Juan Martín Velasco: "La obsesiva preocupación por la afirmación de la propia identidad, que conduce al atrincheramiento”
(José Manuel Vidal).- «Este es un bautismo por todo lo alto, con una criatura que tiene madera de buen árbol». Así definió, con su habitual gracejo andaluz, el arzobispo castrense, Juan Del Río, la presentación del libro de Juan María Laboa ‘Por sus frutos los conoceréis. Historia de la caridad en la Iglesia’ (San Pablo) en la sala de conferencias de la Universidad Pontificia Comillas. Un bautizo con padrinos relevantes, en un clima de orgullo y emoción de que la Iglesia del Concilio sigue viva. Y con mensajes reivindicativos y esperanzadores: «Hace falta más testigos y menos palabras», «la mejor apologética es el amor» o «la obsesiva preocupación por la propia identidad conduce al atrincheramiento».
Se palpaba en el ambiente la sensación de los grandes acontecimientos. En la sala de conferencias de la Universidad Comillas no cabía un alfiler. Estaba tan abarrotada que más de 50 personas tuvieron que asistir al acto de pie. Y es que la presentación del último libro de Juan María Laboa se convirtió en un pretexto para homenajear al autor y para reunir a sus alumnos y discípulos. Pero también en una oportunidad para una fiesta de esa Iglesia «conciliar», abierta y dialogante, que sigue viva y muy presente en la vida social y eclesial.
Entre los presentes al bautismo, mucha gente del común de mártires. Y también, gente conocida. De diversos ambientes por los que pasó el autor a lo largo de su dilatada carrera: Comillas, Pontificia de Salamanca, San Dámaso o CEU. Visibilización de la comunión eclesial. Laboa siempre fue un urdidor de puentes entre las diversas sensibilidades eclesiales.
En la mesa presidencial, junto al padre de la criatura, cinco padrinos de postín: Pedro Miguel García subdirector editorial de San Pablo, José Ramón Busto, rector de la Pontificia Comillas, Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, consejero de Estado, Juan Martín Velasco, catedrático emérito del Instituto de pastoral de la Pontificia de Salamanca en Madrid y Juan del Río, arzobispo castrense.
Como es lógico en un bautizo, todos los padrinos alabaron a la criatura. Pero, en esta ocasión, no sólo por exigencias del guión. Y es que el libro de Laboa se mereció todo tipo de elogios creíbles y sentidos, justos y necesarios. Un libro, cuando menos, especial.
Abrió el fuego de los elogios el subdirector de la editorial San Pablo, Pedro Miguel García: «Estamos ante una Historia de la Iglesia que no sigue los parámetros habituales, escrita con claridad expositiva, libertad y capacidad divulgativa sin abandonar el vigor de la investigación». Y añadió: «Un relato y una denuncia, una eclesiología práctica de un autor que siempre ha sido un espíritu libre y, ahora, más». Para concluir: «Una obra de madurez, en la que el profesor Laboa dice muchas cosas que tenía ganas de decir».
La «mística de los ojos abiertos»
A continuación intervino Juan de Dios Martín Velasco. El catedrático emérito del Instituto de Pastoral se mantiene en plena forma física e intelectual. Con su pelo blanco de siempre y y su consabida profundidad intelectual y espiritual. (¡Qué gran obispo se ha perdido! ) Comenzó destacando la originalidad del libro de Laboa, por estudiar el cristianismo a la luz de la caridad. Toda una «fenomenología del amor», «una mística de la caridad de ojos abiertos o mística de la compasión».
Y añadió: «Si la Iglesia no ha sucumbido a las numerosas tormentas por las que ha atravesado a la largo de su Historia es porque hubo siempre muchos cristianos que dieron ejemplo del amor de Dios con el amor a los demás». Una Iglesia de santos, pero también de pecadores. Porque «a la tentación y al pecado contra la caridad han sucumbido los cristianos y no pocos miembros eminentes de la Iglesia». Y eso condujo, a juicio de Martín Velasco, «a la hipertrofia institucional y a la eclesiastización del catolicismo«.
Esa dinámica se plasma hoy en «la obsesiva preocupación por la afirmación de la propia identidad, que conduce al atrincheramiento», a la «diferenciación a ultranza y a la exclusión de los que no son de los nuestros».
La consecuencia más evidente es el fracaso de todas las llamadas a la reevangelización. Y la causa: «Los evangelizadores no somos testigos del amor de Dios», porque «la práctica del amor es el más eficaz testimonio de la vida cristiana». Y citó los ejemplos de Cáritas, manos Unidas o las Misioneras de la Unidad.
Martín Velasco sostiene que «la mediocridad» es lo que conduce a la Iglesia y a los creyentes a caer en la tentación de no vivir ni practicar la caridad. Una mediocridad que lleva e encerrarse en normas y reglas y dejar pendientes cuestiones tan candentes y urgentes como la de las vocaciones, la situación de la mujer, la juventud que se aleja de la institución o la gerontocracia de las autoridades eclesiásticas. «El mediocre se enfunda en la tradición del pasado, incapaz de responder a los signos de los tiempos», concluyó el fenomenólogo de la religión entre una atronadora y sentida ovación.
«Me llevan todos los diablos al ver la mala imagen de la Iglesia española»
Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona representaba en la mesa de padrinos a la sociedad civil y al ámbito de los historiadores con los que Laboa siempre mantuvo una profunda conexión. El ex ministro hizo gala de su amistad con el autor y de sus profundas convicciones cristianas. Y reconoció que le rejuvenecía estar en un evento en el que se respiraban aires conciliares, que, con el paso del tiempo, se han ido perdiendo en la Iglesia española. Hasta caer en la pérdida de autoridad moral y credibilidad social.
«Me llevan todos los diablos el ver la mala imagen de la Iglesia española y la falta de medidas por parte de la jerarquía para repararla». Y eso, a su juicio, en una sociedad secularizada y mediática como la nuestra es un grave error. Porque, «la Iglesia debería mostrar siempre una faz amable e, incluso, sonriente».
Del Río: «La mejor apologética es el amor»
Se esperaba con interés la intervención de monseñor Del Río. Sólo su presencia en el evento hablaba ya por sí sola. La Iglesia jerárquica española se ha escorado tanto a la derecha que la mera presencia de un obispo en un foro tan moderado como éste puede ser malinterpretada. Pero el arzobispo castrense no renuncia sus amigos ni a sus principios. Y, por eso, muchos dirigen hacia él los ojos de cara a un futuro inmediato en la Iglesia española.
El prelado comenzó reconociendo que el libro demuestra que la Iglesia está repleta «de santos, pero también de pecadores». Un libro, a su juicio, sumamente actual, que conecta con la idea del Papa Ratzinger de que «la Iglesia tiene que recuperar lo esencial: la caridad». Porque «la mejor apologética es el amor».
El obispo aseguró que leyó, reflexionó y hasta rezo con el libro de Laboa. «Un libro chispeante, bien escrito. Con una sintaxis diáfana y con un hilo conductor siempre claro». Un libro «de síntesis, con frases que son auténticas perlas» y que «interpelan la fe del lector».
Un libro en el que, según Del Río, el profesor Laboa «desea hacer un gran servicio a la Iglesia, atacada por el pensamiento secularista. Un libro que conjuga la divulgación con la seriedad científica. Un hermoso libro que trae a la Iglesia aire fresco y sosegado«, concluyó el arzobispo. Y el cerrado aplauso de los presentes premiaba su intervención y su presencia.
Laboa: «Cumplo pronto 50 años de sacerdocio y siempre he sido feliz»
Cuando llegó su turno y tras tantos elogios, Juan María Laboa se emocionó. Aunque explicó con una anécdota que «a esta edad vienen bien los elogios». Se emocionó al ver tantos amigos, colegas, alumnos y discípulos juntos en una especie de homenaje improvisado. «Cada mirada que cruzo es una historia». Emocionado dio las gracias a los padrinos de libro. A José Ramón Busto, rector de comillas, «mi hogar intelectual». A Juan del Río que «me ha demostrado que por ser obispo no abandona a sus amigos». Un recuerdo especial a los historiadores y políticos con los que compartió la época de la transición: Ortega, Tusell, Toharia o Herrero de Miñón.
Agradecimiento también a Martín Velasco «con el que compartí los avatares de San Dámaso», cuando San Dámaso era una centro abierto, que «buscaba la renovación y la comunión». Otro recuerdo emocionado a los jesuitas vivos. Y a los ya muertos: Losada, Alemany…Y, por supuesto, le dio las gracias a Pedro Miguel García, el subdirector de San Pablo, «capaz de solucionar problemas, sin crearlos».
Tras los agradecimientos, una primera confesión de parte: «Cumplo pronto 50 años de sacerdocio y siempre he sido feliz, porque he podido conjugar mi vocación con la enseñanza». Y, a continuación, algunas ideas al hilo del libro.
Resaltó, en primer lugar que, habitualmente la Historia, también la de la Iglesia, la hacen los grandes personajes, los Papas y los obispos, y apenas queda en ella espacio para «la savia vital del cristiano: gracia, amor y caridad».
«Son los testigos los que nos salvan»
Dar voz a esa savia es uno de los objetivos de libro. El otro, es conectar esa savia con la actualidad. «Porque hoy o somos testimonios o no somos. Hacen falta más testigos y menos palabras. Y hace falta que la Iglesia vuelva a ser un espacio de comunión. No puede ser que, en la iglesia, nos sintamos ajenos».
En un ambiente afectivo y consciente de esta dictando una lección esperada, Juan María Laboa señaló que «los 40 justos que Dios pedía a Abraham se dan siempre en la Iglesia, incluso en los peores momentos». A su juicio, son «esos testigos los que nos salvan». Y no, «el prestigio o las grandes concentraciones, que nunca son los mejores medios para atraer a la gente».
Insistiendo en el valor del testimonio personal, Laboa aseguro que «los sacerdotes en general, aún siendo buenas personas, predicamos constantemente el amor, pero no conseguimos que nuestro pueblo crea que lo amamos». De ahí el éxito de Juan XXIII, que consiguió «que el pueblo se sintiese amado por un Papa».
Según Laboa, el problema de la Iglesia actual es que «nos convertimos en escuela de verdades, pero no de amor vivido». Es decir, «a la Iglesia le sale más espontáneo ejercer la justicia que la caridad, pero el Evangelio insiste en que Dios es misericordia».
Y concluyó confesando su amor a una Iglesia «en la que ha abundado el pecado, pero ha sobreabundado la gracia». Una «Iglesia que es nuestra casa, pero no una casa de cartón-piedra». Y la cerradísima ovación fue el premio a toda una vida de compromiso con la verdad y la libertad de un historiador de la Iglesia moderado y centrado, al que las circunstancias eclesiásticas actuales quieren colocar en los márgenes y en la frontera.
Cerró el acto, el rector de Comillas, José Ramón Busto. Y también alabó el libro, por ser «riguroso, objetivo, original». Un libro «que tiene mucho de ensayo personal, es distinto a todo lo que sobre el género hay en el mercado, una aportación novedosa en nuestra cultura secularizada. Me merece la pena leerlo». Entre otras cosas porque «demuestra que no hay institución alguna que pueda compararse con la Iglesia en cuanto a su aportación global a la justicia y a la caridad en la historia de la humanidad».
Aplausos, caras de satisfacción y hasta de cierto orgullo entre los presentes. Fueron varias las personas que se me acercaron, al final del acto, para comentarme: «También nosotros somos Iglesia» o «de esta Iglesia nos sentimos orgullosos». En torno a un libro que es más que un libro y a una presentación que fue más que una presentación: un acto de comunión en una Iglesia dialogante, abierta, plural, evangélica y atenta a los signos de los tiempos. Una Iglesia en ‘on’.