Jesús ha descendido hasta el infierno para encarnarse plenamente, compartiendo la suerte de aquellos que mueren. Pero al mismo tiempo ha descendido para anunciarles la victoria del amor sobre la muert
(Xabier Pikaza).- La confesión pascual del NT incluye la certeza de que Jesús fue sepultado, como indican de formas convergentes tradición paulina (1 Cor, 15, 4) y evangelios (cf. Mc 15, 42-47 par). Pues bien, avanzando en esa línea, el Credo de los apóstoles añade que descendió a los infiernos (en griego: katelthonta eis ta katôtata; en latin: descendit ad inferos), conforme a una palabra clave de la tradición cristiana que dice: «Padeció bajo el poder de Poncio Pilato. Fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos».
Ésa es una palabra que a veces tendemos a olvidar, como si no formara parte de nuestro Credo, nosotros que a veces tenemos miedo del «infierno eterno» (la condena final), pero que no nos atrevemos a compartir el infierno de condena y muerte de los crucificados de la historia humana. Pues bien, sin esta bajada a los infiernos no existe redención cristiana, no se puede hablar de muerte verdadera, ni de auténtica pascua.
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