Era un mujer del pueblo, trabajadora, que corrió los riesgos de su condición con una gran calidad humana y que siempre dio una respuesta evangélica, de amor, a las contrariedades
La mujer que Benedicto XVI hace santa hoy en la plaza de San Pedro, la salmantina Bonifacia Rodríguez de Castro, llevó en realidad una vida incomprendida en la Iglesia católica y tuvo unas ideas muy mal vistas por la jerarquía. Murió marginada y olvidada en 1905. La veían poco instruida, pues nació muy pobre, sin la formación necesaria para entender la dimensión religiosa y con la pretensión, entonces revolucionaria, de dar a las mujeres pobres un empleo y dignificar su vida con él. Pilló enseguida la medida al lado salvaje de la Revolución Industrial que arrancaba en España. Lo cuenta Íñigo Domínguez en El Correo.
Obligada a trabajar desde niña como una mula, montó un taller de cordonería que se convirtió en un centro de instrucción y espiritualidad. Por si fuera poco, este afán igualitario se tradujo en que la congregación que fundó, las Siervas de San José, no exigía a las aspirantes a monjas que tuvieran dote, algo que entonces ejercía un filtro social en las órdenes religiosas. Convivían con laicas y tampoco llevaban hábito, porque eran trabajadoras, un aspecto chocante más, pues en aquellos años la vocación se traducía sólo en la enseñanza o la atención sanitaria. Lo cierto es que se adelantó a su tiempo. Un siglo después la Iglesia la coloca en los altares.
A su curiosa vida corresponde una canonización distinta, en contraste con otras aparatosas ceremonias del Vaticano que quieren batir récords. «Será pequeñita, vendrán unas mil personas, todas en viajes cortos, salvo una representación de cada país. Queríamos una canonización austera, porque nos ocupamos de los pobres», explica la postuladora de la causa, Victoria López. En coincidencia con el acto la congregación recoge fondos para abrir un centro en la República Democrática del Congo, uno de los doce países donde está presente, de Cuba, Colombia o Bolivia a Filipinas, Vietnam y Papúa Nueva Guinea. Siempre a través de talleres donde se enseña un oficio a pobres y se les da un empleo, además de casas de acogida para mujeres. Las Siervas son casi 600 monjas.
Todo empezó a finales del XIX en un contexto en que la vida de la mujer no era nada fácil. Como muchas jóvenes, empujada por la miseria y la muerte de su padre, que era sastre, Bonifacia Rodríguez se vio obligada a trabajar. Entonces no estaba bien visto que una mujer dejara el hogar, porque se suponía que su dignidad corría peligro. Del mismo modo, cuando montó un taller, se reunía allí un grupo de chicas los festivos y domingos para «evitar las peligrosas diversiones de la época», curiosa expresión que utiliza el dossier de la causa. ¿Qué era tan arriesgado? Según la postuladora, «ir al baile». Eran jóvenes con vocación pero sin recursos, que no podían pagarse la dote para ser monjas. Luego acogieron chicas pobres para darles un entorno de trabajo seguro.
La idea de fundar la congregación fue de un jesuita catalán en Salamanca, Francisco Butinyá, que tenía un talante más moderno. Pero a los tres meses desterraron a los jesuitas y también trasladaron al obispo, que la había apoyado. La nueva jerarquía impuso superiores que relegaron a Bonifacia y primaron la enseñanza en detrimento del trabajo, hasta que fue sustituida en 1882 mientras estaba de viaje. Volvió de subordinada, encargada de las tareas más duras, y le hicieron «mil perrerías», según confesó una de las monjas. La idea de inspirarse en que «Jesús era un trabajador», como recuerda López, parecía subversiva en el momento histórico de la Restauración. Entonces fundó otra casa-taller en Zamora, pero el Vaticano la dejó fuera cuando reconoció la orden en 1901. Murió cuatro años más tarde y con ella, su taller.
La idea y su espíritu no fueron recuperados hasta los sesenta, cuando arranca la causa de canonización. «Era un mujer del pueblo, trabajadora, que corrió los riesgos de su condición con una gran calidad humana y que siempre dio una respuesta evangélica, de amor, a las contrariedades», resume la postuladora.