El Abanico.- 2011: No hay remedio para mis males.

MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Mal empezamos si para convencer a los ciudadanos de las maldades del tabaco -que nadie con dos dedos de frente cuestiona ya- se incita a la población a denunciar a todos aquellos a los que se encuentren fumando fuera de los lugares permitidos por la Ley, habremos hecho un pan como unas tortas.

No se trata de utilizar el chivatazo como arma arrojadiza contra los fumadores. De lo que se trata, creo yo, es de convencer, de concienciar a la gente de que el tabaco perjudica seriamente su salud, y eso, que me perdone la ministra de Sanidad, lleva su tiempo. Fumar es un hábito, un mal hábito, que cuesta quitarse, de ahí la necesidad de utilizar más la pedagogía que la denuncia pura y dura, no sea que para arreglar un problema nos encontremos con otro añadido, tan grave o más que el del tabaco, como es el de la injusticia, el resentimiento, el odio.

Recuerdo que siendo José Bono presidente de Castilla-La Mancha propuso la publicación de los nombres de los maltratadores, que fue rechazada para evitar que la gente se tomase la justicia por su cuenta, pues ya sabemos como se las gastan algunos cuando tienen la oportunidad de devolver el ojo por ojo.

Estoy de acuerdo en que algo había que hacer para evitar que las cifras de enfermedades pulmonares sigan aumentando año tras año con el coste multimillonario que ello comporta. En lo que no lo estoy es en la forma en que se va a aplicar la Ley. ¿Por qué? Porque si hace unos años ya sabían que las medidas adoptadas no serían suficientes para erradicar el tabaco no veo por qué se permitió que los restauradores, hoteleros, etc., etc. adaptasen sus negocios a una normativa que en un futuro iba a ser reformada. Tampoco entiendo por qué se sigue vendiendo tabaco en esos mismos lugares, incluso en los estancos, toda vez que hemos llegado a la conclusión de que fumar ya no es un placer como decía Sara Montiel.

No he fumado en mi vida, jamás, pero reconozco que me duele ver como se trata a los fumadores, casi, casi como si fueran malhechores, sin darnos cuenta de que hasta hace bien poco lo habitual era invitarles a que fumaran pitillos, buenos puros habanos, en pipa, en fiestas o después de hacer el amor. Por eso no se puede pretender que de la noche a la mañana tiren a la basura sus cajetillas. Habrá que ayudarles, por ejemplo, con campañas publicitarias que les lleguen a la cabeza y al corazón, tal y como han hecho en la Dirección General de Trafico, con el consiguiente descenso de los accidentes mortales en nuestro país.

Y a todo ello añadir que me parece una simpleza el prohibir el vicio en determinados lugares al aire libre. ¿Alguno de nuestros legisladores sabe lo que es cuidar a un familiar en un hospital noche y día y tener que salir a fumar fuera del recinto hospitalario que puede estar bien distante? Como si los autobuses y los miles de coches que pasan por delante de las puertas de los centros sanitarios no lanzaran sus emisiones mucho más mortíferas que el humo de un cigarrillo. Legislemos, pero con cabeza…

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