Los dominicos somos muy plurales, muy distintos. Entre nosotros la diversidad es importante. Diversidad en la unidad, evidentemente, pero diversidad como don y enriquecimiento
(Jesús Bastante).- En 2016, la congregación dominica cumplirá 800 años desde la aprobación de la comunidad fundada por Santo Domingo. Su provincial en España, Javier Carballo, acude a RD a hablar del pasado, presente y futuro de la orden de predicadores, de la Iglesia y de sus retos ante la sociedad actual. «Hoy decimos que, si Santo Domingo viviera, se iría a predicar navegando… por Internet«, asegura el religioso, quien considera que «la Iglesia está en un momento de transición«.
-¿Hay integración entre las 4 provincias de dominicos de España?
-Sí, yo creo que, como todas las congregaciones, estamos en un proceso de integración, que además en nuestro caso, por nuestras leyes y nuestro estilo, es muy participativo, quizá por eso también más lento. Tenemos proyectada la unión de provincias para 2016.
-¿Coincide, entonces, con el 800 aniversario de la fundación de la orden?
-Sí, efectivamente. Ya somos una orden vieja. Son 800 años de la confirmación de la orden, así que en 2016 lo celebraremos. Ya llevamos en jubileo desde el 2006, cuando celebramos la fundación por Santo Domingo del primer monasterio de monjas (dominicas, contemplativas). Culminaremos con los 800 años de aprobación de la orden.
-¿Cuántos dominicos hay en España?
-Somos unos 600, entre la provincia bética (del sur), la de Aragón, la de España, y el vicariato de la provincia del Rosario, que es la provincia tradicionalmente misionera en Asia (lo que antes se llamaba la provincia de Filipinas). También tenemos vicariatos y frailes en América Latina, por ejemplo, en la selva amazónica peruana, en Cuba, Venezuela, la República Dominicana y en el cono sur.
-Se os conoce como la orden de los predicadores, ¿qué es lo que hacéis los dominicos?
-Bueno, la predicación es lo central de nuestro carisma. Luego se encarna en distintas labores, acciones pastorales e instituciones. Tenemos bastantes instituciones de enseñanza a nivel universitario, sobre todo facultades de teología. También colegios de secundaria, y estamos avanzando en más fundaciones educativas. Tenemos también el apostolado social, la presencia de solidaridad con Latinoamérica a través del secretariado de misiones y de un par de ONG. Tenemos apostolados de predicación, y también ahora en internet, que para nosotros es importante.
-El nuevo areópago, que decía Juan Pablo II. ¿Si no estás en la red parece que no estás?
-Por supuesto, además en la red lo que están son miles de personas, muchos jóvenes. Por eso también hay que estar ahí con el anuncio de la Buena Noticia. Santo Domingo, en el siglo XIII, soñaba con llegar a predicar a los no evangelizados. Hoy decimos que, si Santo Domingo viviera, se iría a predicar navegando… por Internet.
-¿Cómo se anuncia esa buena noticia en un mundo como el de hoy, tan marcado por las prisas y por la impersonalidad de las relaciones?
-Bueno, sin duda también por eso la predicación en internet es un desafío que estamos aprendiendo. En primer lugar, a los dominicos nos parece que es una manera de entablar relación en un primer momento, y que luego puede dar lugar a un mayor intercambio, un mayor conocimiento. Algunas vocaciones nos llegan por internet. También hay que tener en cuenta que facilita muchas cosas. Hoy en día hay muchos estudios y cursos on-line, que la gente puede realizar en casa, administrándose el tiempo como mejor le convenga. Por eso es importante ofrecer una formación en la fe por internet. Tenemos una escuela de teología, de Biblia y de religiones, para ofrecer información a todas las personas interesadas.
-¿Cuál es la percepción del dominico a cerca de la Iglesia hoy, tanto en España como a nivel mundial?
-Los dominicos somos muy plurales, muy distintos. Entre nosotros la diversidad es importante. Diversidad en la unidad, evidentemente, pero diversidad como don y enriquecimiento. Por eso se suele decir que no hay dos dominicos iguales. Igual de amplia es la Iglesia, que está en un momento de nueva evangelización, afrontando un reto importante. El reto es, en este momento, de secularización en Europa, de cierta indiferencia. Algunos lo analizan más radicalmente, hablando de una Europa post-cristiana, donde la fe ya no sirve como referente para guiarte en la vida. Nosotros queremos afrontar esto con pasión e ilusión. Presentar de nuevo la Buena Noticia de Jesús con nuevas formas, más comprensibles para el hombre y la mujer contemporáneos. La Iglesia está en un momento de transición, de situarse en un nuevo contexto cultural y social. Evidentemente, estos momentos crean desconcierto, porque uno no sabe la dirección de los cambios. Pero desde el arraigo en lo fundamental del Evangelio del Dios de Jesucristo, en la Iglesia hay mucha más pasión ahora mismo que desconcierto. Además es un momento de universalidad, de abrirse a la grandeza de la Iglesia. No podemos quedarnos con algo muy local y muy pequeño. La Iglesia está presente en muchos países que están viviendo violencia, pobreza, guerras, sufrimiento… Entonces, esta conciencia de la universalidad de la Iglesia nos puede enriquecer mucho. Es una de las aportaciones más importantes que la Iglesia puede hacer al mundo: tomar conciencia de las situaciones más difíciles de nuestro mundo.
-Desde una orden que está a punto de cumplir 800 años, ¿se ven estas crisis de una manera distinta de cómo pueden verlo un nuevo movimiento o una parroquia de reciente creación? ¿En qué influye el bagaje de tantos siglos de historia?
–Quizás se ve con mayor serenidad. Es decir, cuando una congregación tiene 800 años hay gente que puede pensar que no se va a poder adaptar a los nuevos tiempos. Pero es justo lo contrario: somos una orden que se ha adaptado a muchos momentos, que ha pasado por muchos momentos difíciles. Más aún: los momentos de mayor abundancia de frailes coinciden con los momentos de decadencia de la orden. Lo de unir el mayor número de frailes a los momentos de esplendor no tiene fundamento histórico. Justamente son los momentos de crisis, de descendencia, de pasar por grandes dificultades, cuando la orden ha sido más creativa y significativa, y hacer una aportación más importante a la Iglesia.
En los años 50, cuando nuestra provincia empezó a tener muchas vocaciones, había un provincial que escribió una carta a todos los frailes diciendo: «Cuidado, los momentos de abundancia son los más peligrosos, los que más riesgos tienen. Los de decadencia son los que más oportunidades dan para crecer en la autenticidad».
-¿Qué se está preparando dentro de la orden para el 800 aniversario? ¿Qué actos hay, cómo se vive la efeméride de un número tan importante?
-Bueno, es cierto que hay pocas congregaciones que han llegado a esa cifra. Franciscanos y dominicos somos de la misma época. Hay congregaciones agrandes anteriores, los agustinos, por ejemplo, o los benedictinos. Y los jesuitas también tienen una larga historia. Nosotros estamos preparando el jubileo en varios niveles. El primero es la conversión: intentar vivir con mayor vitalización de nuestro carisma. El segundo es la proyección de caridad. Hemos querido aprovechar el jubileo para crear alguna acción de solidaridad para crecer con los más necesitados. Se está orientando hacia un proyecto de sanidad en Haití. Por otro lado, es una ocasión para la reflexión. Va a haber una revisión importante de los escritos fundacionales de la orden, de la historia de Santo Domingo, hay una labor seria de publicación… Es una ocasión de volver a las fuentes, a los documentos. Y por último, también lo es para renovar proyectos de predicación, juntos dominicos, dominicas y laicos.
-¿Cuál es el futuro de la orden en la sociedad actual?
-Yo creo que es lo que nuestro carisma aporta a la Iglesia y a la sociedad. Sean muchos o sean pocos, de lo que se trata es que el carisma continúe. Y nuestro carisma es el anuncio de la Palabra de Dios desde varias dimensiones: con competencia teológica (es decir, anuncio desde el estudio). Nunca hemos sido una orden grande, pero en ciertos momentos sí muy significativa. En el momento fundacional, luego con la teología de Santo Tomás, en el siglo XVI con el Sermón de Montesinos, con la aportación también de Francisco de Vitoria o de Bartolomé de las Casas… y la aportación de los dominicos franceses al Vaticano II.
En segundo lugar, también creo que el futuro pasa por una predicación positiva, más alentadora. Que confía mucho en la inteligencia, en la razón y en las posibilidades del ser humano. Nuestra espiritualidad se basa mucho en la confianza, no en la sospecha frente al mundo. En esto la orden dio un giro, predicando desde las enormes posibilidades que ofrece nuestra fe, el Evangelio, la Salvación como nueva vida… Y también la vertiente de la compasión, que la tiene Santo Domingo desde el principio, cuando vende sus libros en Palencia porque no puede estudiar en pieles muertas mientras sus hermanos mueren por la peste y el hambre. Desde aquel momento quedó la orden marcada por esta orientación de misericordia, que nuestra orden debe salvaguardar para el futuro, transportándola como un recuerdo y un signo.
-Hablabas antes del Concilio, del que hace ya 50 años de su apertura. ¿Qué queda del Vaticano II? ¿Hay cosas que no se han empezado a tocar? ¿Es necesario otro Concilio, aplicar este…? ¿Cuál es tu visión?
-Bueno, yo no soy un historiador ni un especialista en el tema, seguro que ahora va a haber muchos congresos que lo estudien; pero sí que se dice, en general, que los concilios necesitan un largo tiempo de implantación y para evaluarse. Yo creo que la posición más equilibrada, que comparto, es que el Concilio se está desarrollando y necesita más tiempo. Por tanto, la cuestión clave, como dicen muchos teólogos, es ver si el Concilio se interpreta como ruptura con lo anterior o como continuidad. Y la lectura que se está haciendo hoy es la segunda. El Concilio no fue de ruptura, sino de renovación, y toda renovación en la Iglesia es lenta y paciente. Así que el Concilio tiene que continuar como algo vivo, como un impulso. No hay que tenerlo ahí congelado. Tenemos que actualizarlo constantemente. Esto es lo que significa que la Iglesia es una tradición viva.
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Suele pensarse que una orden tan antigua no se va a poder adaptar a los nuevos tiempos, pero es justo lo contrario: somos una orden que se ha adaptado ya a muchos momentos distintos
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El Concilio Vaticano II no fue de ruptura, sino de renovación