El nacimiento de Jesús manifiesta a todos los hombres su misericordia. No quiere abandonar al hombre a sus propias fuerzas y su pecado.
(Carlos Osoro, arzobispo de Valencia).- Entre los símbolos de la Navidad se encuentra la luz, que tiene un significado espiritual muy hondo. ¡Cómo impresiona contemplar la manifestación de esa luz en el amor misericordioso de Dios! Dios con nosotros, Dios entre nosotros, Dios para nosotros. ¡Cómo llegan en estas fechas de Navidad a lo más profundo del corazón aquellas palabras que Jesús pronunció en la sinagoga de Nazaret!
Es más, en este tiempo que vivimos, esas palabras que Jesús se aplica a sí mismo del profeta Isaías y que alcanzan unas dimensiones nuevas para nosotros, son palabras que necesitamos escuchar para recuperar la esperanza: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). El Señor viene a liberarnos, a romper las cadenas del egoísmo, del error, del pecado. Viene a sacarnos de la prisión en la que nos ha encerrado el vivir desde nuestras propias fuerzas, sin más luz que la que procede de nosotros mismos. Por eso es importante prepararnos para acogerlo con humildad y con sinceridad.
El nacimiento de Jesús manifiesta a todos los hombres su misericordia. No quiere abandonar al hombre a sus propias fuerzas y su pecado. Por eso, sale a su encuentro ofreciéndole su gracia y su amor. Se lo ofrece para que viva desde esta gracia y con este amor. Aquellas palabras del Evangelio de San Juan, «Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16), expresan el infinito amor de Dios a todos los hombres.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: