Oremos por aquellos pueblos en los que va prendiendo la llama de la fe y por los que aún no han recibido la alegría del Evangelio
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(OMPPress).- El Obispo de Bilbao, Mario Iceta Gabicagogeascoa, en su carta dirigida a sus diocesanos con motivo del Día del DOMUND, les recuerda la importancia de comunicar la propia fe, al ejemplo de los misioneros.
«La celebración, cada año, del domingo mundial de las misiones (DOMUND), aviva en nosotros la conciencia de nuestra identidad cristiana y de nuestra misión. Demos gracias a Dios porque también recibimos el don de la fe en el seno de una comunidad cristiana, con aquellas personas, nuestros padres, catequistas, sacerdotes, familia, parroquia, escuela, amigos… que nos anunciaron la buena noticia, nos mostraron el rostro del Señor y nos sumergieron en los sacramentos de la vida. En el dichoso día de nuestro bautismo nos convertimos en discípulos y misioneros de Jesús.
Esa antorcha de la fe que prende en nuestras vidas y misteriosamente la va transformando, debe ser comunicada a tantas personas que aún no conocen al Señor y que, desde la profundidad del corazón, incluso muchas veces sin saberlo, esperan a que alguien les lleve hasta Él. El Señor es la respuesta a los interrogantes más profundos de la vida. Ser cristiano conlleva la inherente dimensión de ser enviado. ‘Como el Padre me ha enviado, así os envío Yo’ (Jn 20, 21). También Jesús se manifiesta como enviado del Padre en el Espíritu Santo. Él es el Ungido por el Espíritu (eso significa Cristo) y enviado a sanar los corazones afligidos, a liberar a los cautivos, devolver la vista a los ciegos, proclamar el año de gracia (cfr. Lc 4, 14-22; Is 61, 1-11). Nosotros fuimos ungidos en ese mismo Espíritu el día de nuestro bautismo y, por tanto, enviados a participar en la misma tarea de Jesús. No hay misión más gozosa y apasionante que ser enviado por el Señor a algo tan hermoso como ser constructores de una humanidad nueva a imagen de Cristo. Vamos en su nombre, confiados en su Palabra y envío, no en nuestras cualidades y fuerzas. Y eso nos llena de ilusión y de paz.
La misión es una tarea gozosa. El Señor la bendice con la paz. En su saludo como Resucitado, así lo hace saber a los apóstoles: ‘Paz a vosotros, como el Padre me ha enviado, así os envío Yo’. El ser enviados nos obliga a salir de nosotros mismos, tantas veces preocupados en asuntos que nos quitan la paz y que no nos conducen a ninguna parte. El ser enviados nos hace volver nuestra mirada hacia tantas personas que están aguardando una palabra de aliento y esperanza. Y no hay palabra más grande que la Palabra que se ha hecho carne, el Emmanuel, Dios con nosotros, Jesucristo, hijo de Dios que ha tomado nuestra carne y nos abre el horizonte y la posibilidad de una humanidad nueva según el corazón del Padre, el Reino de Dios en medio de nosotros. Y nosotros hemos sido constituidos en portadores de esa Palabra.
No hay tiempo que perder. ‘Aquí estoy, envíame’ (Is 6, 8), fue la respuesta generosa de Isaías. Hemos celebrado este verano la Jornada Mundial de la Juventud. Tantos jóvenes que, superando todo tipo de barreras y fronteras, nos muestran que un mundo nuevo es posible, donde toda división o segregación quede superada. La juventud es un tiempo decisivo de discernimiento, de respuestas generosas y audaces, de aventuras y proyectos intrépidos y magnánimos. Digamos también nosotros: ‘Aquí estoy, envíame’. Nuestro espíritu, a cualquier edad, permanece joven en la medida en que no achatamos horizontes y nos rebelamos contra el conformismo, la apatía, la rutina. Llevemos a nuestros jóvenes esta invitación de Jesús ‘Así os envío Yo‘ que mantendrá en ellos esa llama generosa de un espíritu joven que se entrega a una tarea que desborda cualquier expectativa. Colaboremos a prender en ellos la pasión por la misión, el vislumbrar una vida dedicada a los demás, a llevar a Jesús y su Buena Nueva, a tantos lugares, latitudes y ambientes donde aún no lo conocen. Renovemos también nosotros nuestra entrega y nuestros espíritu y compromiso misioneros al recibir de nuevo la palabra del Señor: ‘Yo os envío’, no tengáis miedo.
Que la dimensión misionera de nuestra vida cristiana esté siempre despierta y pronta para dar razón de nuestra esperanza en todo momento y lugar. Intensifiquemos nuestra oración permanente y nuestro sacrificio por tantos hermanos y hermanas nuestros que trabajan en la misión; sacerdotes, religiosos y religiosas, seglares que, dejándolo todo, se han hecho uno más entre los moradores de pueblos lejanos, para ser levadura en la masa, servidores de esperanza y alegría, testigos del Señor. Oremos por aquellos pueblos en los que va prendiendo la llama de la fe y por los que aún no han recibido la alegría del Evangelio. Compartamos nuestros bienes para sostener a estos admirables testigos de la fe, que desgastan su vida para que alumbre la luz del Señor hasta los confines del mundo. Vivamos en la esperanza y la alegría de ser testigos y constructores de una nueva civilización que es Reino de santidad y gracia, de amor, justicia y paz. Invocamos a María, Reina de las misiones, para que por su intercesión, la Iglesia experimente un nuevo y vigoroso impulso misionero».