Rouco dirige, pero no lidera

¿Quién lidera la Iglesia en España?

No pueden liderar a la Iglesia quienes esperan recuperar los ideales tradicionalistas

¿Quién lidera la Iglesia en España?
Cardenal Rouco Varela

Al dejar fuera de los ámbitos de dirección del episcopado español a algunos obispos que podían aportar una visión más dialogal e inclusiva se ha mermado la credibilidad de la Iglesia

(Jordi López Camps, en El Correo).- Marzo ha empezado con la noticia de la reelección de Antonio María Rouco como presidente de la Conferencia Episcopal Española. Por sus intervenciones durante la reunión se puede deducir que no hay nada de nuevo en los esquemas mentales del arzobispo de Madrid. El cardenal sigue fiel a su particular modo de ver las cosas y cómo la Iglesia católica debe atender los asuntos del mundo. Sus preocupaciones, obsesiones, miedos y creencias son las de siempre.

Rouco está convencido de la utilidad de la confrontación con una realidad que no le gusta nada y que todo, o casi todo, parece estar mal. Me da la impresión de que sus palabras transmiten pesimismo antropológico.

Un sector de los obispos españoles ha vuelto a confirmar, aunque de forma ajustada, al cardenal Rouco en la cúpula dirigente. Ha recibido tantos apoyos como hace tres años; su techo electoral es estable. Se trata del sector duro y atemorizado del episcopado español. Son quienes creen que, prisioneros de sus temores y miedos, la confrontación es la mejor salida a sus inquietudes y preocupaciones.

Piensan que esta es la mejor estrategia para revitalizar el catolicismo adormecido por el empuje de la secularización y la confusión provocada por el relativismo moral. Este sector episcopal ha creído desde siempre que el mejor antídoto a la resignación evangelizadora es la misión a pecho descubierto.

Una parte de la iglesia católica española está conducida por unas personas que muestran una evidente incomodidad por las transformaciones de la sociedad. Muestran un estado de ánimo lleno de tribulaciones ante el evidente desapego religioso de la sociedad española. Situación que el cardenal Rouco parece ignorar o creer que no se produce. Sin embargo, la realidad se empeña en mostrar signos que confirman un mayor distanciamiento de los ciudadanos con el hecho religioso y prevenciones hacia las jerarquías eclesiásticas.

Aunque los datos apuntan en esta dirección, no es menos cierto que la dimensión religiosa de las personas no ha sido eliminada de sus corazones. Aunque ello hoy se manifieste en otras claves de las que estábamos acostumbrados. No es que se avance hacia una pérdida de los referentes espirituales y religiosos, lo que ocurre es que se expresan de otro modo. Quizás el empeño de creer que todo pasado fue mejor impida comprender cómo hoy los hombres y mujeres siguen buscando un sentido trascendente a sus vidas.

Lo cierto es que para estas personas la Iglesia católica en algunos aspectos aparece mermada de credibilidad. No puede ser de otra manera cuando se descubre que algunos de sus pastores niegan la mayor y se empeñan en justificar el momento actual por la existencia de una realidad hostil. Es comprensible que sea así porqué existe un sector dentro del episcopado español que comparte una comprensión tradicionalista de la Iglesia fruto de sus convicciones ideológicas. Sus puntos de vista se alejan del conservadurismo civilizado y educado.

Estos sectores no comprenden que, ante la misma realidad que les impulsa a ser tradicionalistas, otros miembros episcopales aportan otros puntos de vista y otras sensibilidades que quizás, si pudieran asumir la dirección de la Conferencia Episcopal, podrían mejorar la credibilidad de la iglesia. Pero no es así. Alrededor de cardenal Rouco hay un núcleo fiel de obispos conformes en cerrar filas entorno a los mismos miedos que los mantienen unidos.

¿Esta peculiar situación de la Conferencia Episcopal significa que el cardenal Rouco lidera a la Iglesia española? Creo que no. Eso sí que es un problema para la Iglesia en España. Porque hoy nadie pone en duda que liderar y dirigir no es lo mismo. Para dirigir hace falta una serie de cualidades y aptitudes diferentes de las necesarias para el liderazgo.

Este se basa, fundamentalmente, en la capacidad de compartir una visión y convencer a las personas; no así la dirección la cual confía en posiciones de poder y el uso de unos talantes y estilos orientados al control y, en algunas ocasiones, a la sumisión basada en un cierto grado de temor.

Al dejar fuera de los ámbitos de dirección del episcopado español a algunos obispos que podían aportar una visión más dialogal e inclusiva se ha mermado la credibilidad de la Iglesia. Necesita desandar algunos paradigmas que la han mantenido en unas visiones cerradas y alejadas del sentir de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

No pueden liderar a la Iglesia quienes esperan recuperar los ideales tradicionalistas o que el poder político vaya más allá de la necesaria cooperación constitucional. No tiene sentido promocionar a quienes se instalan en un discurso defensivo, lleno de reproches, sin ninguna insinuación de diálogo para construir puentes de esperanza.

Ante quienes abogan por una nueva edición del pensamiento tradicionalista hay que vindicar la tradición porque ella sí que puede aportar propuestas llenas de esperanza a quienes buscan encontrar sentido en una sociedad con grandes vacíos existenciales. La sociedad necesita líderes espirituales capaces de aportar luz y valores ante una situación social llena de interrogantes e incertidumbres, de desasosiegos y preguntas nuevas ante las cuales las viejas respuestas no sirven. Aun es posible que la Iglesia sea luz del mundo y sal de la tierra. Por esto conviene saber que una cosa es presidir y otra muy distinta es liderar la Iglesia española.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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