Espera, ten calma, todo tiene su proceso, da lugar a que pase el huracán, el terremoto y el incendio, grita si quieres, pero una consigna que nos ofrece el salmista es escuchar lo que dice el Señor
(Ángel Moreno, de Buenafuente).- «Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar«. «Subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo». La primera lectura y el Evangelio que se nos proponen hoy en la Liturgia, guardan una concordancia, por el paralelismo evidente entre la estancia en el monte del profeta Elías y de Jesús. En ambos casos, el motivo es un encuentro con Dios, en circunstancias semejantes, a solas y en silencio.
Observamos también que en los dos textos se describe un viento fuerte – «Pasó antes del Señor un viento huracanado, que agrietaba los montes y rompía los peñascos: en el viento no estaba el Señor». «La barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario». Además, hay un momento en el que los dos relatos aluden a que vuelve la calma: «Después se escuchó un susurro». En ese instante se percibe la presencia divina y la acción del poder de Jesús: «En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
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