El mediocre se esconde en unas tradiciones del pasado, porque no se siente capaz de responder con grandeza a los signos de los tiempos de hoy
(Juan Martín Velasco).- JMª Laboa: amplia formación; dedicación a la enseñanza en Comillas y en San Dámaso. Su actividad docente, sin embargo, no ha agotado ni sus intereses ni sus actividades, y de forma no paralela, sino estrechamente relacionada con su docencia, ha discurrido su implicación en la vida pastoral de la Iglesia sobre todo en el terreno de la formación de jóvenes como capellán de un Colegio mayor universitario, como coordinador del Departamento de teología en el CEU, como Delegado de Pastoral universitaria, con numerosas iniciativas para el diálogo entre la fe y la cultura, que sirvieron de plataforma para la presentación y el testimonio de la fe en el mundo universitario.
Su preocupación por la extensión del influjo del cristianismo en el mundo de la cultura se ha puesto de relieve también en la dirección durante años de revistas como la sección española de la Revista Católica Internacional Communio, y la creación y dirección de la revista XX siglos.
También su producción literaria se ha distinguido por el mismo interés de hacer llegar el conocimiento del cristianismo y su historia a capas más amplias que los círculos académicos. Por eso ha coordinado obras sobre la recepción del concilio Vaticano II, y sobre todo, ha publicado una serie importante de obras de alta divulgación bajo la forma de atlas que han ofrecido a un amplio círculo de lectores el cristianismo, su desarrollo, sus divisiones y su expansión; la historia de los papas, el monaquismo, etc.
Mi referencia a estas actividades no pretende principalmente ponderar la importante tarea de JMª a lo largo de su vida docente. Las propongo porque me parecen útiles para comprender el aclance de la obra que presentamos. Por varias razones: En ellas se descubren una serie de preocupaciones, propósitos, tareas y caminos que han desembocado en este últimol libro. Su preocupación mayor ha sido la de hacer presente la aportación del cristianismo a la historia de la humanidad, y especialmente de Europa, para que aparezca como opción creíble, estimable y amable para una sociedad que parece haber iniciado un movimiento de alejamiento de su influjo.
J. M. Laboa se inscribe en esa serie importante de historiadores del cristianismo: A. M. Festugière, A. Marrou, R. Aubert, H. Jedin, J. Delumeau, R. Rémond, y sus maestros de la Univ. Gregoriana que, sin ocultar los lados negativos que esa historia comporta y por los que los últimos Papas han pedido repetidas veces perdón, han puesto de relieve la importante, la inestimable contribución específica del cristianismo y la Iglesia al progreso de la causa del hombre.
Tengo la impresión de que en ninguna de sus obras lo ha conseguido nuestro autor tan felizmente como en la que presentamos. Primero por el tema que ha elegido, raíz y centro del cristianismo; y después por la enorme cantidad de hechos, aspectos, figuras, momentos que su gran conocimiento de la historia le ha permitido recoger, presentar e interpretar como trasfondo de su reflexión sobre la caridad cristiana. Resumiendo mucho la primera impresión que su libro produce es lo bien que le viene a la historia de la Iglesia centrarse en la caridad que, en definitiva es la raíz y la savia de su vida, y lo bien que le viene a la la caridad que se la estudie al hilo de la historia, de manera que aparezca reflejada en las incontables figuras que la han encarnado a lo largo de esa historia.
Esta historia de la caridad es un nuevo atlas del cristianismo, referido esta vez a las manifestaciones más originales y más centrales de la vida de los cristianos en sus 20 siglos de historia.
Algunos rasgos característicos de esta historia de la caridad
El libro no es un tratado sistemático, ni teológico ni filosófico, aunque en el libro haya mucha y buena teología y dosis importantes de filosofía cristiana sobre todo de orientación personalista. Es una historia, con todo lo que ese enfoque menos frecuente en el estudio de la caridad cristiana aporta de amenidad y de eficacia. Aquí radica a mi entender la originalidad del libro: en el estudio de los avatares de la historia del cristianismo desde la perspectiva de la caridad cristiana.
Con ello el estudio de la historia adquiere una densidad y una riqueza que no poseen las historias «convencionales» de la Iglesia reducidas a fechas, personajes, concilios, cismas y herejías. Ese enfoque aproxima el libro a las historias de la vida cotidiana, al presentar la forma de vivir su cristianismo del conjunto de los fieles, que son su verdadero protagonista.
El libro no se propone presentar un tratamiento sistemático del amor en sí mismo como el de Santo Tomás en las cuestiones 23 a 27 de la IIª IIªe de su Suma Teológica, o como el hermoso Tratado del amor de Dios de San Francisco de Sales. Pero su lectura ayuda a enriquecer cualquier tratamiento de ese estilo. Así, el libro está esmaltado de expresiones surgidas de los protagonistas de esta historia, los miembros más variados del pueblo de Dios, que, de esa forma sencilla que otorga el hablar desde la experiencia, ofrecen visiones del amor cristiano sobre las que podría construirse una lograda fenomenología de la caridad.
«El amor de Dios ilumina la existencia de los hombres», que recuerda la afirmación de J. L. Marion: «el amor es la sal de la vida». «El amor es fuente del conocimiento de Dios, ya que «quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor»; «el amor mismo es conocimiento». Y, en expresiones de autores más cercanos a nosotros: «el amor es la piedra angular de la Iglesia«; «Cualquier sacrificio, cualquier sufrimiento resulta fácil por el amor»; » El amor es la única realidad que tiene su recompensa en sí misma».
No faltan, sobre todo al comienzo y al final del libro referencias explícitas a la raíz teologal del amor en el cristianismo, un amor que surge del misterio de Dios revelado en la tradición bíblica y manifestado en Jesucristo como Amor originario que sirve de principio y fundamento de todo lo creado, que conduce la historia humana y acompaña la vida del hombre, creado por amor y que sólo en el amor accede a su perfección plena.
Esta historia de la caridad aporta hechos e ideas capaces de transformar la comprensión de la espiritualidad cristiana.
De esa base claramente afirmada y subrayada se siguen aspectos del libro que conviene subrayar. Por ejemplo: del libro que se presenta claramente como historia de la caridad puede decirse con toda razón que constituye a la vez unos prolegómenos a toda historia de la espiritualidad cristiana. Y leyéndolo se advierte la laguna de tantos tratados sobre la espiritualidad y de la mística cristiana que la reducen a la descripción y la historia de las distintas formas de oración que culminan en la contemplación.
Este tipo de presentaciones de la mística olvidan, a mi entender, que si la contemplación es, como se ha dicho de la oración, fidei actus, puesta en ejercicio de la fe, no es la única. Que ya San Pablo habla de la «fe, que actúa, que se hace realidad, por el amor». Y que de ahí se puede concluir que bajo esta forma se realiza también, de una manera diferente de las distintas formas de contemplación, la unión con Dios, finalidad de la vida de todos los místicos.
La lectura de este libro muestra cuánto ganaría la teoría y la práctica de la mística cristiana si, a los místicos que buscan la unión con Dios por el camino de la contemplación sumásemos los incontables místicos de la caridad de la tradición cristiana, desde el autor de los escritos de Juan, pasando por Pablo, los mártires, los monjes antiguos, los frailes consagrados a la redención de cautivos, las órdenes mendicantes de Francisco y Domingo, los fundadores en la época moderna de los Institutos dedicados al apostolado y la práctica de las diferentes obras de caridad: Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paul, Benito Meni, y los grandes testigos de la caridad contemporáneos, como los promotores de los Movimientos obreros cristianos, las fraternidades de Ch. de Foucauld, Teresa de Calcuta y las Misioneras de la Caridad, los testigos y mártires de la lucha contra la pobreza y la exclusión en el tercer mundo y tantas otras figuras cuyas vidas y obras se describe con detenimiento y simpatía a lo largo del libro.
A eso se refieren no pocos teólogos con la expresión «mística de ojos abiertos» o «mística de la compasión» que la proponen como la que mejor se corresponde con las condiciones de nuestro tiempo y la que conviene reclamar para el conjunto del pueblo cristiano.
Rasgo característico de la realización por todos estos eminentes cristianos de la mística de la caridad es la permanente referencia a Cristo y el reconocimiento de Cristo en el pobre. Porque como señala el autor con una pizca de ironía, si Cristo es reconocido por los cristianos en las especies eucarísticas porque había asegurado estar en ellas, resulta extraño que no pocos de ellos no lo hayan reconocido y no lo reconozcann en los pobres, en los que, con la misma claridad, dijo estar también presente.
El realismo de la caridad cristiana
Si algo distingue a esta historia de la caridad es su referencia permanente, desde el mismo título de la obra, a la encarnación del amor en obras efectivas de caridad. En cada una de sus páginas insiste el libro en las incontables formas concretas que el amor cristiano ha revestido a lo largo de la historia, hasta el punto de que cada santo presenta una nueva figura del amor cristiano. Constantemente se refiere también a su eficacia inagotable en las cambiantes circunstancias históricas. El sentido común ha insistido con frecuencia en que las situaciones de necesidad aguzan la imaginación y la inventiva de quienes las padecen.
Todavía seguimos diciendo de un muchacho avispado que es «más listo que hambre». Esta historia de la caridad muestra que más inventivas que la necesidad propia son las necesidades de los demás para quien se enfrenta con ellas movido por el amor. De hecho son las incontables formas que ha revestido la pobreza a lo largo de la historia lo que ha conducido a los cristianos más fieles a inventar nuevas formas de práctica del amor con las que responder a ellas.
De la creatividad del amor dan idea las numerosas instituciones para su práctica que han generado las sucesivas generaciones de cristianos. A muchas de ellas se refiere el libro, que también en esto constituye un atlas de gran utilidad porque enumera desde el diaconado de los orígenes hasta las diferentes organizaciones actuales de la caridad.
El autor no deja de sugerir, y la lectura del libro confirma, que si la Iglesia no ha sucumbido a las muchas tormentas que ha atravesado a lo largo de su historia, es seguramente porque en ninguna época han faltado cristianos que han dado testimonio en ellas del amor de Dios, con su amor hacia los más necesitados del momento.
Tentaciones y pecados contra la caridad.
En pocos capítulos resulta tan convincente la reflexión del autor del libro sobre la importancia y el valor del amor en la Iglesia como en aquellos en los que denuncia las tentaciones y los pecados contra la caridad, que han amenazado a la Iglesia a lo largo de su historia y a las que no pocos de sus miembros, incluso eminentes, han sucumbido. Esas tentaciones han tenido, en definitiva, un rasgo común: han consistido en el desplazamiento del centro de la vida cristiana, del amor sobre el que reposa y del que vive, a las derivas doctrinarias, ritualistas o juridicistas, consecuencia casi siempre de una hipertrofia de lo institucional que ha llegado en no pocos casos a una verdadera y peligrosa «eclesiastización del cristianismo».
De ahí que esta nueva historia de la Iglesia ofrezca entre líneas y en algunos momentos de forma expresa, ideas, impulsos y materiales para la reconversión de las estructuras de la Iglesia que la grave crisis actual está reclamando a gritos. En pocos aspectos del cristianismo actual es tan necesario reclamar el «no así entre vosotros», referido en el Evangelio, precisamente, a las relaciones entre los miembros de la comunidad de los discípulos, regidas, desde la condición de hermanos de quienes las componen, por las leyes de la fraternidad, de la que tan alejada aarece la actal organización y el funcionamiento de la Iglesia..
Algunos aspectos de la actualidad de esta apología de la caridad en la actual situación de la Iglesia.
Dos rasgos subrayados por el libro ofrecen una ayuda inestimable para algunos de los problemas más graves de los cristianos de nuestro tiempo. Nadie negará la obsesiva preocupación que existe entre muchos cristianos de nuestro tiempo por la afirmación y la preservación de la propia identidad. Es un hecho también que esa preocupación conduce a algunos de ellos al atrincheramiento frente a las corrientes que reclaman la escucha, la cogida, el diálogo y la colaboración con los diferentes, y a definirla y realizarla en términos de diferenciación a ultranza y de exclusión de los que «no son de los nuestros».
La historia de la caridad propone otro camino para la realización de la identidad cristiana más acorde con el cristianismo y menos peligroso para la convivencia en tiempos de pluralismo como el actual. También aquí tiene plena vigencia el «no así vosotros». Una máxima que, cuando se ha hecho del amor el centro de la identidad cristiana, no nos invita al aislamiento o a la confrontación; sino que nos urge a la práctica del amor como principio de vida y nos fuerza a poner en juego otro principio indispensable para la vida cristiana: el «no sin los otros», de quienes se saben hijos del Dios que es Padre de todos.
Aludamos para terminar a otra preocupación de la Iglesia actual a la que el libro que presentamos ofrece una contribución de primer orden. Es la evangelización o, mejor, la nueva «Nueva evangelización» a la que acaba de convocarnos Benedicto XVI. ¿Por qué, nos venimos preguntando muchos cristianos, han fracasado las cada vez más apremiantes llamadas de la jerarquía a lo largo de todo el siglo XX a la evangelización? ¿Por qué tantos contemporáneos nuestros responden a nuestro anuncio del mensaje cristiano con la más gélida indiferencia?
Porque los mismos evangelizadores, se ha dicho, no estamos verdaderamente evangelizados. Porque los propios creyentes estamos afectados por una «crisis de Dios» a la que ya se ha referido el mismo Benedicto XVI. Pero la razón más profunda de nuestra incapacidad para evangelizar es sin duda que no somos testigos, en nuestra forma de vivir, del Dios amor revelado en el Jesús que «habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo»; y que mostró en su forma de vivir y morir que «no hay mayor amor que dar la vida por aquellos a los que se ama».
La historia del cristianismo muestra que la práctica del amor ha sido siempre el más eficaz testimonio de la vida cristiana: desde el «mirad cómo se aman» del comienzo, hasta la estima y la admiración que, en medio de la mayor crisis de todas las instituciones religiosas, siguen suscitando aquellas instituciones de la Iglesia que están al servicio de la caridad cristiana: Caritas, Manos unidas, las Misioneras de la caridad y tantas otras.No acabamos de comprender y sobre todo de realizar que, como escribió Urs von Balthasar: «sólo el amor es digno de fe».
Un último rasgo de la actualidad de esta reflexión sobre la caridad es la insistencia en la dimensión política de la caridad cristiana, es decir, la necesidad de que el amor se dirija y se consume con el trabajo por el logro de aquellas condiciones objetivas en las que la persona pueda realizarse mejor, hasta llegar a la instauración de esa «civilización del amor» en la que tanto han insistido los últimos Papas.
Una convencida invitación a la lectura del libro y a dejarse interpelar por él.
Confieso que la lectura del libro me ha enseñado infinidad de datos de la historia de la Iglesia que en otras historias me habían pasado desapercibidos. Pero confieso, sobre todo, que lo que al principio se me presentó como una novedosa historia de la Iglesia ha terminado siendo para mí un excelente libro de lectura espiritual que me ha conmovido interiormente y en no pocos momentos se ha convertido en llamada a la conversión.
Un par de ejemplos tomados literalmente del libro: «Seríamos verdaderos discípulos de Jesús si trabajamos sin enriquecernos, de forma que, si nuestro trabajo produjera más de lo necesario, fuéramos capaces de donarlo» a quienes lo necesitan.
Y otro en el que, tras haber aludido al escándalo que suponen los tesoros de la Iglesia en momentos en que hay personas que no tienen lo necesario para vivir; y al escándalo del clericalismo en una Iglesia llamada a realizarse bajo la forma de la fraternidad…, el autor afirma de forma tajante: «En realidad, la tentación más grave contra la caridad es la mediocridad…La tentación de esconderse en el derecho, las normas, la tradición, con el fin de librarnos de ser generosos, creativos, radicales en la expresión de la fe…».
Por lo que «con esa actitud no somos capaces de afrontar radicalmente los graves problemas que nos atosigan: la falta de vocaciones, la función de la mujer, la incapacidad de atraer a los jóvenes, las peculiaridades de las comunidades, la gerontocracia de las autoridades…». Y es que «El mediocre… se encuentra incapacitado para escuchar. Se esconde en unas tradiciones del pasado, porque no se siente capaz de responder con grandeza a los signos de los tiempos de hoy«.
Por eso y en definitiva, mi contribución a la presentación de este libro no puede ser otra que la más convencida invitación a leerlo y dejarse interpelar por él.