La visita de Benedicto XVI es un acicate para aquellos que creen que estos niños, que todo ser humano, merece un futuro digno y justo
(Jesús Bastante, enviado especial a Benin).- En enero de 2006, un grupo de niños benineses, rescatados por Mensajeros de la Paz de las garras de la esclavitud y el abandono, visitaron el Vaticano. Lo hicieron invitados por el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que cumplía así una promesa hecha al fallecido cardenal Javierre. Junto al padre Ángel García, los niños entregaron a Benedicto XVI una paloma de la paz, y le invitaron a visitar este pequeño país africano. Ahora, casi seis años después, el Papa alemán les devuelve la visita.
Las calles de Cotonou recibieron con júbilo a Benedicto XVI en su segunda visita al continente africano. Un país pobre, con un aeropuerto escaso y con un recibimiento sumamente austero. Pero el Papa estaba feliz al ver a tanta gente aglomerándose por cada avenida. Hombres y mujeres, niños y niñas, ofrecían a Ratzinger todo lo que tienen. El Papa estaba especialmente feliz al reencontrarse con los niños, al conocer su realidad y al poder darles un poco de esperanza en una vida marcada por la injusticia y el dolor.
Y es que la tragedia de los niños de Benin, desconocida para el gran mundo globalizado, hace tiempo que clama el cielo. Hace diez años, la captura de un barco de niños esclavos destapó la tortura y la iniquidad por la que pasan muchos menores en este país, poco menos que arrancados de los brazos de sus padres con falsas promesas de estudios y un futuro, el regalo de una bicicleta y una condena a trabajar en las canteras del norte, picando piedra.
Desde entonces, muchas ONG, entre ellas las españolas Mensajeros de la Paz y Manos Unidas, trabajan para liberar a estos chicos. Uno de los hogares que mejor funcionan es el Centro de la Alegría de Cotonou, gestionado por Mensajeros de la Paz y donde viven más de una treintena de chicos y chicas de entre 2 y 11 años.
Menores que fueron secuestrados, o abandonados por sus familiares, y que parecían condenados a una vida de trabajo y desesperación. La misma que, durante siglos, sufrieron los millones de africanos que eran vendidos como esclavos a América y que salían de las playas de Benin hacia el nuevo continente.
La «playa del no retorno» es un fiel ejemplo de esta realidad histórica que, décadas después, se continúa viviendo, si bien de otro modo, en las canteras y la prostitución infantil.
Afortunadamente, Benin está trabajando para salir de esta miseria. Y la visita de Benedicto XVI es un acicate para aquellos que creen, que creemos, que estos niños, que todo ser humano, merece un futuro digno y justo. A eso ha venido el Papa a África. A eso y a, como buen caballero, devolver una visita prometida y tan ansiada para este pueblo.