Para que la iglesia muestre lo liberador que puede ser el Evangelio, ella misma ha de ser un espacio y testigo creíble
(Eukleria).- En octubre de 1971, al Cardenal Georges Flahiff -uno de los padres del Concilio Vaticano II- no le tembló la voz cuando, en nombre de la Conferencia Episcopal Canadiense, se atrevió a llevar al Sínodo de Roma la insólita demanda de que «una comisión estudie en profundidad la situación de los ministerios femeninos en la Iglesia». Cuarenta años después, en 2011, acogimos como agua de mayo varios manifiestos y declaraciones de teólogos, teólogas, presbíteros y diáconos cualificados, que no querían acallar por mas tiempo su sed de reformas en la Iglesia Católica.
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