Esa cruz habla del amor que Dios tiene a todos los hombres, también a quienes la ignoran, la desprecian o la profanan
(Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger).- «Rompen a golpes tres cruces del Vía Crucis del Santo Entierro de Bercianos«. Ésa era la noticia (La Opinión de Zamora). La información hablaba de «atentado contra uno de los emblemas históricos del pueblo», de «acto premeditado», de denuncia de los hechos ante la guardia civil, describía además con detalle los daños causados, y señalaba la imposibilidad de «reponer las cruces de la misma piedra». La fotografía de una de las cruces mutiladas ilustraba la información.
Pensaba dejar un comentario a lo que acababa de leer, cuando reparé en una ventana lateral de la misma pantalla informativa. También allí se hablaba de cruces. El título rezaba: «Shahbaz Bhatti: «Yo creo en Jesucristo y conozco el valor de la cruz».» Era el testimonio verbal de la fe de un hombre que pronto habría de dar testimonio de ella con su sangre derramada.
En la información periodística, quinientas cincuenta palabras, sólo una vez y de paso se hace referencia a Cristo, pues junto a una de aquellas cruces se tiene cada año «el Sermón del Desprendimiento y el Descendimiento de Cristo». En las palabras de Shahbaz Bhatti -once palabras-, Jesucristo y su cruz no son lo casual, sino todo lo que hay que decir.
Aquella cruz mutilada yo no la repondría. Así, rota, es un sermón grabado en la dureza del granito. Esa cruz es memoria en piedra del cuerpo golpeado de Jesús de Nazaret, de su vida entregada, de la violencia que se hace a los débiles, de la indefensión de los pobres, del silencio de los sacrificados, de la autosuficiencia de los poderosos, de la indiferencia de los egoístas. Esa cruz habla de la tragedia íntima de quienes la rompieron, del vacío que los habita, de la nada que los posee.
Esa cruz habla del amor que Dios tiene a todos los hombres, también a quienes la ignoran, la desprecian o la profanan. Esa cruz es memoria de fe y de falta de fe, de conocimiento y de ignorancia, de quien muere en ella porque ama y de quienes matan en ella porque odian.
No borréis el sermón, no repongáis esa cruz. Junto al testimonio de su brazo roto dejad una inscripción que hable de vosotros, de lo que creéis y de lo que conocéis. Pueden ser las palabras de un mártir de la fe: «Yo creo en Jesucristo y conozco el valor de la cruz».»