El Evangelio tiene algo muy fuerte, muy duro, que no nos cabe en la cabeza. A partir de la primera Navidad, que hubo en la historia, a Dios no se le encuentra ya en lo fuerte, sino en lo débil.
(José María Castillo).- No hablo de males y catástrofes, que ya tenemos bastantes. Y bastante hablamos de nuestras desgracias. Mejor nos iría si tuviéramos una visión positiva y esperanzadora de la vida y de las cosas. Por eso hoy, en vísperas de Navidad, propongo que pensemos en el daño que a todos nos hace el miedo que le tenemos a nuestra propia humanidad. Porque estoy persuadido de que, en ese miedo, está la explicación y la raíz de tantas torpezas y maldades que se podrían y se tendrían que evitar.
Vamos a ver. Desde la nochebuena hasta el día de reyes, los cristianos recordamos una serie de episodios en los que no resulta fácil precisar lo que hay de leyenda y lo que hay de verdad en esos relatos. Los estudiosos se rompen la cabeza intentado descifrar cada detalle y no acaban de ponerse de acuerdo. Pero, en todo caso, lo que hay de cierto (para un cristiano) en los evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2), es que «lo divino» (Dios, en definitiva) se dio a conocer, se hizo presente y se manifestó en «lo humano». Y precisamente en lo más humano: un niño, de condición humilde y en circunstancias de despojo, desamparo y persecución a muerte.
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