Un texto sencillo, pero sin apenas novedad

Comentario a la VERBUM DOMINI en su significado ético-social cristiano

Tiene problemas para asumir la Palabra de Dios en el mundo y en la historia

"Los pobres y los necesitados", son los destinatarios preferentes de la Palabra

(José Ignacio Calleja).-Un comentario a la tercera parte de la Exhortación Apostólica Postsinodal, VERBUM DOMINI, y que lleva por título Verbum mundo. La misión de la Iglesia: anunciar la Palabra de Dios al mundo, nn 90-120. Elijo la perspectiva de una lectura «ÉTICO-SOCIAL», de la Exhortación Apostólica Postsinodal, VERBUM DOMINI, por ser la que más veces se me ha pedido y en la que podría decir algo de interés.

1) Lo primero que llama la atención del lector es el título mismo de la tercera parte por comparación con el de la segunda. Mientras ésta, la segunda, reza, «La Palabra (de Dios) en la Iglesia y, la liturgia, lugar privilegiado de la Palabra de Dios», en la tercera el título dice La palabra de Dios al mundo. No «en», sino «al». (Hay en esto un algo de rutina «teológico-bíblica». Parecería más lógico incorporar en ambos títulos las dos partículas, «en y al», pues la Palabra de Dios también es «a la Iglesia» y es «en el mundo y la historia». Evidentemente la cuestión no es menor en su significado para la fe pensada y vivida).

2) Considerando directamente la tercera parte de la VERBUM DOMINI, nos encontramos al punto con los nn 90-98, que podemos considerar programáticos, y en ellos esta primera observación:

• Tanto en el n 90, como en el 98, el texto apela expresamente a Jesús de Nazaret como el «Revelador del Padre». Puede parecer una obviedad, pero no es común en la documentación magisterial y teológica la mención expresa de Jesús de Nazaret, así como suena. Lo normal es decir siempre, Jesucristo, Jesús el Hijo de Dios, el Hijo de Dios, etc. El detalle es importante.

• En segundo lugar, y en el n 93, se dice con toda contundencia que la misión de la Iglesia de anunciar la Palabra con toda la vida, es vital. Y su contenido, «el Reino de Dios que es la persona misma de Jesús», cuya luz ilumina todos los ámbitos de la vida humana. (Importante la precisión).

• El anuncio misionero de la Palabra de Dios es necesario, – prosigue el texto -, compete a todos los creyentes y conlleva el anuncio explícito de Jesucristo (nn 95 y 98). «No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios», (n 98). (Muy importantes las precisiones sobre qué conlleva el anuncio explícito de Jesucristo).

El anuncio evangelizador es necesario repetirlo, hoy, entre muchos bautizados y en el seno de naciones «cristianas» muy secularizadas (n 96).

• Hoy más que nunca, a su vez, el anuncio de la Palabra ha de mostrar su intrínseca relación con el testimonio de vida, en una relación de evidente circularidad. Y esto, – dice -, por tres razones. Porque está en juego la credibilidad de la fe, está en juego la ley de la Encarnación en la economía de la salvación, y está en juego la ley de la vida. (Me parece muy importante comentar esta triple razón. Estamos acostumbrados al primer argumento, «la credibilidad de la fe», pero siempre me ha parecido tan necesario como débil este argumento; cualquiera de nosotros conoce ideólogos fundamentalistas que viven lo que creen, y sin embargo lo que creen o piensan es muy discutible, incluso falso y pernicioso. También en la fe puede pasar. ¡Cuidado con este argumento a secas! Por eso es tan interesante el subrayado de «la ley de la Encarnación», porque así Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios, y no de otro modo, y así está configurada toda historia de salvación y, en ella, la del sacramento que es la Iglesia; y por fin, muy bien la apelación a que así es la ley de la vida, porque así, como «espíritu encarnado» que somos cada ser humano, se da en nosotros la fe o su ausencia).

• Imprescindible e irrenunciable es siempre «la libertad de conciencia» para el ser humano, y la misma condición corresponde a «la libertad religiosa» en privado y en público (n 98); eso sí, siempre ejercida como un derecho pacífico y pacificador (n 102).

2) La segunda parte de la VERBUM DOMINI que estoy comentando, tiene a su vez otros tres apartados: Palabra de Dios y compromiso en el mundo (nn 99-108); Palabra de Dios y culturas (nn 109-116) y Palabra de Dios y diálogo interreligioso (nn 117-120). Por las razones dadas al comienzo, me ocuparé en este comentario del primer apartado, nn 99-108, Palabra de Dios y compromiso en el mundo.

– El primer detalle que debemos pensar está en el mismo título, «en el mundo», y de inmediato mirar a ver si se cuida también el compromiso «con» el mundo. Se sobreentiende, – podría decir el lector -, pero tal vez sí, tal vez no; mejor decirlo, añado yo.

– El compromiso en el mundo es una necesidad de la fe y lo es, – dirá el texto-, desde lo que hacemos o no «a los humildes hermanos» (Mt 25, 41.45). (Creo importante destacar que el orden de las palabras, «los humildes hermanos», da un significado distinto que el de «los hermanos más humildes»; aquellos son todos los cristianos, y por derivación, los hombres y mujeres en general, y estos son «los más humildes y pequeños o pobres», es decir, preferentemente algunos, y por ende, todos desde la preferencia por los últimos, los más humildes hermanos. Tiene importancia el detalle).

El compromiso en el mundo es compromiso por la justicia en la sociedad (n 100), y es una lucha o acción que forma parte de la acción evangelizadora de la Iglesia. (Lo repetimos hace tiempo y por todos lados).

– Ese compromiso por la justicia en la sociedad, -comento por mi parte-, vuelve a entenderse aquí a la luz de las encíclicas Deus caritas est y Caritas in veritate, en lo referido al compromiso «social y político» de cada cristiano (n 102) y a la relación entre caridad y justicia (n 103). (A mi juicio, sin embargo, la relación caridad-justicia, como unión indisoluble para la plenitud de ambas, no aparece tan clara como allí. Me atrevo a decir que, en la Exhortación, hay una separación entre ellas, y una progresiva interiorización y particularización del significado de los conceptos caridad y justicia; lo cual se verá probado en el número 110, en relación a la «la pobreza»).

– Es interesante otro aspecto del n 102, además del mencionado, y referido ahora al valor pacificador de la religión en cuanto tal. Me refiero a que «toda religión debería impulsar un uso correcto de la razón y promover valores éticos que edifican la convivencia civil». Entiendo que, con otras palabras, se está pensando en «una moral civil compartida» que las religiones pueden ayudar a nutrir en una sociedad abierta y democrática. (Creo que se piensa en esto, y con protagonismo de las religiones, pero no está claro).

– Es interesante, -no podía ser de otro modo-, la referencia de la Palabra de Dios a «los que sufren». En este sentido, la Exhortación piensa en aquellos que padecen «sufrimiento físico, psíquico o espiritual», y los identifica sobre todo como «los enfermos». (El planteamiento podría y debería ser más abierto en cuanto a los sujetos y causas del sufrimiento, – pienso -, si bien cabe esperar que al referirse a «la pobreza», más adelante, atienda a otras causas y manifestaciones). Invito a leer, por tanto, el n 106. Como digo, ahí se está pensando en el mal (el pecado) que está detrás del sufrimiento humano y el dolor, sobre todo como enfermedad, y en que la Palabra nos revela el sentido divino de las adversidades y la dignidad de la vida aquejada por el mal. Y es que en Jesús, – prosigue -, contemplamos la cercanía extrema de Dios al sufrimiento humano: «Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió» (n 106). A su luz, la Iglesia entera está llamada a prolongar en el tiempo esta cercanía particular de Jesús con los enfermos.

– El n 107, la Palabra de Dios, el compromiso en el mundo y «los pobres» destaca que estos, «los pobres y los necesitados», son los destinatarios preferentes de la Palabra y agentes ellos mismos de evangelización. Y aquí una pregunta redundante siempre y sin embargo, inevitable. Pero, ¿quiénes son los pobres, predilectos de Dios? Y responde, «En la Biblia, el verdadero pobre es el que se confía totalmente a Dios». De ellos, -sigue reflexionando el texto-, el Señor ensalza su sencillez de corazón al poner en Dios su riqueza y esperanzas, y no en los bienes de este mundo. La Iglesia no puede decepcionarlos. (A esto me refería como progresiva «espiritualización» en el concepto de «pobreza» y en los compromisos de lucha «social» contra ella. Es evidente que según el texto, al que remito, alguien podría concluir que se puede ser «pobre según la Biblia» y rico en bienes, sin que hayamos de hablar de cómo se han adquirido y cuál es su uso o inversión. La hipoteca social de toda propiedad y el destino universal de los bienes creados, tanto más en casos de extrema necesidad, queda fuera de toda consideración. El problema de las causas estructurales de las pobrezas, y de tantos sufrimientos humanos, y hasta de enfermedades, queda demasiado olvidado). Es verdad que el mismo 106 termina diferenciando entre la pobreza elegida como virtud y la miseria padecida por egoísmo e injusticias sociales que las provocan, y el círculo virtuoso de sobriedad, solidaridad y lucha por la justicia que debe unirlos. Es un buen apunte, si bien, algo tardío en el conjunto.

3) Y nada más. En la perspectiva de mi mirada, en cuanto al segundo apartado de esta tercera parte, Palabra de Dios y culturas, nn 109-116, un detalle :

– Me refiero a la aportación del n 110, la Sagrada Escritura como fuente de valores fundamentales; en mi lenguaje, de «moral civil» en las culturas, a través de la dignidad fundamental de los derechos humanos y su cohorte de valores subsiguientes. (Buen apunte).

– Y en cuanto al tercer apartado, Palabra de Dios y diálogo interreligioso, (nn 117-120), de nuevo destacaría la apelación a las virtualidades culturales y éticas, hechas paz y fraternidad, de una fundamentación religiosa de la existencia humana en cuanto tal. Un filón donde los haya para la aportación moral y cultural de las religiones. (Es lógico que haya tan intenso debate ético-teológico en la materia).

– Además, remito al n 120, las religiones están llamadas a un diálogo imprescindible, llevado a cabo sin sincretismos fáciles ni relativismos; el aprecio de la vida y los derechos inalienables e iguales de hombres y mujeres, tiene que estar fuera de toda discusión, y la libertad de conciencia, y todas las libertades fundamentales, y «el respeto por cada persona para que pueda profesar libremente la propia religión… en privado y en público», ha de ser algo incuestionable para todos. (magnífico apunte, a mi juicio). Más en concreto, debe ser visto como algo recíprocamente «sagrado» entre las religiones y culturas, y un servicio cultural y moral que la laicidad política puede perfectamente apreciar (n 118). (Es evidente que la Exhortación marca muy bien el territorio de los derechos y libertades fundamentales del ser humano en toda cultura y tradición religiosa; en esto no admite disculpas «comunitaristas»; y es claro, para mí, que teme la secularización extrema, es decir, laicista de las sociedades «cristianas», pero no piensa en si ella misma digiere bien la laicidad sin más. En esto es optimista).

Para concluir

Con todos estos detalles sobre la Exhortación Apostólica Postsinodal VERBUM DOMINI, sólo en la perspectiva y pasajes más directamente significativos para «la condición social e histórica de la fe cristiana», me permito concluir aquí y así. Yo creo que en esta parte se trata de un «texto» sencillo, directo, sincero, con buenos apuntes para la «vida cristiana» en lo social, pero sin apenas novedad.

Y en este sentido, y sólo en mi perspectiva, yo lo encuentro demasiado orientado a la «particularización e interiorización de la expresión social de la fe cristiana». Tiene problemas para asumir la Palabra de Dios en el mundo y en la historia, y no sólo para. Precisamente, este «para» ha de estar muy condicionado por el «en» del mundo y la historia. A la vez, esta conciencia histórica en el «en», decidirá más intensamente que la Palabra de Dios sea «en» la Iglesia y «a» la Iglesia. Se me dirá que todo esto es «obvio», pues bien, conviene decirlo y que se vea. Paz y bien.

 

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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