Joaquín Carbonell: «Sabina hizo poesía de la farola, la noche, la droga y las chicas»

Esta es la historia de dos Joaquines que se conocieron a finales de los setanta. Uno, Carbonell, cantautor y periodista. El otro, Sabina, leyenda de la música popular española. Tal vez no amigos íntimos pero sí cercanos, han compartido muchos momentos a lo largo de tres décadas. Desde ese conocimiento, el primero no duda en afirmar que Sabina todavía tiene por escribir «su gran disco», al tiempo que recalca que su gran valor fue hacer «poesía de la farola, la noche, la droga y las chicas».

Fue hace cerca de cuatro años, según ha relatado Carbonell a Europa Press, cuando arrancó este proyecto, ‘Pongamos que Hablo de Joaquín’, que abarca desde los primeros años de La Mandrágora hasta su éxito en Latinoamérica o la famosa cena con el Príncipe Felipe y Doña Letizia. Se trata, en definitiva, de un repaso exhaustivo de la trayectoria de Sabina y un acercamiento afectuoso pero nada complaciente a su complicada personalidad.

Una personalidad que se ve condicionada por sentirse «un paleto con boina» procedente de Ubeda (Jaén), con el que es difícil mantener una amistad duradera, pues «es amigo cuando está contigo y te quiere muchísimo, pero luego se olvida dos años». «Los canallas son así», bromea Carbonell, quien además recalca que Sabina «ha dejado mucha gente herida en el camino que le quiere mucho y de alguna manera le necesita».

«Tenía cinco libras y cogía un taxi el cabrón, aunque se quedaba sin comer, y eso es de torero», rememora el autor, para después reconocer que salir de noche con él era «agotador». «Es agotador, y alguna vez a las seis de la mañana le he dejado por ahí. A él le gusta vivir así, y ha sido una fuente inagotable de canciones, porque cantaba como vivía, igual que George Brassens, que contaba sus fechorías e idilios con las señoritas», señala.

Porque para Carbonell, «otra gran novedad es que Sabina relata su vida en canciones, algo que nadie hacía». Su fuente de inspiración son sus propias actividades. Es otra novedad que le hace asombroso, que cada vez que tenía una gran aventura salía una gran canción. El dice que le reprochan que ya no sale de noche y que ya no va con borrachos, pero siempre responde que esos borrachos le regalaron más de 20 canciones fantásticas», defiende.

«Lo que más llamó la atención cuando apareció fue su forma de escribiró, porque no existía y de pronto descubrió el relato urbano. Nadie cantaba a la ciudad, sino al campo, a lo campesino, y él le sacó poesía a la farola, a la noche, a la droga y a las chicas», afirma Carbonell.

Rememora también los temores de Sabina antes de enseñar al mundo su voz rota en el disco ’19 Días y 500 Noches’ de 1999. Según cuenta, «hasta entonces se la educaban y cuidaban, pero de pronto deciden, él y quien sea, que cante con su voz auténtica, algo que le provocaba mucho miedo». Pero entonces tuvo lugar una nueva vuelta de tuerca y gran novedad, como fue la aparición de una ‘nueva’ voz con nuevos matices, con ese «atractivo arenoso que le acerca tanto a Tom Waits».

Después de señalar que seguramente su peor momento fue el ictus que sufrió con el cambio de siglo, señala que ya está también mucho mejor de la diverticulitis que le obligó recientemente a posponer algunas fechas por América. Así, en tono de broma apunta que «para la vida que ha llevado, poco le ha pasado, pues está lanzando un reto a la ciencia mundial, ya que bien podría llevar quince años bajo tierra, pero nos va a enterrar a todos».

Por último, Carbonell destaca que a Sabina le sigue molestando que le reprochen que cenara con los príncipes, pues considera que «la gente no lo entendió», al tiempo que vaticina que hay «Sabina para rato» y aún tiene pendiente escribir «su gran disco, pues tiene capacidad para hacerlo».

«Se aproximó en algunas canciones, sobre todo en ’19 Días y 500 Noches’ y otros, pero creo que él está capacitado para hacer aún su gran disco. Para eso tiene que desnudarse completamente, echar a la gente de su alrededor, quedarse solo como los toreros que tanto admira y ponerse a escribir descarnadamente. Estoy convencido de ello», sentencia.

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