«Si Isidro hubiera estado respaldado, ya habría empezado su proceso de beatificación»
Isidro Uzkudun (1931, Pasaia) fue uno de tantos misioneros que dedicaron su vida y esfuerzos a uno de esos lugares en el corazón de África donde la esperanza es escasa y la pobreza reina: Ruanda. El 10 de junio del 2000 tres pistoleros terminaron con su vida, conviritiendo en héroe a quien no deseaba serlo. Lo cuenta Ane Guerra en El Correo.
Josetxu Canibe, periodista y sacerdote alavés, ha publicado ‘Un atardecer de junio: Isidro Uzkudun entrega hasta la muerte’ en el décino aniversario del asesinato de este religioso pasaitarra de corazón ruandés.
«Isidro fue un hombre extraordinario dentro de lo ordinario. Una persona sencilla que no quería ser un mártir, quería disfrutar de la vida y de su jubilación en San Sebastián», cuenta Josetxu Canibe. Pero, por otra parte, el misionero nunca rehuyó a sus responsabilidades.
Decía lo que pensaba y nunca se echaba para atrás a la hora de hablar con dirigentes ruandeses y pedirles las cosas claramente, cosa que poca gente hacía. «Si Isidro hubiera estado respaldado, ya habría empezado su proceso de beatificación», asegura su biógrafo.
Las acciones del religioso se asentaron sobre tres ejes: la reconciliación entre tutsis y hutus, la paz y la justicia. Pero Uzkudun era un hombre de acción antes que de sermones. La parte ideológica del asunto le parecía menos relevante. Había mucha gente a la que ayudar.
«Ahora que han salido tantas acusaciones terribles de curas pederastas, Isidro es un ejemplo de todo lo contrario», opina Canibe. Y su asesinato aún no está esclarecido. «No, ni se esclarecerá. No interesa que salga a la luz la verdadera causa de la muerte de Isidro. La versión oficial dijo que se trató de un robo, pero nada de eso», lamenta.
La Fundación Isidro Uzkudun gestiona el trabajo comenzado por el misionero guipuzcoano, especialmente el centro de enseñanza San Ignacio de Muniga, que funciona como un híbrido entre escuela y universidad. «Pero desde la muerte de Uzkudun y de otro misionero, el religioso José Ramón Amunárriz, se decidió que la gente de la diócesis guipuzcoana volviese». Así, los que quedan allí son nativos y otras congregaciones, que viven con miedo. «Los misioneros tienen que andar con mucho cuidado para que no los quiten del medio de un disparo».