El valor de la liturgia.

MADRID, 30 (OTR/PRESS)

En apenas cuarenta y ocho horas los medios de comunicación , en todos sus formatos, han tenido y tienen que dar cabida a dos acontecimientos de esos que mueven masas. Por un lado, la boda en Londres de Kate y Guillermo celebrada en el magnífico recinto que es la abadía de Westminster. Vidrieras y majestuosos columnas dejan sitio a dos hileras de árboles, al tiempo que el silencio acoge las maravillosas voces del coro. El glamour de los invitados, el referente que siempre es la reina Isabel, la cuidada y tradicional liturgia , la no renuncia a ropajes con cientos de años de historia propician un espectáculo, una puesta en escena que nadie se atreve a ridiculizar. Al contrario. Ese boato, esa formalidad, ese moverse de acuerdo con lo establecido desde tiempo inmemorial produce, en el fondo, una cierta fascinación entre los millones de ciudadanos de todo el mundo que a través de la televisión vieron lo que se ha venido en llamar «la boda del siglo». Este calificativo parece un poco apresurado, porque este siglo apenas ha comenzado y fíjense lo que no puede ocurrir durante los próximos noventa años.

Mientras en Londres hasta el tiempo respetó el evento nupcial, en la Plaza de San Pedro se ultimaban los preparativos para la cita de hoy domingo, día elegido para a beatificación de Juan Pablo II. Ambos acontecimientos son de naturaleza bien distinta. En el primero, el glamour junto con la tradición, fue el protagonista. Hoy en San Pedro, será la devoción, el sentimiento religioso lo que predomine en los cientos de miles de ciudadanos que han viajado a Roma o que sigan la ceremonia a través de la televisión. Y ello sin olvidar lo que de «oficial» tiene el acto que va a presidir Benedicto XVI. La presencia de determinados mandatarios va a dar al acto ese toque «político» inevitable cuando del Estado Vaticano se trata.

Hoy en el Vaticano habrá devoción y habrá liturgia, solemnidad, protocolo, formalidad, inmenso colorido. Como en Westminster, el Vaticano derrochará historia y tradición, siglos acumulados y creo que es ese punto de magnificencia lo que embelesa a la condición humana. Es verdad, que todo es susceptible de crítica, que habrá muchos a los que todo esto les parezca ridículo y obsoleto y, por tanto, perfectamente prescindible. Pero no. Un punto de liturgia es una necesidad universal. Los creyentes bautizan a sus hijos o se casan por la iglesia y los no creyentes celebran una fiesta para dar la bienvenida al recién nacido, cuando mueren quieren que se les lea una poesía o se escuche su música favorita y cuando se casan en el Ayuntamiento no renuncian a un traje de estreno y un acto que , en si mismo, dura menos de un minuto que es lo que se tarda en leer el correspondiente artículo del Código Civil, se puede alargar porque los amigos, los hermanos deciden que los novios se merecen algo más y leen sentidas biografías o expresan incontenibles deseos de felicidad.

Nadie quiere que su hijo nazca y no pase nada, casarse como quien toma un café en el bar de siempre o morirse sin que nadie vele al muerto. Sin liturgia, religiosa o civil, no somos nada.

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