En esta crisis económica y de valores hacen falta grandes dosis de mística y esperanza
Después de la aún reciente publicación de «El último jesuita» (La esfera de los libros), una novela sobre la borrascosa época de Carlos III, el escritor jesuita Pedro Miguel Lamet nos sorprende con un libro completamente distinto: «Las palabras vivas: Confidencias de Juan, el discípulo predilecto», (Paulinas), donde el evangelista, ya anciano y retirado en la isla de Pátmos, comenta lo que sintió en la última cena, cuando reclinó la cabeza en el pecho de Jesús, a partir de sus palabras preferidas: barca, luz, vida, agua, trueno, mujer, madre…
-Últimamente vienes publicando novelas históricas, ¿a qué responde este libro tan diferente?
-Está en línea con otros relatos bíblicos que he escrito, como «Las palabras calladas» o «El retrato», donde la narración conduce a una contemplación y saboreo de la Palabras.
-¿Por qué Juan?
–Juan es el más místico de los evangelistas. Siempre me he preguntado cómo era esa relación de Jesús con el discípulo amado. Sus textos revelan un carácter apasionado y un acento en la fuerza poética de la palabra. Sólo el prólogo me parece quizás la pieza más potente de toda la Escritura.
-Sin embargo hoy los exegetas discuten sobre si los textos joánicos fueron escritos por el mismo Juan o por sus discípulos.
-Sí, hay dos corrientes. Lo comento en el epílogo. Pero en el libro me interesa sobre todo el alma de Juan, que está presente también en las cartas y en el Apocalipsis. La existencia del discípulo amado es evidente por el propio texto evangélico.
-¿Qué es pues tu libro: ficción, exégesis, espiritualidad?
-Un poco de todo eso. Imagino en escena a los personajes desde los recuerdos del protagonista, pero los comentarios de Juan se basan en sus propios textos y de sus mejores exgetas. Al final pretendo que sea un relato que se pueda leer de manera fluida y ayude a la meditación y contemplación. Aunque lógicamente es más denso que el diario de María de «Las palabras calladas», tan bien acogido por los lectores y que para mi sorpresa ha sido adaptado a al lenguaje radiofónico por Radio Vaticano.
-¿Falta hoy dimensión mística a la Iglesia?
-La mística libera, rompe muros, nos hace menos enrocados y más abierto a otras culturas y espiritualidades. Aquello de Rahner de que «el siglo XXI será místico o no será», se está cumpliendo en muchos sectoresque viven intensamente la búsqueda de espiritualidad. El problema es que esta tendencia subsiste con el miedo a la libertad y la permisividad dominante, que mueve a la Iglesia a refugiarse y parapetares en los bastiones de la norma y a la defensiva. En esta crisis económica y de valores hacen falta grandes dosis de mística y esperanza. Juan, el discípulo predilecto, nos enseña a creer en la vida que es semilla de permanencia, a través de sus grandes símbolos, como el agua o la luz.
-¿Miedo también a la mística?
–Todos tenemos derecho a la mística. No sólo los grandes santos. En la formación católica se han puesto muchos reparos a la experiencia mística, como peligrosa. Sin embargo todo el acento se ponía en la ascética, que tiene también sus desviaciones. Si no le damos mística, la gente la busca en Oriente. Y en el cristianismo tenemos excelentes maestros.
-Por lo general hemos visto publicados sus libros por editoriales laicas, ¿por qué esta vez en Paulinas?
-Las Hijas de San Pablo me acogen cada año amablemente en su caseta de la Feria del Libro para firmar. Aunque es cierto que suelo publicar en editoriales laicas para dar otro tipo de difusión a mis libros fuera de los circuitos religiosos, con esta obra quiero dedicar un homenaje a estas admirables mujeres que con sensillez y una sonrisa fomentan desde sus librerías la buena lectura.