El arzobispo responde a un 'Cicerón', que le interpela

Agrelo: «Por mucho que los busque, no encontrará en mi reflexión conceptos teocrático-biológicos»

"Todo el mundo sabe que el aborto no es una obligación, pero sabe también que es una esclavitud"

Agrelo: "Por mucho que los busque, no encontrará en mi reflexión conceptos teocrático-biológicos"
Santiago Agrelo

Quienes denuncian justamente la iniquidad de la bofetada, esos mismos regalan a la mujer la iniquidad del aborto. He dicho "regalan", no he dicho "obligan"

(Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger).- Se ampara tras el nombre de Cicerón, y me interpela con una catilinaria: «Quien es el trasnochado que piensa que esa ley obliga a una mujer con punta de bayoneta a realizarse un aborto, es voluntario y la decisión es de la mujer que va a parir, si se prohíben los abortos entonces obligaríamos a la mujeres a un «embarazo, parto y maternidad forzada» en contra de su voluntad y no habría ninguna libertad en cuanto a su decisión por las razones que fuesen, la mujer es la que decide y nadie puede interponerse; si tu quiere parir es tu decisión pero no le impongas a los demás tus conceptos «teocráticos-biológicos» que lindan con el fundamentalismo religioso».

No obstante gramática y tono de la interpelación, intentaré responder a las cuestiones que plantea, pues son burladeros a los que suelen recurrir quienes huyen de las razones:

Me pregunta: ¿Quién es el… que piensa que esa ley obliga a una mujer… a realizarse un aborto? Para empezar, ese pensamiento no es mío, y no lo encontrará nadie en mi reflexión. Este Cicerón confunde obligación y servidumbre.

Todo el mundo sabe que el aborto no es una obligación, pero sabe también que es una esclavitud: Todos saben que deja huella en la mujer, todos saben que es mucho más lesivo de la dignidad de la mujer y de su integridad física y psicológica que una bofetada.

Curiosamente, sin coherencia alguna, quienes denuncian justamente la iniquidad de la bofetada, esos mismos regalan a la mujer la iniquidad del aborto. He dicho «regalan», no he dicho «obligan». Pero ese regalo, que no obligación impuesta a punta de bayoneta, es un regalo que yo no haría nunca a hijos míos, tampoco a los suyos, señor Cicerón.

Luego afirma usted que el aborto es voluntario y la decisión es de la mujer que va a parir. Cómo se ve que la cosa no le afecta lo más mínimo. Si cada vez que a una mujer se le practica un aborto, a su compañero, no digo que le hiciesen la vasectomía, le hiciesen sólo la anestesia que la mujer ha de padecer, creo que algunos ya empezarían a ver que la cosa es menos ‘voluntaria’ de lo que parece.

Sólo quien no quiera ver hablará en esta materia de «decisión de la mujer», porque ella, la mujer, que no optó libremente por concebir, es empujada, ¿obligada?, a la práctica del aborto, y no lo es por ley, sino por condicionantes económicos, sociales o culturales. Sin esos condicionantes, que la privan de libertad, una mujer no se prestaría sin más a la violencia del aborto, puede incluso que no se prestase jamás.

Añade usted: Si se prohíben los abortos entonces obligaríamos a la mujeres a un «embarazo, parto y maternidad forzada». Lo primero que he de hacer notar es que esa supuesta prohibición del aborto no la encontró usted en mi reflexión sino que estaba de polizón en su cabeza.

Dicho eso, he de confesar mi asombro por la lógica de su discurso: Decir que la libertad de la mujer para ser madre no existe si una ley le impide abortar, es tanto como decir que mi libertad para respetarle a usted no existe si una ley me impide injuriarle, difamarle o escupirle. Con ley o sin ella, yo soy siempre libre; usted no lo sé.

Por último dice: No impongas a los demás tus conceptos «teocráticos-biológicos» que lindan con el fundamentalismo religioso. Por mucho que usted los busque, no encontrará en mi reflexión conceptos teocrático-biológicos; ésos están bajo cubierta sólo en su cabeza.Si me dirigiese a creyentes, podría apelar a la fe común.

Si cuelgo algo en Internet por dialogar con quien no cree, intento bajar a su terreno sin renunciar a mis convicciones de fe, pero también sin traerlas a colación. Y por favor, señor Cicerón, no diga a nadie que yo impongo nada, porque eso de imponer vuelve a ser marinero de su barca, no de la mía.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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