¿Quién iba a desvalijar un monasterio ocupado por mujeres que han hecho de la pobreza uno de sus preceptos? Y sobre todo, ¿quién sabía que en el cenobio se ocultaba semejante cantidad de dinero?
La semana pasada en una comisaría de Zaragoza. A un lado de la mesa, un funcionario del Cuerpo Nacional de Policía. Al otro, un grupo de monjas de clausura ataviadas con sus hábitos.
– «¿Y cuánto dice que les han robado?».
– «Un millón y medio».
– «En pesetas no, madre, en euros».
– «Ehhh. Es que se lo digo en euros. Y, además, casi todo en billetes de 500 que estaban dentro de unas bolsas de plástico».
El policía que redactaba el formulario de la denuncia por robo se quedó un buen rato con la boca abierta. No solo tenía enfrente a un grupo de denunciantes muy poco convencional, sino que además el importe del botín parecía una de esas cifras que solo se ven en los balances financieros de las grandes multinacionales o en los talones que los equipos de fútbol manejan en sus fichajes. Lo cuenta Borja Olaizola en Diario Vasco.
– «Hagan el favor de esperar un momento en esta misma sala que ahora vendrá alguien que les atienda».
La denuncia por robo presentada la semana pasada por la superiora del monasterio de Santa Lucía, un convento de clausura situado en el barrio zaragozano de Casablanca, dejó sumidos en la perplejidad a los investigadores del Cuerpo Nacional de Policía. El edificio está ocupado por una veintena de monjas que siguen las reglas de la orden cisterciense y que se mantienen gracias a los ingresos que les reportan sus trabajos de encuadernación y restauración de libros. ¿Quién iba a desvalijar un monasterio ocupado por mujeres que han hecho de la pobreza uno de sus preceptos? Y sobre todo, ¿quién sabía que en el cenobio se ocultaba semejante cantidad de dinero?
Hasta ahora no es mucho lo que ha trascendido sobre el atraco. Se sabe que debió de ser perpetrado durante la noche del domingo día 27 y que los ladrones no tuvieron que sudar demasiado: les bastó forzar dos puertas, la principal de acceso al convento y la de la estancia en la que estaba el dinero. Los cacos debieron actuar con sigilo, ya que las religiosas no descubrieron lo ocurrido hasta la mañana del lunes 28.
La investigación se ha centrado en las personas que tienen acceso de un modo u otro al edificio. Fuentes policiales indicaron que se ha elaborado un listado que incluye desde suministradores de alimentos a clientes de los trabajos de encuadernación. En paralelo a la investigación sobre la autoría del atraco, el Cuerpo Nacional de Policía ha abierto otra línea de trabajo para averiguar de dónde proviene el dinero. El elevado montante del botín y el hecho de que estuviese compuesto por billetes de 500 euros hace sospechar a los agentes que pueda haber un presunto delito fiscal. En otras palabras, que lo que había en el cenobio podría ser dinero negro.
Los encargados de averiguar el origen de la fortuna que guardaban las religiosas manejan varias hipótesis de trabajo. Se sabe que una de las residentes del convento es una hermana conocida como la monja pintora, cuyas obras tienen una extraordinaria acogida en el mercado. Se llama Isabel Guerra y es una madrileña dotada de un singular talento artístico que ha llegado a hacerse un hueco en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, una venerable y prestigiosa institución aragonesa dedicada a la promoción de los valores artísticos.
La monja pintora tiene 63 años y vive desde los 23 en el monasterio de Santa Lucía. Es autora de una extensa obra artística desarrollada prácticamente en su totalidad entre las cuatro paredes del convento. Como sus compañeras, practica la regla monástica del ‘ora et labora’ con la única variación de que su tiempo de trabajo lo dedica íntegramente a los pinceles. Sus cuadros tienen gran éxito comercial. Durante unos años trabajó junto a la galería de arte Sokoa, afincada en Madrid. «Es una pintora con mucho tirón y que tiene un público muy fiel», explican desde la galería, que organizó la última exposición de Isabel Guerra hace ya más de seis años. «Ya no trabajamos con ella porque decidimos apostar por otra clase de pintura, pero no tiene ningún problema para vender su obra a pesar de que sus telas no son baratas».
Desde la galería desvelan que los precios medios de sus pinturas se sitúan en torno a los 12.000 euros aunque los lienzos de mayor tamaño alcanzan los 20.000 y cifras aún superiores. Los clientes, añaden, son en su mayoría personas de edad. «La última exposición despertó un gran interés e incluso se llegaron a formar colas para ver los cuadros en la galería». Desde Sokoa ignoran cómo comercializa ahora Isabel Guerra su obra pictórica aunque creen que lo hace a través de cauces ajenos a las galerías comerciales. «Ya no frecuenta estos circuitos, está en otra onda», indican.
En algunos medios se ha definido su estilo como «realismo trascendente». Más allá de su incontestable destreza técnica, la obra de Isabel Guerra busca transmitir los valores espirituales que han orientado su periplo personal. Todos los lienzos van acompañados de alusiones bíblicas y ella misma afirma que intenta que sus pinturas inviten a meditar sobre «la luz y el amor que presiden el concepto de Dios».
La monja pintora tiene un permiso especial para viajar y promocionar sus exposiciones, lo que ha hecho de ella frecuente objetivo de los medios de comunicación. Ha contado en varias entrevistas que empezó a pintar con 11 años de forma autodidacta. «Estudiaba yo sola porque pensaba que lo que importaba de verdad era aprender a ver. Me pasaba larguísimas horas en el museo del Prado y estudiando libros de arte porque lo más importante para crear tu propio mundo es trabajar incesantemente». También ha escrito ‘El libro de la paz interior’, un volumen en el que hace un repaso de algunas de sus telas más representativas y que va ya por la décima edición. El director de la revista ‘Ecclesia’, Jesús de las Heras, comentaba a propósito de la publicación que «no se sabe si sor Isabel Guerra reza y trabaja -pintando, se sobreentiende- o si para ella la oración y el trabajo se han fundido en armoniosa y fecunda realidad».
En el convento de Santa Lucía nadie contestaba ayer el teléfono y en el Arzobispado de Zaragoza se aseguraba que las únicas noticias sobre el robo llegaban a través de los medios de comunicación. En el exterior del cenobio, situado en un barrio periférico que ha sido invadido por urbanizaciones de adosados de lujo y colegios privados, reinaba ayer la tranquilidad. Todo parece indicar que a los funcionarios policiales adscritos al Juzgado de Instrucción número 9 de Zaragoza les va a llevar un tiempo resolver el caso. De momento no han dado mucha credibilidad a lo que han declarado las monjas: que los 1,5 millones en billetes de 500 eran «los ahorros» de la comunidad.