Siempre junto a los más débiles, los sin techo o con un mal techo de lata como los chabolistas de ayer de Tremañes, o los pobres sin nombre a veces del norte y siempre del sur
Barda, como le llamaba nuestro recordado y admirado Miguel Díaz Negrete, o «mi hermano», con ritmo cubano, como nos decíamos mutuamente desde que yo volviera de Cuba, el Bardales de todas y todos, se ha ido. Como ha vivido, con sencillez, con alegría, con chispa, despacio y empapando, como nuestro orbayu , pero con carácter, con su singular carácter hasta el último momento, así se ha ido.
Consciente del enemigo al que combatía, sabiendo -cada día que caminaba lo veía con más claridad- que ésta podía ser su última batalla, pero seguro también de que aún perdiéndola, podía ganar definitivamente la vida, esa misma vida que amaba intensamente, que le salía por todos los poros, que irradiaba y en la que creía con toda su alma, así se ha ido este hombre bueno.
Con una fe más grande que él en aquel que, como expresó sentidamente en una de las horas más lúcidas de sus últimos días, le pidió en su juventud: «Ven y sígueme», Jesús de Nazaret, y con una esperanza confiada, segura y serena, sin fronteras, en que con él, el camino, iba seguro al Padre, así se ha ido.
Como lo hiciera tantas veces con quienes compartíamos con él la misma fe, pero también queriendo dar aliento a quienes lo estaban y están pasando mal y con él tenían en común sólo, nada más y nada menos, que la máxima razón de ser humano, antes de sumirse en el sueño último que lo llevaría a despertar en la indescriptible totalidad del buen Dios, recitaba con voz entrecortada «el Señor es mi pastor, nada me falta», y así se ha ido. ¡Que paz y qué ejemplo!
Así se ha ido Bardales, un hombre de Dios, un hombre del pueblo, cura de barrio, su título más glorioso, del que presumía y estaba orgulloso. Siempre junto a los más débiles, los sin techo o con un mal techo de lata como los chabolistas de ayer de Tremañes, o los pobres sin nombre a veces del norte y siempre del sur, o las mujeres maltratadas, o los enfermos, o los indispensables, eternos y nunca bien pagados jornaleros, digamos obreros, de pico y pala o de pluma, pero igual de pequeños.
Siempre ahí, en la iglesia o en el chigre, en el instituto o en la asociación de vecinos cuando había que estar, con ellos, sin ruido ni pajolera importancia, afanando recursos, buscando solidaridades, creando redes para emerger juntos. Ellos y las otras y los otros, sin excluir a nadie, ni de arriba ni de abajo, porque para él todos eran pueblo y el pueblo, como para Jesús de Nazaret, era como su Dios, era Dios.
Y en medio del pueblo, su parroquia y los muchos y muchas que con él se sentían comunidad, el pueblo que lo acompañó hasta el fin disponible para lo que hiciera falta, silente y respetuoso de su dolor, así se ha ido este hombre de Dios, este hombre del pueblo.
Con mi admiración y agradecimiento, quiero expresar, porque así me lo ha pedido, el sentimiento de Izquierda Unida, ese movimiento de hombres y mujeres, que sin ser uno de los suyos porque él era de todos, experimentó en él la cercanía y el compromiso de los amigos del pueblo, de los luchadores por la paz, la justicia y la dignidad de todas las mujeres, de todos los hombres.
¡Hasta luego, mi hermano!
Tony Hevia
* Miembro del consejo político de IU de Xixón en La Voz de Asturias.
Hoy en La Calzada estamos un poco más huérfanos. No porque se haya ido un familiar o un amigo cercano, sino porque ya no se encuentra físicamente entre nosotros una persona que dejó huella en mi barrio, en Gijón, en la SOCIEDAD con mayúsculas en la que vivimos.
Bardales, el cura Bardales, el cura rojo, el sacerdote amigo de inmigrantes, de personas con necesidades reales de comida, ropa o trabajo, jóvenes con problemas de alcoholismo, drogadicción,… el que les abría a todos ellos las puertas de Fátima. Falleció después de casi un año peleando con un cáncer que le pudo, pero que no podrá con todas las personas que le conocimos, que le entendimos y que flaco favor le haríamos a él si no intentamos proseguir con su tarea, con su trabajo diario, con lo que nos enseñó para hacer una SOCIEDAD mejor, progresista y justa.
Tengo que confesar que soy creyente. Y tengo que decir que Bardales tiene mucho que ver en ello. En mi casa era tradición, como en muchas otras, ir a misa desde niños y puedo decir que, desde entonces, todas las veces que asistí a la iglesia de Fátima escuchaba con atención las palabras que desde su púlpito Bardales nos brindaba, dándonos lecciones de humanidad, de cercanía, de solidaridad, de sabiduría… con riñas vehementes a gobernantes, a la Curia Vaticana o incluso a los propios feligreses de Fátima que allí estábamos, exponiendo sus ideas que siempre defendió pesara a quien pesara y que multitud de problemas le trajeron, especialmente de sus «superiores» eclesiásticos.
Años más tarde también coincidí con él en el instituto Padre Feijoo, cruzándome por las calles del barrio o tomando un culín por las sidrerías, al igual que recuerdo en las comidas familiares del domingo, a mi madre contándonos lo que había dicho Bardales en misa, siempre con admiración a sus palabras y sobre todo por sus hechos, su coherencia para con sus vecinos. Su realismo. Su voz grave. Su sencillez en sus palabras. Siempre exponiendo los problemas de los más necesitados así como de las tremendas paradojas de la propia Iglesia católica con respecto a la hambruna, al sida, al aborto, al desempleo, al denostado papel de la mujer,… Este era Bardales.
Gracias Cura Bardales. Ten por seguro que hace muchos, muchos años, tienes en mí un humilde aliado y que espero no defraudarte allá donde estés.
José Ramón Tuero
* Concejal del Grupo Municipal Socialista en La Voz de Asturias