(Manuel Robles).- Una vez más volvió el arzobispo, Jesús Sanz, en la Formación Permanente de los curas de Asturias, a animarnos a los curas en estos tiempos dificiles, casi de trinchera, porque aquella epoca de cristiandad ya ha pasado, y ahora vivimos unos tiempos en que «tenemos que perder el miedo a la ambiguedad de nuestro mundo».
Escribo esta crónica como una lista de alegrias, porque en este mundo ambivalente, el sacerdote tiene que sembrar esperanza en el hombre de nuestro tiempo. La primera alegría nos llegó cuando nos habló de Juan XXIII, uno de esos pocos hombres que parecen vivos. La muerte fue para él como un traslado mas: de Estambul a Paris, de Paris a Venecia, de Venecia a Roma, de Roma al cielo. Un cambiar de casa. Nos contó don Jesús que el Papa Juan para convencer al mundo de la necesidad de un Concilio, les dijo que el»aggiornamento» de la Iglesia era para «inyectar en las venas de la historia la savia del evangelio».
La segunda alegría fue para que no tengamos miedo a la ambivalencia de nuestro mundo cambiante. Ya pasaron los tiempos de pacífica cristiandad, ahora vivimos una vida donde todo es ambivalente. Ya conocemos todos la tripe ruptura de nuestro mundo con Dios, con los hermanos y con la vida, que viene de lejos, de aquel paraíso perdido. En estos momentos tenemos que evangelizar con «dolores y sudores», porque acompañar al hombre de nuestro tiempo no tiene nada que ver con las circunstancias de épocas pasadas.
La tercera alegría fue recordarnos que la biografía cristiana de la historia, a veces pierde el hilo, el «oremus», por tanto no es facil vivir nuestra identidad cristiana en este mundo. Por eso tenemos que «inyectar en la venas de la historia la savia del evangelio», como decia el Papa Juan en aquel documento que animaba a hacer un Concilio, la «Humanae Salutis» . Al hombre de hoy no podemos dejarlo tirado en fatalismo, en la desesperacion y conformarnos como decia Sartre que «tal como esta el panorama, no queda mas remedio que el suicidio».
La cuarta alegria fue traernos a la memoria la vision sobre nuestro tiempo de Von Balthasar, que afirmaba que la vida no era una comedia, ni una tragedia, que era un drama. La vida no es la comedia de un mundo frívolo para pasarlo bien, ni la tragedia del desencantado que esta de vuelta de todo. La vida es un drama donde la libertad se decide a vivir para Dios y no se olvida de los hermanos. Nosotros los sacerdotes tenemos que desenvolvernos en un mundo ambiguo, dramático, saber donde estamos y hacer camino para uno mismo, la parroquia y la diócesis.
La quinta alegría fue para ilusionarnos con una misión que continúa la misión de Jesucristo, la misma que le encomendo el Padre, y para llevarla a plenitud nos ha enviado el Espiritu Santo. Pentecostés tiene fecha y domicilio, «denominación de origen», en la Iglesia, para llevar a plenitud lo que enseño Jesus y para que no traicionemos nunca su mensaje.
La sexta alegría nos llegó, al recordar que cada generación de cristianos tiene que encontrar el rostro de los pobres y evangelizarlos. No sólo a los de siempre, los del «catalogo», los mendigos, tambien hay que descubrir a los pobres de un mundo descreido, violento, relativista, secularizado…Y esta es la pregunta que se tiene que hacer todo sacerdote de nuestro tiempo, ¿Quienes son los pobres que tengo yo delante? Porque estos son los que tienen que ser evangelizados con prioridad.
Y, finalmente, la septima alegría fue descubrir que somos sacerdotes existencialmente, tanto en lo privado como en el descanso. Siempre somos sacerdotes. Y no tenemos otro modo de santificarnos ni de santificar que con la predicacion de la Palabra de Dios, con la celebracion digna de la liturgia y de los sacramentos, y con nuestro servicio a la comunidad desde la comunion, superando la anarquia y la dictadura.
En toda esta lista de alegrias esta la gran pregunta que subyace en todo este discurso, ¿Se le escapa a Dios el mundo de las manos? El arzobispo, Jesus Sanz, recalcó que no, que Dios esta ahi, pero para que el hombre no se aleje de El, los curas tenemos que vivir la vida como un drama donde nuestra libertad «viva para Dios» sin olvidarse de los hermanos. Me volvi a casa para escribir esta crónica pensando que, estas alegrias parecian florecillas de San Francisco, pero de las que huelen a evangelio vivo y fresco.