La muerte del Señor no tiene ningún sentido expiatorio, ni salvífico, ni sacrificial, ni perdonador
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(Jairo del Agua).-Durante siglos nos han enseñado que el pecado del hombre causó una ofensa infinita a Dios. Siendo el hombre un ser finito, no podía reparar esa ofensa infinita. Era preciso alguien infinito para satisfacer el honor de Dios. Por otro lado, al haber sido cometida la ofensa por el hombre, tenía que ser reparada por un hombre. Eso explica que Jesús (Dios y hombre) se encarne, muera y merezca con su muerte (sacrificio con valor infinito por tratarse de un ser infinito) la reconciliación con Dios. Al quedar pagado el justiprecio por todos nuestros pecados, quedamos redimidos y los cielos abiertos.
Se me ponen los pelos de punta al recordar esta nefasta doctrina que ha durado casi diez siglos, ha denigrado el rostro de Dios revelado por Cristo y ha causado tanto temor. Bajo ella laten los conceptos de «culpa» y «expiación» judaicos de los que estaba impregnado San Pablo y con los que, a veces, contamina sus cartas. La superada «interpretación literal» de la Escritura nos permite ahora distinguir el diamante (Palabra de Dios) de los defectos causados por su tallador (el escritor sagrado). No podemos olvidar que los autores del Nuevo Testamento también eran judíos. Es normal, por tanto, que su mentalidad judía esté presente en sus escritos. Algo que es imprescindible considerar a la hora de interpretar.
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