Puede ocurrir que los "ateos creyentes" (evangélicamente hablando) sean más numerosos de lo que imaginamos
(José María Castillo).- Ayer falleció José Saramago, premio Nobel de literatura. Y esta mañana, al ponerme a escribir esta entrada en el blog, no puedo dejar de pensar en algo que me causa un profundo malestar: son ya muchas las personas de gran calidad que, como Saramago, se han distinguido por dedicar lo mejor de sus vidas a la defensa de las causas más nobles (la justicia, el derecho, la libertad, la paz, los oprimidos…), pero resulta que, al mismo tiempo, muchos, muchísimos, de los que se han dedicado a todo eso son agnósticos, ateos y, por supuesto, nada religiosos. ¿Qué pasa aquí?
Desde luego, son también muchos los creyentes que, por la fuerza de sus creencias, han dado lo mejor sus vidas, y hasta la vida misma, por esas mismas causas. Pero esto no le quita importancia, ni suprime el problema que representa el hecho, tan repetido, de tantos ateos, tan profundamente humanistas. Como tampoco le quita su peso al hecho de tantos hombres religiosos, que han dado pruebas sobradas de vivir como unos sinvergüenzas.
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