Serán muchos los que tomen la convocatoria como un ataque personal de la Iglesia jerárquica frente a los proyectos de Leyes del Estado que no entran dentro de la ortodoxia católica
Estamos a un paso de celebrar la Sagrada Familia y también se aproxima la convocatoria que el cardenal Rouco ha preparado en la plaza de Lima. Las cosas que se hacen con buena intención no deberían permitir otras lecturas. He estado a favor del Encuentro de las Familias en estos últimos años. Y ahora también me parece oportuno, siempre que no se preste al doble juego. Es decir que no salga de lo estrictamente religioso.
Eso es imprescindible, reivindicar un modelo de familia que sigue funcionando, se debe hacer con testimonios de fieles que viven con gozo el sacramento del matrimonio. El derecho a la vida es la segunda baza y en él caben también la participación de todos aquellos deficientes que hoy no llegan a ver a la luz y que, sin embargo han sido y son fuente de unión en las familias.
Cuando los obispos de Europa llegan hasta estas tierras más cálidas, donde se toma como referencia la meteorología para llevar a cabo una manifestación por la familia de carácter Europeo, conviene no mover otras fichas. Esta Eucaristía rezando por la familia y por toda Europa, insisto que no debe prestarse al juego de las dobles lecturas. La realidad es que el catolicismo sale a la calle sin complejos, decidido a mostrar que la fe también tiene un espacio público que reivindicar. Pero con tiento, a la par que con valentía.
La estadísticas no muestran un catolicismo combativo, sino más bien descafeinado y sociológico. Y eso no lo cambia una concentración religiosa cada año. Aunque todos esperemos que despierte conciencias dormidas. Aquí es donde la parte que a cada uno le corresponde en su ciudad y pueblo debe ponerse también en acción. Que se rece por todas las familias, también las que no son creyentes e incluso aquellas que combaten el modelo de familia tradicional. Todo tipo de familias que vivan la fe en común deben tener cabida. Porque eso es lo importante que en el seno de las mismas la fe tenga la primacía que parece haberse diluido tras dos mil años de historia.
Así que no vale predicar por la familia si lo importante que es la manifestación de la fe no se pone en primer lugar. Ese es el camino, dejar claro que Dios ocupa el centro de nuestra vida. Y que en la medida que Él es el centro caen como fichas de dominó todas las demás expresiones. La fidelidad, el compartir, la aceptación de la llega de nueva vida al hogar, sin consideraciones materialistas. Me atrevo a asegurar que esa es la lectura que debe extraerse del acontecimiento sobre la Familia. Recordar además que se celebra la Sagrada Familia de Nazaret y que siempre ha tenido lugar esta celebración dentro de la liturgia de la Iglesia.
Lo digo porque serán muchos los que tomen la convocatoria como un ataque personal de la Iglesia jerárquica frente a los proyectos de Leyes del Estado que no entran dentro de la ortodoxia católica. Pues bien, el camino es recordar que todos estamos celebrando lo mismo el domingo, en nuestras parroquias, y que lo hacemos todos los años. Es evidente que los medios de comunicación intentarán llevar el agua a su molino. Y en ese sentido hay que tener mucha cautela con lo que se diga. Yo pediría mayor implicación a todos esos creyentes que huyen de convocatorias multitudinarias. Ese es mi caso, no iré a la plaza de Lima por cuestiones personales pero no dejaré de rezar por la familia en mi parroquia que también anda necesitada de participación para orar por todas las familias.
Sin embargo, creo que este acontecimiento debe seguir como una cita puntual cada año. Es la mejor manera de desactivar dobles lecturas. Un acto religioso no es un acto político eso lo saben todas las cofradías de Semana Santa o del Corpus o de otras fiestas locales que se celebran con naturalidad. Nadie protesta ni se siente aludido por ello. Pues ese es el camino. Que la Sagrada Familia esté presente de manera pública todos los años, con una homilía y unas preces muy medidas para dejar claro que es lo importante: La oración en común y la manifestación pública de la fe.