La maquinaria curial está podrida. Y, al parecer, no hay nadie capaz de limpiarla.
(José Manuel Vidal).- Nos guste o no, decir Vaticano es despertar en el subconsciente colectivo imágenes de riqueza, de misterio, de poder y de escándalo. Y poco o nada de fe y de Evangelio. Aquello de «Roma veduta, fede perduta». Está claro que el imaginario colectivo tiene mucho de cliché y de prejuicio. Pero con base.
Con una base sólida que se alimenta periódicamente de escándalos que tienen su epicentro en el Estado vaticano. Y que van sedimentando y dejando un poso imborrable en ese imaginario colectivo mundial. Mucho más hoy, en la era de la globalización y de la comunicación universal, en la que no hay nada secreto ni oculto. Esa imagen sedimentada de la estructura eclesiástica sólo consigue limpiarla (al menos en parte)el Papa. Un Papa santo y bueno, como Juan XXIII. O un Papa inteligente y barrendero, como Benedicto XVI.
Viene esto a cuento del enésimo escándalo en la sala de máquinas de la Iglesia. El hasta hace poco secretario del Gobernatorato de la Santa Sede, Carlo Maria Viganó, denuncia en sendas cartas al Papa y al cardenal Bertone que ha querido hacer limpieza financiera y que le han hecho la vida imposible. Tanto que sus «enemigos» (con el placet de Bertone y del Papa) consiguieron quitárselo de en medio con la consabida patada a seguir. O dicho en latín, qe suena más fino: ‘promoveatur ut removeatur’. Y lo mandaron de Nuncio a Washington, que tampoco está mal. Así se lo quitaban de en medio y, además, le cerraban la puerta de acceso al capelo cardenalicio.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: