacado; el homenaje público, sí, pero ¿el funeral? Estas distinciones que sé que enfurecen a muchos, yo las mantengo desde el compromiso de haber tenido una palabra pública de denuncia del terror de ETA, desde hace muchos años; no paso factura, pero me siento un poco más libre, sólo un poco, para decirlas; y la forma como veo que se denuncia a ciertos Obispos vascos, y a la iglesia «vasca» en su conjunto, la asumo por mor de las víctimas, pero digo que muchos de cuantos la hacen, no ponderan bien sus palabras, hablan generalizando, y están más politizados que la mayoría de nosotros; y, cuando ha sido, o es, la Iglesia «española», me admira que no se mire en el espejo de su postguerra y la larga dictadura. No es el «y tú peor», que me parece un argumento moral estúpido», sino «a lo mejor no ha sido tan fácil, ni lo ha hecho tan mal como se dice, esta «iglesia vasca». Aún recuerdo a Múgica, el defensor hoy del pueblo, saliendo de una catedral dando gracias a los curas vascos, por tantos y tan representativos como les habían acompañado, cuando fuera, el Lehendakari Ibarretxe, era abucheado por los asistentes. Es un ejemplo.
Se dice que esta iglesia «vasca» ha arruinado su patrimonio popular histórico, por mor de su nacionalismo. Bueno, todo es más complejo, tras la secularización de las sociedades modernas. Pero admitamos parte de la culpa. No debemos ofender a ningún católico por nuestro nacionalismo, y él debe aprender a reconocer el suyo y a convivir con distintos. Porque claro, si un nacionalismo asentado y legítimo, el español, lo damos por «normalizado», y por ende, «vivido en silencio», y otro, emergente, lo declaramos ilegítimo, «porque genera terror», y lo vivimos como anormal y silenciable, entonces tenemos un problema de derechos en torno a lo justo. Yo me siento muy libre, otra vez, para hacer estas distinciones, porque soy demasiado incrédulo como para ser nacionalista de cualquier lugar, pero sé que tengo que respetar los derechos y deberes de los que son distintos a mí, lo justo.
Y hay una cosa que he aprendido, lo justo en sociedades identitariamente complejas hasta el antagonismo es muy ingrato y difícil de acoger. Pero lo mismo sucede en las sociedades de la crisis por causa del antagonismo en cuanto a los bienes necesarios para vivir. Claro, si nos callamos sobre la propiedad y su acumulación injusta y desmedida, y sobre la diversidad nacional de los vascos, y cómo vivir estas cosas en justicia, si todo lo reducimos a «caridad-beneficencia», todo es más fácil para la religión, pero a qué precio en su encarnación hacia Dios y hacia la tierra. Es difícil todo esto. Dicen que hemos vaciado los seminarios e iglesias, y que ahora se van a recuperar, con otra propuesta religiosa, sólo religiosa, y cristiana, bien cristiana; Dios nos oiga. Hay seminarios con vocaciones por distintos lugares. No tantos, no tantos; y en varios casos, recogiendo vocaciones de aquí y allá, más por afinidades «ideológico-religiosas», que por una iglesia local floreciente. No sé cuál es el futuro de esa iglesia; con todo respeto a esas personas y opciones, y Munilla los representa bien, tendrán que dar cuenta, como todos, de las preferencias evangélicas, ¡no propias o de los mentores!, sino evangélicas, las bienaventuranzas, primera expresión moral y espiritual del Amor que nos convoca, y tendrán que hacerlo al modo como Jesús es el Cristo de Dios, ¡que por cierto, lo lleva a la cruz, una cruz ni querida ni buscada!, y tendrán que acoger la ley de la Encarnación en la historia de la salvación, y apechugar con la condición social e histórica del ser humano y, por ende, de la evangelización y la fe, y tendrán que aprender a vivir en sociedades políticamente laicas y con ciudadanos cuya libertad de conciencia es relativa, pero relativa a la dignidad de la persona, clave de bóveda de las obligaciones morales, sí morales, que a todos nos incumbe respetar para ser dignos de la experiencia más íntima de todo ser humano, y en la fe, del mismo Dios.
Si de uno u oro modo, no se acogen esas preferencias de la fe, y estoy pensando en «los más pobres y pecadores», sí, en ellos, y no se le da significado también social, sí, social, y no se sabe de la autonomía moral de la persona, sí, moral, evidentemente, pueden intentar otro camino pastoral y eclesial, pero lo harán en falso; no he dicho, en vano, sino en falso. Todos tenemos que corregir en los caminos recorridos, pero si alguien cree que por tener más vocaciones, ya está la iglesia de Jesucristo en marcha, se equivoca; valorar la marcha de la Iglesia a golpe de estadísticas es convertirla en un remedo de un partido político, ¡los critico, pero los valoro!, cuya ideología da, a veces, para un roto y un descosido, para fines electorales. Pero en la Iglesia no es así, no puede ser así; y la renovación pastoral, la haga quien la haga, requerirá honradez con el evangelio, ¡entero!, y con los seres humanos que son sus destinatarios, todos, y especialmente de los más olvidados del mundo; separando lo justo de lo injusto, pero no lo cómodo de lo socialmente incómodo.
Creer que de esto te libras si acuerdas con el Cardenal tus pasos, y por él, con Roma, es un camino que te va a distraer del Evangelio, ¡no sería la primera vez en la iglesia española, ni la única iglesia a la que le pasa!, y que mucha gente de bien entre nosotros lo va a recordar a diario, y como es lógico, lo llevará a los Consejos de la Iglesia con coraje de adultos y convicción de conciencia.
Así que vamos despacio, y si ya no tiene remedio, a ver cómo hacemos iglesia de Jesucristo juntos, en la incomodidad de sabernos social y pastoralmente distintos; ¡quiero creer sinceramente que no antagónicos!; y en la certeza de que, desde la libertad del Amor, y el compromiso con los más pequeños del mundo, podemos dar con un mejor camino para que el ser humano viva con dignidad, o sea, para glorificar al Dios vivo. No es fácil.
Feliz Navidad. Zorionak
José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete
Vitoria-Gasteiz