En 48 años no he pagado una comida. Todo lo que tienen, te lo dan
(Jesús Bastante).- «No sé si me necesitan, pero yo les necesito a ellos». Jesús Martínez Presa es un misionero navarro, de los Padres Blancos, que desde hace 48 años trabaja en Malí, el tercer país más pobre del mundo, con unas tasas de alfabetización del 30% y con serios problemas de acceso al agua. Medio siglo de trabajo dan para mucho: construir escuelas, hacer pozos y pantanos, incluso crear una radio rural. Y para comprender al pueblo africano, y admirarlo: «En 48 años no he pagado una comida. Todo lo que tienen, te lo dan», afirma.
No aparenta la edad que tiene -73 años-, ni que más de dos tercios de su vida los haya pasado en la misión. «Mi vocación vino por una cuestión de justicia. Me preguntaba por qué, al haber nacido en España, tenía derecho a la enseñanza, a la salud, mientras que apenas a mil kilómetros más al sur, a cuatro horas de viaje en avión, no«, apunta Martínez Presa. «Decidí ir allí, y trabajar con ellos, porque el desarrollo lo hacen, lo tienen que hacer ellos».
Malí es uno de los países menos desarrollados del planeta. El 70% de la población es analfabeta -cuando llegó, las tasas alcanzaban el 97%-, con una esperanza de vida de 50 años. Y sin embargo, con una de las tasas de nacimientos más altas de la Tierra. «En Malí, el gran principio es la vida. Hay niños por todas partes«.
Desde el principio, Jesús Martínez Presa vio claras las tres grandes prioridades para Malí, que comportan las tres grandes líneas de trabajo que este misionero está llevando a cabo en el país. «La primera es la educación: para que un pueblo progrese, hace falta que al menos la mitad de la población sepa leer y escribir. La segunda prioridad, la salud. Y con la salud va el agua. Y la tercera es la promoción de la mujer«.
El agua es vital, y más aún en un país cuyas dos terceras partes están en mitad del desierto del Sáhara. Con mil euros, Jesús Martínez Presa construye un pozo. Con 30.000, un pantano, cuatro pozos, unos huertos y una escuela. «En algunos sitios, tenemos que perforar 80 metros bajo el suelo para encontrar agua». Por ello, los pantanos son vitales en un territorio donde sólo llueve cuatro meses al año.
«Un país, cuanto más pobre es, la mujer sufre más», denuncia, y admite con esperanza que todas las propiedades tienen que estar a nombre de mujeres, «porque se administran mejor. Los pozos, los huertos y los molinos son propiedad de las mujeres».
A lo largo de estos años, se han construido decenas de escuelas. Hay niños que están a 15 kilómetros de un colegio, y el objetivo es reducir esa distancia a la mitad. Los maliensese se vuelcan. «Ellos construyen el edificio, y nosotros cubrimos el tejado, ponemos puertas y ventanas, los pupitres y el suelo. Pero son ellos los que construyen, ellos los que pagan al maestro. Se hacen responsables de su futuro«.
Otro de los proyectos estrella es la creación de una radio rural, que conecta centenares de aldeas a cien kilómetros a la redonda. «Estamos -afirma el misionero- en un hoyo perdido, sin electricidad, televisión… Intentamos abrir una radio rural, con cinco horas de emisión todos los días. Temas agrícolas, sanitarios, educativos, temas de la mujer… La gente no lee, la tv no llega, pero escuchan la radio. Nos permite conocernos, asociarnos. Ellos participan. Estamos sensibilizando, y a todos los que tienen proyectos, les ofrecemos espacios». Antes, para anunciar un fallecimiento o un nacimiento, alguien cogía una bicicleta y se hinchaba a hacer kilómetros. Ahora se enteran a través de la radio.
¿Es suficiente? Nunca lo es, pero hay que seguir trabajando para cambiar la realidad. Y siempre con la mirada puesta en Malí. «El misionero vive con la gente, se adapta a la lengua y a las costumbres de donde esté. La gente es encantadora. Los malienses me han enseñado a vivir alegres. Tienen pocos medios materiales, pero unos valores humanos y espirituales que desgraciadamente hemos perdido nosotros. En 48 años no he pagado nunca una comida: lo que tienen te lo dan».
Por eso, «se me cae la cara de la vergüenza cuando vemos los que mueren en las pateras. La hospitalidad y solidaridad del pueblo africano no tienen comparación», sostiene Martínez Presa. Un pueblo que primero sufrió la esclavitud, y posteriormente la colonización. «Ahora son independientes, pero dependen de las multinacionales«. Malí es el segundo productor de algodón de África, «pero lo compran a un precio ridículo. Habría que llegar a un equilibrio para comprar las materias primas de África a un precio justo. No es limosna, es justicia. 1.000 millones de africanos no representan más que el 1,5%de la industria mundial».
¿Por qué no queremos solucionar el hambre en el mundo? ¿Cuáles son las causas? Nosotros tendríamos que cambiar muchas cosas, concluye el misionero.
Para contactar con Jesús Martínez Presa: 681 15 73 49
Correo electrónico: [email protected]