"Si le buscas sinceramente, es que ya Dios te ha encontrado a ti. Así que trata de vivir, lo más cerca posible, de Aquel que camina a tu lado"
¿Cómo podemos saber el camino?, pregunta Tomás a Jesús. Y Él se muestra como Camino. También hoy la bruma cubre el horizonte del corazón humano y la ruta se confunde. El Cardenal Carlos Amigo Vallejo ha soplado con la fuerza del amor de Dios sobre las dudas e incertidumbres que surgen en la vida del cristiano, dejando al descubierto el rostro amable de Jesús. ‘Maestro, enséñanos el camino’ (Editorial Familia de Jesús) trasluce la belleza de vivir en Cristo, ofrece claves para una nueva evangelización, ahonda en el misterio eucarístico y sugiere cómo permanecer fieles en el amor a Dios. Les ofrecemos la Introducción, escrita por el propio cardenal Amigo.
Introducción
Si quieres llegar hasta Dios, deja que Él vaya delante. Sabio es el consejo. También se dijo que a Dios no se llega caminando, sino volando. Hacen falta luces muy largas y apropiadas, y aceptar las inmensidades del conocimiento, que no pueden reducirse al exclusivo parecer de los sentidos. La fe llega en ayuda nuestra, tanto para escuchar a Dios, como para sentirse uno verdadero hombre libre, que sabe romper las ataduras de lo inmediato y de lo sensible, para elevarse a una realidad enteramente nueva. Dios habla para curar nuestra sordera. Por eso, las verdades y dogmas de nuestra fe, no esclavizan ni encierran al hombre, sino que le abren a nuevas y necesarias experiencias.
Si le buscas sinceramente, es que ya Dios te ha encontrado a ti. Así que trata de vivir, lo más cerca posible, de Aquel que camina a tu lado. El secreto está, más que empeñarse en tener un conocimiento exhaustivo y completo de Dios, en dejarse envolver por el misterio. No como ámbito de oscuridad y claudicación del razonamiento y de la inteligencia, sino en el convencimiento de que estamos ante una realidad nueva, objetiva y grande, inmensa, completamente diferente a todo lo que podamos sentir y pensar. Es un misterio, pero no de sombras y negruras, sino de un manantial tan inmenso y abundante que por más y más que nos acerquemos siempre queda algo por conocer, algo por encontrar.
Luces y razones de la inteligencia y de la razón son necesarios, y buenos compañeros para alcanzar el conocimiento de aquello a lo que se desea llegar. Pero, ni son los primeros ni los más importantes de los instrumentos y caminos que se necesitan para alcanzar el conocimiento de Dios. Existe una lámpara, de calidad única, que ofrece la verdadera luz que se necesita. Lámpara es tu palabra para mis pasos y luz para mí sendero, dice la Escritura (Salmo 119, 105). Es la llama inextinguible de la fe. La aceptación y el acatamiento de aquello que Dios ha dicho de sí mismo, del hombre y de la existencia de todo lo creado. Si quieres llegar hasta Dios, no te olvides tener esta lámpara siempre a tu lado y bien encendida.
En las páginas que siguen, no se va a encontrar una especie de catecismo resumido. Tampoco una síntesis de doctrina cristiana, ni un vademécum para saber lo que se ha de conocer y seguir. Cada uno de los capítulos de este libro ofrece una catequesis. Es decir, una ayuda para que pueda resonar mejor, en la mente y el corazón, lo que Dios ha dicho acerca de sí mismo, de su hijo Jesucristo, del Espíritu, de la Iglesia, de los sacramentos y de las virtudes, de la oración y del testimonio cristiano.
Como punto de apoyo, y buen cimiento tendremos siempre en cuenta las palabras con las que Jesucristo respondiera al apóstol Tomás, curioso por saber del camino que seguía Jesucristo: » Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros» (Jn 14, 6-18).
Entre el deseo de quien busca sinceramente a Dios, y de esa permanente disposición a ser hallado por Él, se establece un permanente diálogo que será, al mismo tiempo, oración de súplica y respuesta de Dios: no busques más al que ya te ha encontrado, déjate guiar por Él.
Para saber si uno está en el buen camino, lo mejor es sopesar y discernir las obras que se están haciendo y los frutos que ellas producen. Para ello hay una serie de síntomas, de aspectos, de elementos de conducta, de sentimientos que componen el perfil del hombre nuevo, el que orienta su vida conforme al querer de Cristo, en contraposición al hombre viejo, que se revuelve entre el pecado y nada de Dios quiere saber.
Como referencia, para componer el perfil del buscador sincero del rostro de Dios, sirve muy bien uno texto de la carta de San Pablo a los Gálatas (5, 19-24): «Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias».
De mal espíritu sería el verse nada más que a sí mismo, olvidando a los que se tiene al lado o a los que están lejos; discernir únicamente desde unos criterios humanos; anunciar un reino que no es el de Dios; refugiarse en una contemplación evasiva que desprestigia la oración; vivir en el desasosiego y el desamor; vestir de publicano y ser fariseo; urgir conversiones que a Dios no conducen; llevar el ministerio de servir con amarga tristeza; desanimar; herir sin curar; imponer y no ayudar a llevar la carga; intolerante y pretencioso monopolio de la verdad; manipular el evangelio en propio provecho o en humillación de los no queridos; cizañear y desunir; olvidarse de Dios…
Tiene buen Espíritu el que busca sinceramente a Dios y acoge su palabra, el que se hace discípulo de Dios, habla de Dios, anuncia a Dios, depende de Dios. Hacer presente a Jesucristo y anunciar la llegada de su Reino. Contemplar la verdad y convertirse sinceramente a ella. Ir desapareciendo para que sea Cristo el que se abra camino entre los hombres. Pobreza y alegría. Fortaleza para corregir y animar. Sufrir por el pecado y fecundar la penitencia con el dolor libremente asumido. Admitir, en serenidad, ser signo de contradicción. Vivir con realismo los problemas de los hombres de hoy y comprometerse con ellos en la búsqueda de soluciones dignas. Capacidad de escuchar y discernir. Arrancar para sembrar, destruir para edificar, anunciar y denunciar. Encadenarse al evangelio para poder hablar con libertad. Comunión y servicio fraterno. Anuncio de esperanza, de resurrección con Cristo.
Pablo VI nos dio las claves del discernimiento: «Renovación, sí; cambio arbitrario, no. Historia siempre viva y nueva de la Iglesia, sí; historicismo disolvente del compromiso dogmático tradicional, no; integración teológica según las enseñanzas del concilio, sí; teología conforme a libres teorías objetivas, a menudo procedentes de fuentes enemigas, no; Iglesia abierta a la caridad ecuménica, al diálogo responsable, al reconocimiento de los valores cristianos ante los hermanos separados, sí; irenismo que renuncia a las verdades de la fe, o proclive a uniformarse con ciertos principios negativos que han favorecido la separación de tantos hermanos cristianos del centro de la unidad de la comunión católica, no; libertad religiosa para todos en el ámbito de la sociedad civil, sí; y libertad de adhesión personal a una religión según la elección meditada en la propia conciencia, sí; libertad de conciencia como criterio de verdad religiosa, no sufragada por la autenticidad de una enseñanza seria y autorizada, no» (Audiencia, 25-4-68).
A lo largo de muchos años, y en diversos escritos pastorales, el tema de Dios Padre y del camino para encontrarse con Él y seguir a su hijo Jesucristo, ha ocupado muchas páginas. Referencias a esos pensamientos y ofrecimiento para la reflexión, serán pautas a seguir en la lectura de este libro.
«Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Le dice Jesús: » Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.» (Jn 14, 5-6).