Siempre he sido muy feliz. Creo que sin ser nada he sido una persona privilegiada
Serafín ha cumplido cien años y desde hace 75 oficia misa en la localidad pontevedresa de Teis. Sigue trabajando desde su silla de ruedas y, a pesar de su avanzada edad, no necesita gafas para leer las Escrituras.
Cumplido el siglo de vida, Serafín sigue jugando al dominó y disfrutando de los partidos de fútbol. Cuando era joven, le llamaban «Mister cura» porque era bien parecido. Sus feligreses lo adoran. Una de ellas recuerda que fue el sacerdote que la bautizó, le dio la primera comunión y le casó. Otra reconoce: «Siempre está rezando el Rosario y a veces se queda dormido».
Por otro lado, Rafael Artola también cumplió el domingo cien años. Lo cuenta Javier Meaurio en Diario Vasco. Nació ‘enchufado a los altares’, en la calle Mayor de Hondarribia, junto a la Iglesia de la Asunción y del Manzano, y su familia, católica y cristiana, apuntaba hacia la religiosidad. De nueve hermanos dos han sido monjas, él sacerdote y su padre ejerció como sacristán en Bayona. Hermano de Fernando Artola, ‘Bordari’ -escritor del Bidasoa- y tío de Txomin Artola, cantante vasco, el sacerdote hondarribiarra Rafael Artola Sagarzazu cumplió el domingo cien años en la residencia del Seminario Diocesano de San Sebastián, donde reside desde su jubilación y en la que recibió un homenaje.
«Mi vocación me viene desde que era pequeño. Hay una fuerte conciencia familiar. Me hice sacerdote en 1935, en vísperas de la guerra civil, en casa del entonces obispo Mateo Múgica, en Vitoria. No eran momentos fáciles, pero nunca lo han sido», señala desde la silla de ruedas que le acompaña.
Artola inició su sacerdocio en Álava, en los pueblos de Pobes más cercanos a Burgos, la Cervella, Berantevilla…
«Enseguida vine a San Sebastián, como capellán castrense en el Hospital Militar de Atocha hasta el final de la guerra, luego he estado en Santa María y San Vicente», recuerda desde sus cien años de vida.
Ya posterior fue su paso por San Andrés de Eibar. «Fue una etapa que me marcó mucho por la calidez y la respuesta que veía en la feligresía. No quiero decir que en otros sitios no la hubo pero estos años eibartarras marcaron mucho mi vida», destaca Artola.
Finalmente, y antes de poner fin a su recorrido de sacerdocio activo, Rafael Artola recaló en su Hondarribia natal, donde fue párroco en la iglesia, frente a su casa de la calle Mayor, una vuelta a sus orígenes antes de recalar en la residencia del Seminario donostiarra que hoy le acoge.
«Siempre he sido muy feliz. Creo que sin ser nada he sido una persona privilegiada. Todo me ha venido muy bien y todo lo recojo con un gesto de satisfacción. Es mi forma de ver la vida». Añade que ha vivido «un mundo de rosas» y que la gente siempre le ha acogido de forma «muy agradable». «Sin saber por qué las personas han sido muy amables conmigo y me he sentido muy apreciado y estimado».
Apasionado de la música popular vasca -que tararea desde sus solitarios momentos- ama también las melodías clásicas y recuerda las recibidas clases de solfeo. «Fue una ayuda importante para permitirme entrar en un camino que me resultaba muy cercano», aclara Artola.
Sus compañeros de la residencia del Seminario destacan de Artola su conformidad con todo lo que le ocurre y es que a sus cien años mira la vida con calma, desde la proa de su largo barco.