La fe me enseñó a respetar la dignidad de todos, a comprender la debilidad de todos
(Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger).- La fe me enseñó a ver en Dios una familia; la fe me enseñó a llamar Hijo de Dios a Jesús de Nazaret, aquel crucificado al que Dios resucitó de entre los muertos; la fe me enseñó que, en ese resucitado, también los que creen son hijos de Dios. La fe me enseñó que, quien escucha la palabra de Dios y la cumple, ése es hermano, hermana y madre de Cristo Jesús.
La fe me enseñó a trabajar para que todos entren en esta familia, en esta casa, en este reino que, por ser de Dios, es lo más hermoso que el hombre hubiese podido nunca imaginar.
La fe me enseñó que esta familia no está fundada sobre cláusulas transitorias o razones de conveniencia, sino sobre una entrega definitiva, la de Cristo Jesús, tan definitiva como su muerte, pues Cristo amó su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada.
La fe me enseñó que los esposos cristianos, marido y mujer, en su vida de esposos, en ese misterio grande que es su unión por el amor, son imagen viva de la unión de Cristo con la Iglesia.
La fe me enseñó a respetar la dignidad de todos, a comprender la debilidad de todos, a llamar a todos a una casa que no es la mía sino la de Dios, a una mesa que yo no he preparado sino el Señor, a un amor que sólo el Espíritu de Dios puede poner en el corazón del hombre.
La fe me enseñó a ver en la pecadora del banquete de Simón, no sólo a aquella mujer que fue amada y aprendió amor, sino también a mí mismo, pues soy pecador como ella, amado como ella, aunque haya de lamentar no haber aprendido todavía a amar como ella amó.
No hagamos de la casa y familia de Dios un icono de las miserias del mundo.