Tú querrías que en la escuela pública se enseñe a defender la historia del cristianismo y, sobre todo, del catolicismo romano, como una historia gloriosa
(José Arregi).- Estamos en época de prematriculaciones, y vuelven las pugnas. Vuelve el debate sobre la asignatura de religión en la escuela laica. El bien de nuestros niños y jóvenes es un buen pretexto, y la religión la peor arma. El pasado domingo, 29 de enero, Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, publicó una carta en forma de diálogo imaginario entre un padre llamado Benito y su hijo llamado Andoni, en una familia supuestamente guipuzcoana.
Me cuesta mucho imaginar una conversación así en una familia guipuzcoana, pero son licencias pastorales. Recojo textualmente los argumentos de Benito, es decir, de Munilla. Andoni, el hijo, no desea apuntarse a la asignatura de religión católica, pero no ofrece argumentos a su padre (es curioso…). Yo le prestaré los míos o me pondré en su lugar.
Dice Benito: «Yo también estoy a favor de una escuela pública laica, pero no estoy dispuesto a que me den gato por liebre. ‘Escuela laica’ quiere decir que en ella se respetan todas las creencias, no que tengamos que renunciar a la nuestra. No es lo mismo ‘escuela laica’ que ‘escuela sin religión’ «. ¡Pues qué bien, Benito, que estés a favor de la escuela pública laica! No lo hubiera pensado. Pero sugieres que la escuela laica exige que renuncies a tus creencias, o que es una «escuela sin religión». ¡Qué va, por Dios! «Escuela laica» significa simplemente -es cosa muy distinta- una escuela donde no se da ninguna preferencia a una religión sobre otras. Guarda tranquilo todas tus creencias, y que tu hijo las lleve consigo a la escuela pública. Nadie se lo impedirá, siempre que a nadie se las quiera imponer; y, si alguien se lo impidiera, podrá denunciarlo. Así debe ser una sociedad laica.
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